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Al llegar a casa, Marco me recibió con el abrazo que llevaba días negándome.

Lloró desconsolado en mis brazos pidiéndome perdón y alegó repetidas veces que se merecía que ese año los Reyes Magos le llevaran carbón por haberme dicho aquellas cosas tan feas. Si es que era un amor, lo que pasa es que cuando se enfada tiene el mismo temperamento que su padre.

Carla también me abrazó y me mantuvieron entre algodones aquella tarde. Compraron chucherías de esas que a mí me encantaban, chocolate y merienda para estar todos juntos y relajados en casa. Lo dejaron todo por mi y yo se lo agradecía tanto...

Paola y Bruno también se quedaron, ella me consultó algunas cosas sobre el embarazo, que estaba acabando con ella. Tenía náuseas matutinas y no paraba de expulsar todo lo que comía. La pobre... tenía el consuelo de que supuestamente solo duraban tres meses y a ella le quedaba medio nada más.

Daniela y Giorgio vinieron del pueblo, donde ultimaban detalles del equipaje de la madre de Daniela para su partida hacia Cerdeña en pocas semanas. Los iba a echar muchísimo de menos pero, conociéndola, vendrían cada poco tiempo. Los recuerdos que ataban tanto a Daniela como a su madre al pueblo eran demasiado fuertes como para olvidarlos así como así.

Mis padres tampoco faltaron. Vinieron también desde su casa, alarmados por la llamada de Bruno y preocupados por mi estado emocional. Cuando me vieron relativamente entera se quedaron más tranquilos y se unieron a aquella reunión familiar improvisada en la que mi pequeño bicho y Noel estaban adheridos a mí como lapas a una roca.

Todos le pidieron besos a modo de saludo, pero él se negaba. Decía que todos los besos se los tenía que dar a su mami porque estaba enfermita y él tenía la culpa. Intentamos que cambiara de opinión con respecto a ese pensamiento de culpabilidad, sin embargo, fue en vano. Cuando algo se le metía en la cabeza difícilmente se le podía hacer cambiar de opinión.

Me sentí tan arropada por mi familia que apenas noté la ausencia de Javi o, al menos, eso pretendía hacer. Porque el que se fuera de esa manera del hospital, de nuevo y sin opción a decirle nada... me iba a poner peor. Así que despejé la mente y me centré en la conversación que se desarrollaba entre todos los miembros de mi familia.

Mis padres estaban emocionadísimos ante la idea de tener a un nuevo miembro en la familia, el embarazo de Paola les tenía la mar de felices y se les notaba. Además, Marco estaba encantado con la idea de tener un primito o primita con el que jugar.

Vi a Carla con ganas de contar su historia con Darío, estaba muy emocionada con este chico y se le notaba a leguas, sin embargo, entendía que quisiera guardarse esa información para darla por todo lo alto cuando tuvieran una relación estable. Ojalá todo le fuera bien. Se lo merecía.

Nos pasamos toda la tarde comiendo como cerdos, que si dulces, que si chocolate... decidieron encargar algo de cenar y traerlo a casa, todos estaban muy a gusto y yo sospechaba que no querían dejarme sola por miedo a que me viniera abajo o algo por el estilo. Lo que ellos no sabían es que yo estaba mucho más relajada desde que mi niño volvió a ser el mismo pequeño adorable y cariñoso que siempre había sido.

Sonó el timbre del portal y Carla se levantó a abrir y, de paso, dejar la puerta entornada para que quien fuera que viniese tuviera vía libre y ella no se levantara de nuevo.

Estaba casi segura de que era Sara, Carla le contó todo sobre mi mareo y mi estancia en el hospital y, conociéndola, vendría cargada de helado Ben & Jerry.

Pero no.

Un sobresaltado Javi entró cargado de bolsas al salón de mi casa dejándonos a todos perplejos, menos a Carla.

Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora