Catorce

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Caminé por el pasillo deseando desaparecer.

Mi cabeza punzaba y mi cuerpo se estremecía por el frío que sólo yo parecía sentir.

Tanya, mi compañera de trabajo, pareció darse cuenta de mi incomodidad.

— Eh, Laila, ¿te encuentras bien?

Pasé mi lengua por mis labios, sintiéndome como en el jodido desierto y el monte Everest al mismo tiempo.

— Sólo tengo un poco de frío– dije con la voz ronca.

— Estás ardiendo– exclamó tocando mi frente. Maldición. Su mano parecía estar en llamas.

— Tal vez esté un poco enferma– admití.

Me miró como si fuese idiota.

— ¿Vienes a un hospital que claramente está lleno de enfermos, enferma? Tú eres la enfermera, Laila. Santo cielo.

Bien. Tal vez no había sido una gran idea pero sabía que si me quedaba en casa, no haría más que sentirme peor.

Suspiré.

— Soy idiota, lo sé. Debería irme.

— Claro, yo te cubro. Pero, Laila, no te veo en condiciones de ir a casa sola.

Dios habló en mi mente: Laila, me estás haciendo enfadar. Mira que venir a enfermar a los enfermos, ¿quién hace eso?

— Yo, claramente.

— ¿Eh?

Y él contestó: Laila, en serio. Yo quiero ayudarte pero...

— Lo sé, me estoy quedando sin mi lujoso apartamento en el cielo.

— Mm, Laila...

Y sin netflix, respondió.

— ¡No!

— ¡Laila!– Tanya me miraba como si estuviera loca– Dame un número.

. . .

— Así que, dime, ¿los pobres enfermos se cansaron de cuidarte?

Carl me miraba con una sonrisa desde el asiento del conductor.

¿Por qué lo había llamado a él?

Ni siquiera le contesté, sólo suspiré y dejé ir mi cabeza contra el respaldo.

Frunció el ceño.

— Claramente no estás bien. Te llevaré a casa.

Una vez en mi apartamento, le dediqué la pobre sonrisa que salió de mis labios. Si no entraba a recostarme, me desmayaría.

— Gracias por traerme.

Intenté cerrar la puerta pero él la empujó y entró quitándose los zapatos.

— ¿Qué haces?

— Voy a quedarme. Laila, estás sola y ardiendo en fiebre, ¿en serio crees que me iría?

Algo dentro de mí se calentó pero no supe si por la fiebre o por lo que había dicho.

Cerró la puerta y yo me recosté en el sofá. Me quitó los zapatos y me acarició la mejilla.

El chico de la pizza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora