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- Te digo lo que pienso, Javi, eres mi hermano y te quiero – me decía Jorge, al igual que mi padre, trataba de convencerme de que no debía insistir tanto en recuperar a Bianca, que debía dejar que las cosas fluyesen por sí solas. Pero yo no podía, la quería conmigo cuanto antes. Desde la noche en la que compartí cama con ella y con nuestro hijo me sentí lleno, como hacía demasiado tiempo que no hacía. Ella era mi cura, mi luz, mi estabilidad y me había dado el mejor regalo del mundo. Nuestro niño.

Me di la vuelta dispuesto a salir a buscarla y pasar un rato con ella. No la localizaba desde un rato antes de que mi padre se marchara con Marco para estar con todos sus nietos en casa. Quería almorzar con ellos y pasar todo el tiempo posible con los que llenaban su vida de alegría. Y ahora que tenía a Marco en Madrid no iba a desaprovechar la oportunidad. Todos le comprendimos perfectamente. Incluso mi madre, que también se habría ido si las circunstancias hubieran sido distintas.

Pero en su lugar me encontré con Elena. Que me miró como cuando éramos pequeños y había roto alguno de mis muñecos. Nos conocíamos demasiado bien y seguramente no me iba a gustar nada lo que iba a decirme. Me preparé para cualquier cosa.

- Creo que la he cagado, Javi – lloriqueó – le he dicho a Bianca por qué te fuiste de la discoteca, cuando la dejaste. Se ha quedado muy pálida y creo que le faltaba el aire, ha salido casi corriendo y no me ha dado tiempo a seguirla. No sé donde ha ido.

Dios mío, ella ya lo sabía todo, me pasé la mano por el pelo en un acto desesperado. Seguramente había ido a casa de mi padre a por el niño y se marcharía para siempre.

- ¿Qué habéis hablado exactamente?

- Me ha contado que el tío de la discoteca era su ex, tío, ¡su ex! y que la acosaba. Le dejó tiempo antes de conocerte pero nunca ha dejado de molestarla – braceaba muy nerviosa. – Y después, al verla embarazada, la mandó a la mierda porque decía que le daba asco que estuviera esperando el hijo de otro. ¡Joder! Habéis estado separados por un puto malentendido...

Tenía que encontrarla.

Salí de allí corriendo mientras llamaba a mi padre para que me confirmase que no había recogido al niño y haciéndole prometer que si aparecía, la entretuviera con cualquiera excusa.

Pensé en el único sitio de Madrid al que ella acudiría si necesitase tranquilidad.

Me fui directo al Museo del Prado.

El arte es algo que siempre me ha tranquilizado desde que soy muy pequeñita.

Me encantaba ir con mi madre a la biblioteca a por su lectura romántica y perderme viendo enciclopedias sobre arte y, sobre todo, de pintura. Siempre creyeron que me dedicaría a algo relacionado con el arte.

Adoraba a cualquier autor, pero quien despertaba mi pasión eran Velázquez y Dalí. No sé por qué mi cuadro preferido siempre ha sido "Cabeza rafaelesca estallando". Sé que Dalí tiene muchísimas otras obras maestras, pero la sensación que esa pintura producía en mí, era indescriptible.

Tenía mil recortables extraídos de diferentes revistas con esa imagen, nunca había conseguido verla in situ. Era una de mis pasiones pendientes.

Pero ahí estaba yo, en el museo del Prado. No sé ni cómo llegué hasta aquí, cómo acabé plantada delante de 'la Rendición de Breda'. Quizás mi subconsciente se estaba rindiendo ante la idea de que ninguno de los dos éramos culpables de lo que Rubén nos hizo. Nadie sabía hasta qué punto llegaba su perversidad como para arrebatarle la felicidad a dos personas por tal de salirse con la suya. Menos mal que cuando me vio embarazada desapareció y solo le vi un par de veces y casi me escupe en la cara. Imbécil. No tenía otra denominación.

Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora