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Tras el encuentro con Lorea, Javi trajo a Marco, le dio un besito y se despidió de él con la promesa de que iba a pasar el resto de la semana en Málaga y estarían juntos.

No le conté nada sobre la visita de su amiga, novia o lo que realmente fuera. Ni lo sabía ni me importaba.

El poco rato que estuvo en casa no me miró siquiera. Estuve tentada de decirle cuatro cosas, como que por ejemplo, si le picaba la chorra porque no había mojado conmigo, se fuera a su hotelito que su novia estaba allí ardiendo. Pero no de deseo, si no del enfado con el que se quedó cuando yo, una simplona que según ella no es para tanto, le cerró la puerta en las narices. He de decir que, cuando lo hice, sentí un placer en mi interior que me hizo volver a sentirme un poco más viva.

Quizás necesitaba ir a body combat o algo para desfogar toda la adrenalina que me producían los últimos acontecimientos.

En fin.

Pedro volvió a la carga y me agobió tanto por teléfono que alegué un virus estomacal contagiado por alguno de mis alumnos para no tener que verle la cara. Le apreciaba muchísimo pero en ocasiones resultaba muy cansino.

Para mi sorpresa, aquella noche de domingo las chicas aparecieron en banda en mi casa, con un kit de 'cuéntamelo todo'. Acostamos todas juntas a Marco entre besos y arrumacos y este les contó que estuvo con su papaíto toda la tarde y que cuando estamos los tres juntos para él es el momento más feliz de su vida.

Realmente adoro a mi hijo, pero cuando se pone cabezón con algo no puedo con él, es tan insistente y cansino que desespera. Pero es mi hijo adorado, yo tengo educación y no quiero que piense que su madre es un ser humano despreciable que cuando se enfada evoluciona en una especie de dragón escupe-palabrotas.

Él piensa que soy un angelito caído del cielo y quiero que siga viviendo en su inocente mundo feliz por mucho tiempo. Ya se dará cuenta de que la vida, aunque es maravillosa, tiene varias tonalidades además del rosa.

Toma ya, un pareado.

Centrémonos en aquella noche.

Carla (con cara de pocos amigos), Daniela (un poco cabreada) y Paola (con los ojillos derramando estrellas), se sentaron en posición interrogatorio y supe que esa noche iba de confesiones.

- Me voy con Giorgio a Cerdeña – vaya, lo esperaba, pero no tan pronto tratándose de Daniela. A decir verdad, no era tan pronto, leches. Que llevaban ya cinco años.

- Ya era hora, cariño – me miró ceñuda y le aclaré – tú sabes que me encanta tenerte aquí en el piso, pero has tardado mucho en decidirte y creo que, lo que te ha atado a quedarte, ha sido tu madre.

- Se viene con nosotros. Hoy hemos estado convenciéndola.

Eso sí que no lo esperábamos. La madre de Daniela era una mujer graciosísima y simpatiquísima a la que le encantaba estar rodeada de todas nosotras. Pero parte de su vida se fue con su marido cuando este falleció y apenas salía de su casa, hasta aquel entonces, que se iba a vivir a Cerdeña con su hija.

- Bruno y yo no estamos en un buen momento.

KO.

- ¿Qué ha pasado? – para sorpresa de todas, incluso mía, fui la primera en reaccionar y le di la mano en señal de apoyo para que siguiera desahogándose.

- Quiere mantenerme entre algodones. Joder, estoy embarazada, no enferma. No me deja hacer nada, ni siquiera quiere que suba las escaleras del piso cuando sabe que lo hago porque me gusta poco el ascensor. Se cree que entre peldaño y peldaño el bebé va a salirse y desnucarse contra un escalón.

Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora