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La impotencia recorría cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. La vi marcharse con Paola, Daniela y el niño.

Mi hijo.

Una pequeña parte de mí sí que estaba con ella y me encantaría conocerle mejor porque así tendría una parte de ella conmigo.

- Te has lucido, macho. Carla se acercó a mí.

- ¿Por qué no me has dicho que teníamos un hijo en todos estos años? – la acusé, aun sabiendo que no tenía motivos.

- Nunca me he metido en vuestros asuntos. Nuestra relación nunca se ha salido de lo profesional y esto es algo que os confiere a vosotros dos. Ella quiso decírtelo y no le dejaste.

Me llevé las manos a la cabeza, impotente. Si ya quería recuperarla, ahora lo deseaba por partida doble. Les quería a los dos conmigo. Como diese lugar.

- ¿Por qué has venido precisamente aquí? A su parque.

- He venido a por ella.

- Pues tío – me dio una palmada en el hombro – lo tienes crudo.

Y se fue.

Me volví a sentar en ese banco, en el mismo en que habíamos estado hablando. No sé por cuanto tiempo vi a los niños jugar. Cuando al fin reaccioné. Cogí mi teléfono y di a la marcación rápida.

A los tres tonos contestó.

- Mamá...

*****

Aún no había conseguido reponerme del encuentro con Javi el día anterior. La sola idea de que sus manos habían rozado las mías, que había hablado por primera vez con su hijo... aun no podía creerlo.

Seguía sintiendo su beso en mi mano...

- Bianca, voy al estudio un momento, que me olvidé las fotos que tengo que retocar en el escritorio del pc...

- ¿No las metiste en la nube?

Negó con la cabeza. Cualquier día la perdía, pero claro ¿yo qué iba a decir? Era algo genético.

Se marchó rauda y veloz diciéndole adiós a voces a Marco, que estaba en el baño.

Yo tenía un montón de libretas acumuladas con el dictado de la semana anterior.

El timbre de casa sonó, ¡a saber qué se le habría olvidado a esta ahora! Con la cabeza que tiene seguro que el móvil, o claro... ¿cómo no? Las llaves, sino no estaría tocando.

- Mamiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, yo voyyyyyyyyyyyyyy. – Gritó Marco desde el baño – me seco las manos y abro.

- Espérate cielo, que voy contigo, no quiero que abras la puerta tú solito – hoy en día secuestran a los niños en su propia casa en menos de lo que dura un estornudo, por eso, aunque me consideren exageradamente paranoica, no dejo que abra solo.

- Que nooooooooooooooooooooo, que ya soy grande y me defiendo solito – "eso te lo has creído tú enano, que solo levantas dos palmos y medio del suelo".

Quizás sí, incluso un poco más, pero a veces exagero.

Me adelanté antes de que saliera del baño pero cuando llegué al recibidor, antes de que pudiera poner la mano en el pomo, el bichito me adelantó por la derecha con un sprint merecedor del primer premio de una maratón. Cuando vi de quien se trataba, me quedé clavada en el suelo. La que faltaba ya para completar el lote de encuentros indeseados.

Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora