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La consulta de un médico no es lo que se puede decir, mi lugar favorito del mundo. Y menos aun cuando el que necesitaba esa consulta era Marco. Llevaba un par de días enfermo con la tripa y también enfadado conmigo. Ahora que tenía un poco más de razón, estaba empezando a preguntar por su padre.

Hacía tiempo que no íbamos al pediatra, entre otras cosas, porque Marco no lo había necesitado y, por otra, porque Pedro, su pediatra, tenía cierto interés en mí y eso me ponía nerviosa en ciertas ocasiones.

No me quedaba más remedio que verle y seguir escuchando las ganas que tenía de que le diera una oportunidad. Una oportunidad, ¿qué es eso? Yo no estaba, como aquel que dice, preparada para una relación, aunque hubieran pasado muchos años, no estaba lista para que nadie me mirara, me tocara y me besase, como lo hacía él...

- ¿Marco González?

- ¡Aquí! – me levanté de mi asiento y cogí al pequeño de la mano.

- Ya pueden pasar a la consulta – dijo la enfermera con su típica sonrisa. Estaba claro que conocía al dedillo la debilidad que su jefe, el doctor Iglesias, sentía por mí y por Marco.

Senté al bicho en una de las sillas de la consulta y este, al ver a su buen amigo Pedro, se alegró un poco. Mi amigo el doctor intentó ser profesional y disimular sus sentimientos, pero le costaba bastante no dirigir sus efímeras miradas hacia mi persona.

- Hola hombrecito – se dirigió a Marco - ¿Cómo te encuentras?

- Ya no soy un hombrecito, soy un hombre – cruzó los brazos sobre su pecho y entornó sus ojillos castaños.

- Perdona tío – se disculpó Pedro con gesto excesivo pero cómico, con el que consiguió arrancarle una sonrisa al enfadado niño – se me había olvidado que ya tienes casi cuatro años y medio. Venga cuéntame, ¿qué te pasa?

- Yo estoy bien, solo me duele la tripita y tengo fiebre, la que necesita un médico es mi mamá porque está triste y cansada - ¿HOLAAA? ¿Qué acababa de escuchar? No pude articular palabra y seguí escuchando la perorata del bicho que tenía por hijo – la abu dice que mamá está así porque trabaja y tiene que cuidar de mi ella solita, yo creo que si yo tuviera un papá para que la ayudara no se cansaría tanto y sería más feliz, pero ella dice que no quiere. Pero yo también quiero tener un papá como todos los niños de mi clase del cole.

- Pero, campeón, tú no necesitas a un papá, tienes al tío Bruno y al abuelo Pepe, que son muy guays y os quieren mucho a los dos. Además, tienes a la mejor mami del mundo, ¡ya quisiera yo tener una así!

Pero esto no fue suficiente, a continuación, venía la misma traíña que de vez en cuando me decía el pequeño.

- No es lo mismo, yo quiero un papá que haga con mi mami las mismas cosas que hacen los papis de mis amigos del cole. Sus papis se dan besitos en la boca, que aunque es asqueroso es su forma de decirse que se quieren mucho y también se duermen juntos en la misma cama y además les regalan hermanitos, yo también quiero un hermanito. – se cruzó de brazos y me dirigió una de sus miradas de enfado, a las que tan acostumbrada estaba esos días.

- Bueno, tú sabes que yo solo soy médico de niños, no puedo curar a tu mamá, pero si quieres te puedo echar un vistazo a la tripita a ver qué te pasa.

Y así fue, Pedro le hizo al pequeño una exploración a fondo y concluyó en que lo que tendría era una pequeña infección alimentaria por haber comido cualquier cosa que no le sentara bien, y que las décimas de fiebre no eran demasiado alarmantes como para pensar que podría ser gastroenteritis o algo por el estilo.

Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora