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Javi

No creí que al pasar por el portal de su edificio la vería. Lo hice por pura inercia. Cogí el coche que tenía alquilado para todo el mes y me planté allí. Era tarde.

Demasiado como para pararla y hablar con ella sin que se asustase.

No esperaba ver su coche y mucho menos que lo aparcara en la calle ¿acaso habría vendido su plaza en la cochera?

Eso era lo de menos.

Era ella, estaba aparcando a pocos metros de donde yo estaba y, cuando la vi bajarse, se me paró el corazón.

Cinco años habían pasado y estaba aún más guapa si podía. Tenía el pelo algo más largo y recogido en una coleta. Estaba más delgada, pero seguía siendo preciosa.

Mi siempre preciosa Bianca.

Se paró a coger algo del asiento trasero del coche antes de emprender la marcha hasta el portal. Tardaba demasiado y pude admirar su trasero. Dios... la había echado tanto de menos...

Se levantó y vi que lo que llevaba en sus brazos era un niño pequeño.

¿Quién era ese pequeño?

¿Sería su sobrino? Una de las últimas veces que hablé con Carla para una sesión de fotos me dijo que estaba liada con la boda de su hermano. Seguramente era hijo de Bruno y Paola.

 

La vi rebuscar en su bolsillo y abrió el portal para entrar y dejarme de nuevo con la imagen de su figura y echándola de menos. Más que nunca.

 

Me estaba convirtiendo en un maldito cobarde.

  *******

Cuando se está de vacaciones el tiempo pasa demasiado deprisa. Así que era jueves santo.

Ojito, ya casi había acabado la semana santa y ni la habíamos terminado de saborear. Aunque esta se me estaba haciendo especialmente pesada.

Marco la estaba disfrutando como nunca.

Era un beato de tomo y lomo. Su abuela se lo había inculcado bien, así que llevaba todos los días viendo tronos desde por la tarde hasta la madrugada. Marco parecía tomar café en vena, porque esa vitalidad hasta tan entrada la noche no era ni medio normal.

Ese día, el jueves santo, conseguí que aceptara sentarse en lo que comúnmente se conoce como la 'tribuna de los pobres' en calle Carretería, porque por ahí pasaban todos y a mí me dolía un tobillo, así, por la cara.

Bruno y Paola nos acompañaban.

Comíamos pipas mientras los penitentes de una de las cofradías pasaban por delante nuestra. Marco estaba emocionadísimo porque era una de sus favoritas, porque las imágenes eran espectaculares y seguro que hacían cosas chulas con el trono y él tenía una de las mejores vistas.

Mi niño era feliz y yo no cabía en mí de gozo.

Todos parloteábamos de temas varios hasta que Paola empezó a reírse sin ton ni son.

- ¿Qué te pasa, cielo? – le preguntó mi hermano intentando no contagiarse con la risa de su esposa. Aunque era bien difícil porque la risa de Paola es una de las más contagiosas que he oído jamás. Así que yo ya estaba riendo.

- ¿Te acuerdas de esta marcha, Bianca? – dijo, a saltos, mientras yo intentaba agudizar el oído y escuchar lo que me pedía.

Fue entonces cuando yo también reí y casi lloré al recordar los acontecimientos que esa marcha de semana santa llevaba consigo.

Años atrás, Paola y yo fuimos a una procesión en el pueblo que tuvo lugar a principios de febrero. Una de las iglesias comenzaba sus obras y todas las imágenes se trasladaban a otros templos mientras duraban las obras.

Bruno estaba liado con un caso y mi estado de gestación estaba demasiado avanzado, tanto que había cumplido y aún no había tenido ni contracciones.

De eso se estaba acordando Paola.

Ella y yo fuimos a ver la procesión porque era un día demasiado brillante como para quedarse en casa. Habíamos tenido varios días de lluvia y por fin el sol daba una tregua para salir a tomar el aire.

Pero todo no puede ser bonito.

Teníamos delante a la imagen que se estaba trasladando mientras la banda de música tocaba la misma marcha que estábamos escuchando ese Jueves Santo. Todo el mundo mantenía su atención centrada en la procesión. Solo se escuchaba la banda.

Y yo fui y rompí aguas.

Sí.

Así que se puede decir que la culpa de que mi hijo fuera tan beato era mía, porque me puse de parto delante de un santo.

Paola se reía por no llorar.

Su coche nuevo tenía que llevarme a mí, toda mojada y dolorida, al hospital más cercano.

Desde entonces, cada vez que escuchamos Reo de Muerte, aunque el momento requiera silencio y respeto, no podemos evitar reírnos, porque era demasiado cómico recordar cómo Paola respiraba conmigo mientras conducía y sonaba Andy y Lucas en el coche.

No sé como al final Marco acabó convenciéndome para irnos a Calle Larios a ver a la Esperanza.

Decía que estaba muy cansado y que, si íbamos a verla allí, acabaríamos antes y nos iríamos a casa a descansar, porque al día siguiente se quería ir con la abuela a ver las procesiones del pueblo, sentadito en su silla mientras se comía un algodón de azúcar.

Marco iba en hombros de un exhausto Bruno, que trataba de seguir su ritmo en vano. Cuando nos colocamos casi en frente del hotel que se haya en calle Larios. Donde Antonio Banderas y María Teresa Campos entre otros se citan para ver pasar las imágenes.

Y allí estaba yo. Sintiéndome incómoda porque notaba como alguien me observaba, con temor de mirar a cualquier parte.


Sé que es corto, pero ya que estás aquí, dime qué te parece :)

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