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Hay veces en las que pienso que tengo muy mala suerte.

Hay otras veces en las que pienso que no me podría ir peor.

Otras en las que siento que todo va a estar bien.

Algunas en las que siento como todo mi mundo se desmorona.

Y otras que pienso que soy una maldita bipolar no diagnosticada.

En fin...

Desde que Javi y Marco se fueron de casa me sentí sola y vacía. Sí, vacía. No porque la casa estuviera totalmente despoblada de gente, Carla no aparecía y Daniela poco a poco se iba llevando sus cosas. Me sentía vacía por dentro.

Estaba acostumbrada a que el niño fuera de acá para allá con todos: con mi madre, Paola, Daniela, Carla, Bruno... con todos. Incluso cuando mi hermana estaba con Alberto, se iba con él a jugar.

Sin embargo, que mi hijo se fuera con su padre, ese mismo que esa misma mañana se había comportado de forma extraña, me tenía inquieta.

No sé si estaba inquieta por el estado emocional y por las palabras que Javi me dijo en el balcón, eso de que no podía estar cerca de mí.

¿Acaso yo había dicho algo malo? ¿Acaso había incluso hecho algo malo? No tenía ni la más remota idea y me tenía de los nervios.

Sabía que yo le había echado de mi lado, pero es que no estaba preparada para tenerle tan cerca, desde que volvió había puesto mi mundo patas arriba. La primera vez que le vi, entró en mi coche y y se instaló en mi casa. Se quedó en mi casa durante un mes y cuando volvió a Madrid, se llevó mi corazón con él. Después de un año de relación, en la que fui la persona más feliz del mundo, se fue. No me dio ninguna explicación al respecto, simplemente se fue.

Después de un mes sin saber nada. Me enteré de que seguía estando en Málaga y me dejó de una forma muy cruel.

Cinco años, cinco años en los que no he sabido nada. Ni una llamada ni una contestación a ninguno de mis e-mails, di a luz a un hijo que no ha sabido nada de su padre en cuatro años.

Y ahora, después de una serie de desencuentros y ese fin de semana en Madrid, aparecía en mi cama y yo no me acordaba de nada de lo que había pasado la noche anterior.

No me esperaba para nada aquellas palabras que soltó cuando estábamos hablando en el balcón. ¿Por que no podía estar cerca de mi? ¿Por qué precisamente ahora sentía la necesidad de alejarse?

Javier Villanueva había nacido para volverme loca.

Y, por otro lado, por mucho que Pedro estuviera conmigo intentando hacerme feliz, jamás lo conseguiría. Siempre tendría que vivir a la sombra de Javi. Marco adoraba a su padre y por mucho que Pedro intentara suplir de alguna manera la imagen que Marco tenía de su padre, iba a ser imposible. Para él era algo así como un héroe y me dejó bien patente que intentaría que su padre y yo estuviéramos juntos por todos los medios que estuvieran a su alcance.

Creí que Marco y Javi habían vuelto cuando sonó el timbre de casa, me levante del sofá del que apenas me había movido en toda la tarde y fui a abrir la puerta con una sonrisa sincera. No sabía quién era esa chica que había al otro lado de la puerta. Vestía unas ropas bastante caras, tenía el pelo muy bien arreglado y se notaba que sabía maquillarse. Escondía su rostro tras unas grandes gafas de primera marca y sólo fue cuando se las quitó que la reconocí.

Era Lorea, la chica a la que relacionaban con Javi en todas las revistas del corazón.

- Así que tú eres Bianca.

¿Qué hacia esa chica en mi casa?

- Sí, esa soy yo.

- No eres nada del otro mundo – me miró con desprecio y me repasó de arriba abajo sin ningún pudor. Sentí ganas de patearle la boca por descarada y maleducada.

- ¿Has venido hasta mi casa a tratar de insultarme? – intenté sonar educada, pero vomité esas palabras con el mismo desprecio con el que ella me miraba a mi. Tranquila Bianca, me dije, no te pongas a su altura, por muchas marcas que lleve encima solo es una busca-bocas.

- En absoluto, he venido a ponerte en tu sitio. Javi está conmigo. Que te quede claro, mona. Que te hayas sacado un hijo de la manga no implica que vaya a dejarme a mí, por una... chica como tú – cuando mencionó a mi hijo lo dijo con tal asco que despertó a la arrabalera que todas llevamos dentro.

Traté de tranquilizarme, pero no pude evitar fulminarla con la mirada.

Esa estúpida estaba tratando de sacarme de quicio para poder llevarse a Javi a su terreno, que él supiera que nos habíamos enfrentado y que yo había perdido los papeles no me iba a beneficiar nada... y menos aún sabiendo que Doña Inés aprovecharía cualquier minucia para que Marco se fuera con ellos y conseguir la custodia completa.

No iban a poder conmigo.

- ¿Sabe él que estás aquí? – intenté darle un giro a la conversación.

- Por supuesto. Nos lo contamos todo.

- Ah, genial. Entonces te habrá contado que esta noche ha dormido en mi casa, ¿no, mona? – le devolví el golpe.

Y pude ver como, de repente, le cambiaba el gesto. La superioridad que tanto demostraba se le estaba cayendo a trozos. Tantos que los podía ver por el suelo rociados.

Nunca ha sido mi estilo el ir haciendo daño a la gente adrede. No me gusta. Porque soy tan idiota que, por mucho que sepa que previamente esa persona ha tratado de hacerme daño a mí de un modo u otro, después me siento mal.

Pero eso no afectó a mi fachada.

Me apoyé en el quicio de la puerta y crucé los brazos sobre el pecho. Levanté la barbilla y le observé con el mismo gesto de superioridad con el que ella me había saludado.

Tan alta como era, tan estilosa y tan guapa, toda su máscara se estaba desmoronando dejando ver a una chica que estaba enamorada de la persona equivocada. Le hacía daño y me lo estaba demostrando sin quererlo.

Era una chica más que sabía perfectamente que era el parche, la tirita que trata de cerrar la herida que otra ha hecho antes que ella.

- Mientes – trató de recomponerse – él llegó anoche, me dijo en qué hotel se quedaba y se fue a dormir, estoy segura. ¿Qué quieres? ¿Tratar de hacernos más daño?

- Yo no trato de hacerte daño a ti, ni a él. Alejaros de mi vida, no quiero saber nada de vosotros.

- Pues tendrías que haber cerrado las piernas cuando concebiste a ese hijo – de nuevo escupió sus últimas palabras con todo el veneno que tenía dentro. Estaba intentando que perdiera mis papeles.

- Mejor le dices a tu novio que se hubiera guardado la chorra en los pantalones.

Me incorporé de mi cómoda postura en el quicio de la puerta y se la cerré en las narices. Si quería guerra y malos modos, los iba a tener.

No permitiría que nadie más entrara a mi casa a decirme a mí cómo tenía que llevar mi vida, ni las decisiones que tendría que haber tomado.

Una nueva Bianca estaba por llegar.

Y a ella le encanta jugar sucio.


Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora