twenty four; are you okay?

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twenty four;
are you okay?

No tenía que ser adivina para saber que Will no estaba bien.

No respondía a mis llamadas y sabía que si había ido a la escuela, pero en ningún momento lo encontraba. Tal vez me estaba evitando. Tal vez sencillamente no teníamos la oportunidad de toparnos. Pero estaba segura que pensar en eso no me estaba ayudando en nada.

Es por eso que estaba caminando a su casa. Tenía entendido que sus padres estaban divorciados y vivía con su padre, cerca de donde vivía Caitlin. Sin embargo, parecía vivir solo ya que su padre se encerraba en su oficina o viajaba. Sabía todo eso por lo que él me había confiado y lo poco que una vez me contó Dylan hace mucho, incluso antes de empezarle a hablar a mi novio. Respecto a él, sigue sin hablarme. Me ignora y al parecer habla con Lía cuando yo no estoy cerca.

Es como un niño pequeño que se enoja con todos.

Cuando estuve frente a su puerta blanca con franjas de cristal en los costados, dude en tocar. Me había adentrado tanto a mis pensamientos de que quizá él estaba molesto o evitándome que ya casi me convencía de ello. Mordí el interior de mi mejilla y levanté mi puño lista para golpearlo gentilmente cuando la puerta se abrió de pronto y yo me eché atrás del susto. La entrada reveló a una muchacha, de largas piernas bronceadas y un cabello corto castaño con mechas claras. Tenía en su brazo colgando una chaqueta y unos tacones negros que detuvieron su resonar cuando se detuvo frente a mí. De verdad quise creer que ella podría ser un prima. O tía. O sobrina. O alguien que no tuviera nada que ver con que sus labios estuvieran tan hinchados y su blusa holgada de tirantes tan desacomodada. De verdad lo quise creer.

Pero mi cabeza no dejaba de repetir que ella seguramente conocía mejor a William.

—Aquí hay una chica, ¿le dejo pasar?—elevó la voz al preguntar, sin despegar sus rasgados ojos de mí.

No puedes suponer nada, no aún, no seas dramática, dijo una y otra vez la voz en mi mente.

—¿Es Melissa?—al escuchar la voz de William, la ronca y grave que tiene al despertar, la que había escuchado tantas veces en el teléfono cuando me decía los buenos días, no pude más.

Me di la vuelta y a toda prisa, caminé por el patio hasta la calle y luego corrí. Corrí tan rápido como mis piernas podían. Hasta que mis pies ardieron. Hasta que mis pulmones casi explotaban. Hasta que mi cabeza estaba a punto de salirse de su lugar. Hasta que escuché esa grieta en mi corazón que había tardado tanto en arreglar con cinta y pegamento.

De verdad no sabes nada, ¿verdad?

Ya luego te enterarás.

Maldita Lily. Maldito William. Maldita chica extraña. Maldito el mundo. Maldita yo por ser tan estúpida. Al carajo el no suponer, era obvio lo que había estado haciendo.

No me di cuenta que estaba llorando hasta que dejé de ver el camino y mi visión se volvió borrosa, como lentes empañados.

Cuando mi bolsillo trasero vibró, recordé que ahí tenía mi celular. Lo tomé con dedos temblorosos, algo en mi interior se convencía de que podía ser William, enterándose de mi fuga, sabiendo que vi algo que nunca deseé ver. Pero cuando encendí la pantalla, lo único que estaba en las notificaciones era un mensaje de Ian. Habíamos estado hablando de videojuegos o algo así, ya no lo recordaba. Ya no podía pensar en otra cosa.

Lo volví a guardar y con el rostro empapado, caminé de regreso a casa. Había perdido mi tiempo.

Faltaba poco para llegar, faltaba poco para lanzarme a la cama y volver a llorar para después intentar hablar con Lía sin romper en llanto de nuevo. Creo que no me entristecía el hecho de que me hubiese engañado, sino que no es lo que creí que era. Tal vez en un principio estuve con Will por ser tan bueno conmigo, pero sé que una parte está consciente de que adoraba escuchar sus dulces palabras y fugaces besos. Me gustaba Will. Me gustaba ese muchacho que al preguntarle por una serie de televisión, él respondía "Bob Esponja" a todo.

—Imbécil—murmuré.

Auch. ¿Tanto me odias?

Detuve mi andar y miré arriba. A dos metros, quizá menos, estaba Ian con una mano en su pecho indignado por mi palabra. ¿Cómo podía estar siempre allí? ¿Por qué era él quien siempre estaba allí?

—¿Q-Qué haces aquí?—me cubrí con el cabello para limpiarme la cara con las mangas.

—La vez que te vine a dejar vi aquí un taller de autos, se requirió uno cuando el idiota de Cole pinchó mis llantas y rompió algunos cristales—rió—. ¿No leíste mi mensaje? Iba a tu casa.

—No... Iba a hacerlo pero-Justo ahora yo no...

—¿Calí? ¿Estás bien?

¿No le ha pasado a alguien que cuando está sensible, llorando o enfadado y llega otra persona preguntando exactamente eso, explota? Es como una burbuja. La pregunta un alfiler. Es inevitable que uno se desborde al escuchar esas palabras. Entonces, fue inevitable que yo dejara escapar un jadeo y mis ojos ardieran más.

Claro que cuando Ian me tomó de los brazos antes de que me desplomara empeoró todo. Parecía un bebé hambriento. Con la cara roja y mis jadeos intentando aguantar el llanto. Como una presa rompiéndose, el agua vino en forma de lágrimas.

Me apretó en su pecho y yo no me quité. Necesitaba su mano en mi cabeza acariciando mi cabello, justo como lo estaba haciendo en ese momento. Justo como lo hacía mi padre cuando me caí de la bicicleta, cuando me dio miedo saltar a la piscina profunda, cuando lloré porque mi gatito había muerto.

Ian no habló. En su lugar, se mantuvo callado con un brazo en mi espalda y el otro levantado, para deslizar su mano en mi cabeza. Agradecí su silencio. Agradecí su presencia. Agradecí que el que me hubiese dañado no era él.

Agradecí que él fuera Ian. Tan sólo así.

Nudes boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora