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Tenía mi pijama puesta. Era muy temprano para ir a la cama en un viernes. Pero no tenía absolutamente nada que hacer. Vi el reloj de mi habitación, eran las 8:40 p.m. Me senté en mi cama, al acostarme y meter mis manos debajo de la almohada. Sentí un cuaderno.

Me levanté y lo tomé. Encendí la luz de mi habitación y empecé a leerlo. Era el cuaderno donde había escrito esas frases. Todas y cada una de ellas estaban dedicadas al chico del autobús.

Estaba leyéndolas cuando escuche como la ventana de mi habitación se abría.

Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza, amenazando con salirse de mi pecho. Y ahí estaba él. Parado en el marco de la ventana. Con su cabello descubierto por aquel gorro, las puntas de su cabello apuntando hacia diferentes direcciones. Y con una pizza en sus manos.

Me detuve a observarlo, en sus ojos miraba la culpabilidad y el arrepentimiento por haberme dejado plantada.

El Chico del AutobusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora