EPÍLOGO

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UN AÑO DESPUÉS


Abrí la puerta corredera que daba a la terraza para respirar el aire puro del campo.

Me encantaba vivir aquí. Me encantaba vivir en Inglaterra.

Había alquilado una casa rustica en un pequeño pueblo donde todo me iba genial.

Mi vida aquí no era complicada ni nada por el estilo.

En este último año no había viajado a California ni había hablado con nadie de allí. Sólo compartía mensajes por correo electrónico con mi amiga Adeline, pero muy de vez en cuando. Ni a ella le había relevado mi ubicación y le agradecía que no me insistiera por ello.

A papá siempre le enviaba cartas mediante Addy. Ella era la encargada de imprimirlas y dárselas a papá para no tener que estar dando la ubicación de mi nueva casa.

Suspiré apoyándome en la barandilla para contemplar el hermoso paisaje que me rodeaba.

Al principio, no me hallaba viviendo en el campo, debía confesar, pero todo fue mucho más sencillo cuando conocí a las maravillosas personas que me acogieron y me integré en el pueblo.

La señora Martha, la dueña de la casa en la que vivía, me había dado trabajo en su tienda de ropa y con ese dinero le pagaba el alquiler de la casa.

Ella me cuidaba mucho, se había convertido en una especie de madre y yo se lo agradecía con toda mi alma. Se había convertido en aquella madre que tanto necesité y que nunca estuvo ahí.

Volví a suspirar.

Nada de lágrimas innecesarias, Alanna, y menos por personas que no te merecen.

-Eso es. –Me di ánimos a mí misma antes de escuchar una dulce voz desde el interior de la casa.

-¡Alanna! ¡Quiero presentarte a alguien!

-¿Qué pasa? –Pregunté volviendo al salón cerrando la puerta tras de mí.

Martha tenía llaves de la casa y sobraba decir que estaba más que autorizada para entras y salir cuantas veces quisiera de ella.

-Quiero que conozcas a mi sobrino Scott. –La miré alzando una ceja antes de que un chico muy alto, de cabellos rubios y ojazos verdes entrara dejándome sin palabras.

Vaya...

-Hola...

-¡Hola! –Exclamé extendiéndole la mano rápidamente. –Soy Alanna.

-Scott. –Ambos sonreímos mientras que Martha nos miraba pícaramente.

-Scotty se quedará una temporada en casa. ¡Nos ayudará también en la tienda!

-De acuerdo...

-Bueno, pero ahora me vuelvo al local. ¡Os dejo para que os conozcáis mejor! –Volvió a sonreír de esa manera tan maternal como solo ella sabía hacer antes de dirigirse a la salida. –¡Ah! ¿Dónde está mi querido nieto?

-Durmiendo. Sabes que adora dormir.

-¡Jo! Pues tendré que esperarme hasta la noche para poder verlo. –Asentí de acuerdo con ella antes de que se fuera dejándonos a solas.

-Hmm... ¿Quieres algo de beber?

-No, gracias. Tienes una bonita casa.

-Más bien, tu tía tiene una bonita casa. –Ambos reímos para sentarnos en el sillón.

-Se que no debería preguntar, pero... ¿Cuántos años tienes?

Directo al grano.

-Dentro de unos meses cumpliré veinticuatro. ¿Tú?

-Veintiséis. –Asentí sin dejar de sonreír.

¿Por qué sonreía tanto? Iba a dolerme la mandíbula si seguía así...

Scott fue a abrir la boca para decirme algo, pero un fuerte llanto muy conocido por mí lo interrumpió haciéndome poner en pie.

-Lo siento. –Caminé hasta el cuarto de mi pequeño para cogerlo en brazos y mecerlo. –Ya está, pequeñín. Mamá está aquí...

-Con que se refería a él cuando mi tía dijo nieto, ¿eh? –Asentí sin dejar de canturrear una canción de cuna mientras que él se apoyaba contra el marco de la puerta. ¿Cómo se llama?

-Noah. –Miré a mi pequeño sonriendo al ver que había agarrado mi dedo índice mientras que bostezaba.

Él era mi mayor orgullo.

Cuando llegué a Inglaterra y encontré esta casa, empecé a sentirme mal y Martha me acompañó a que un doctor me viera, descubriendo así, que estaba embarazada de este renacuajo.

Ahora Noah tenía tres meses de vida y era la alegría de mi vida.

-Se parece mucho a ti. –Salí de mis pensamientos para mirar a Scott.

-¿A mí? –Volví a mirar a mi hijo para volver a sonreír.

Noah era la viva imagen de su padre. Mirara por donde mirase, era una auténtica copia de él...

Pero claro, eso Scott no lo sabía ni se le pasaría por la cabeza.

Y ahora vendría la pregunta del millón.

¿Quién era el padre de Noah?

Una pregunta sin respuesta que, obviamente, me pertenecía a mí, y esta vez no había dudas de ello.

El nombre del papá de mi hijo...

Solo lo sabía yo, y así seguiría siendo por el resto de los días.

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