Capítulo 40

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Aquí les traigo mucho más.

Disfruten el penúltimo capítulo. :)

Y no se olviden de enviar sus preguntas, solo me han llegado como cinco. :(

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Nunca me había puesto a contar las veces en las que había ido a la casa de Asaiah. Y me he dado cuenta que he ido verdaderamente pocas. Todas las veces que he ido han sido porque él me ha llevado, excepto por esa vez hace un tiempo, cuando vine y me estacioné afuera.

Fue algo complicado indicarle al taxista como llegar, pero después de unos diez minutos llegamos a la casa. Mi madre no dice nada, creo que no encuentra nada adecuado que decir. Pero su simple presencia me basta.

La puerta ahora se encontraba cerrada, pues Trevor la había cerrado cuando habíamos pasado temprano en la mañana. Parece que eso fue hace una eternidad.

-Mi Dios. –Exclamó mi madre cuando entró, pues todo el interior estaba tirado y hecho un desastre total.

-Entraron a su casa antes. –Respondí a lo que seguramente se había preguntado. Me giré un momento y la miré. -¿Me ayudarías a limpiar?

-Claro que sí.

-Gracias, mamá.

Ella me sonrió, recogió el perchero que estaba en el suelo y colgó ahí su bolsa y su abrigo.

Comenzamos a recoger la sala. Nos costó algo de trabajo recoger la televisión que estaba rota, pues tuvimos que buscar y recoger todos los pedazos de la pantalla rota. Las dos tuvimos que acomodar los pesados sofás, de la manera en la que recordaba como Asaiah lo tenía.

Después de terminar la sala comenzamos con la pequeña cocina. De igual forma tuvimos que levantar el pesado refrigerador las dos. La mayoría de los platos estaban hechos trizas en el suelo y nos llevó algo de tiempo recoger todos los restos. También había comida seca en el suelo y poder limpiar el piso se hizo incluso más complicado en esa zona.

Ni siquiera hablamos durante todo el proceso, más para lo que era extremadamente necesario. Creo que no puedo hablar. Mi cabeza está hecha un lío y miles de cosas me pasan por la mente pero no soy capaz de expresarlo, no soy capaz de decir ni una sola palabra. Paso de una emoción a otra tan rápido que me desconcierta.

Una vez que terminamos la cocina, seguimos con la única habitación. Tener la ayuda de mi madre para hacer esto es bueno, me obliga a mantenerme en una sola pieza. Sé que si hubiera intentado todo esto sola no hubiera podido pasar de la sala sin ponerme a llorar desconsoladamente.

Comienzo a acomodar su pequeño librero mientras ella vuelve a colocar los cajones de su cómoda. De pronto de entre de los escombros surge aquel libro de poemas que no hace mucho me leyó. Si de por si hoy en la mañana me parece un momento demasiado lejano, aquella vez que me leyó ese libro parece estar a siglos de distancia. Tomé el libro y me puse de pie para así poder ir con mi madre.

-Mira. –Le digo. –Él me leyó un poema de aquí. –Mi madre tomó el pequeño libro de portada roja y lo miro detenidamente.

-Cuando éramos jóvenes, tu padre solía mandarme cartas con poemas en ellas. Yo siempre pensaba que él era quien los escribía pero después me di cuenta que no era así, él solo los transcribía. –Ambas reímos un poco. Me regresó el libro y llevó una de sus pequeñas manos a mi mejilla. –Y también eran poemas de Pablo Neruda.

Asentí, pues ya no supe que responder y me alejé para así seguir recogiendo y acomodando los libros. Una sonrisa fugaz se acomodó en mi rostro mientras pensaba en lo que mi madre me había dicho. Eso era algo de lo que no tenía idea. Pero si pude imaginarme a mi inocente madre pensando que mi padre era todo un poeta.

Afortunadamente a los hombres de Jackson se les olvidó por completo que había un baño, pues era la única parte de la casa que se mantenía intacta. Lo último que hice fue acomodar su ropa en su cómoda y dentro de su armario.

-Voy a tomar un baño rápido. –Le anuncié a mi madre.

Tomé una de sus sudaderas y una toalla y entré al baño. Abrí el agua caliente y me quedé parada frente al espejo y me miré. Tenía unas ojeras enormes y mi piel estaba de un tono amarillento. Quité las gasas para poder examinar mis cortadas. Ni siquiera eran demasiado profundas. Lavé mi cara con jabón de manos, lo que me provocó ardor en mis pequeñas heridas.

Rápidamente el cuarto se llenó de vapor. Regulé la temperatura del agua y me desvestí. El agua estaba tan caliente que casi me quemaba pero aun así se sentía bien. Me senté en el piso y escondí mi cara entre mis manos y sin poder controlarlo más, comencé a llorar.

No podía ni imaginar en perder a Asaiah. No puede morir así; a manos de la persona que más daño le ha hecho. No, él no puede ganar.

El agua caliente me cae por todo el cuerpo y se lleva consigo mis lágrimas.

No sé por cuanto tiempo me quedo llorando, pero después de hacerlo me pongo de pie y comienzo a tallarme el cabello con su jabón.

Ahora huelo a él. Peino mi cabello con su cepillo y busco algo con lo que cubrir mis heridas y no me sorprende encontrar cinta adhesiva entre sus cosas. Al salir encuentro a mi madre sentada en uno de los sofás de la sala. Estaba entretenida mirando la pantalla de su celular.

-Mamá. –Murmuré. Ella alzó la mirada y me sonrió.

-Pedí comida china, no debe de tardar. –Ni siquiera me había puesto a pensar desde cuándo es que no he comido.

-Gracias, mamá. –Fui a sentarme al lado de ella y me tomó una mano.

-Christina... -Dijo algo dudosa. –Me di cuenta de algo hoy,

-¿De qué?

-Ya eres toda una mujer. Y no solo eso, maduraste. Te volviste una guerrera, peleas por lo que amas y yo no querría nada más que eso para ti.

-Mamá, no creo que...

-Lo amas. –Prosiguió. –No me había dado cuenta de cuánto. Tuviste la oportunidad de amar a alguien tan profundamente, siendo tan joven y además, ese alguien te ama de vuelta con la misma intensidad. –Tomó mi cara con sus manos y me dedicó una débil sonrisa. –Jamás me imaginé que serías tan valiente. Eres idéntica a tu padre. –Una vez dicho eso una lagrima se me escapó y ella enseguida me abrazó. –Pero aun así, todavía estas castigada.

Comimos la comida, que mi madre había ordenado, rápidamente. A mí siempre me ha gustado ese arroz que hacen en los establecimientos de comida china. Lo llené de toda la salsa de soya que pude. Prácticamente devoré toda mi comida e incluso parte de la de mi madre también.

La casa ya estaba como la recordaba, excepto por la televisión, que era una pérdida total. De alguna forma me sentía más cómoda y más tranquila así. Y es que sentía como si parte de él siguiera conmigo. El lugar tiene su esencia.

Demonio (secuela de Bestia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora