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Si había un sonido en el mundo al que realmente le estaba cogiendo asco, es al timbre de mi casa, siempre que sonaba era porque venía alguien a quien no deseaba ver. Y, por supuesto, esa vez no iba a ser menos.

- ¿Qué haces aquí? Se supone que me tienes que avisar cuando vienes – Javier estaba apoyado en el quicio de la puerta, con el ceño fruncido, preparado para la pregunta que le acababa de hacer.

- Quítate de en medio, no he venido a verte a ti.

- Esta es mi casa. Y si no quiero no pasas – me mantuve recta, con los brazos cruzados sobre el pijama de ovejitas que llevaba puesto. Él cerró los ojos, se mordió el labio inferior y me apartó de un empujón. Bueno, siendo sincera, con un simple meneo ya me manda al quinto pino así que, poca fuerza tuvo que emplear. – no te he dado permiso para que entres, ¿sabes?

Se dio la vuelta en mitad del salón y me miró, su enfado se esfumó y solo dejó paso a, ¿qué era eso? ¿Impotencia?

- Bianca, yo no puedo más – se encogió de hombros y se pasó la mano por el pelo.

- que no puedes más ¿de qué? – por decir algo, nada más.

- yo sé que tú no me quieres en tu vida, sé que fui un mierda y que te hice daño, que metí la pata hasta el fondo, te dejé sin motivos y de mala manera. Lo sé, y vivo cada día con ello. Intento arreglarlo, pero entiendo que tu no quieras. Pero comprende que en esta historia no estamos los dos solos, porque si así fuera ya me habría quitado de en medio, no te molestaría y te dejaría que fueras infeliz con el doctor sosainas ese que te has echado por novio. Pero, ¿sabes algo? Tenemos un hijo, que por mucho que le joda a tu novio, es mío también, soy padre Bianca y quiero pasar tiempo con mi hijo, porque ya sé que por gilipollas me he perdido muchos años y no quiero perderme más. Estoy aquí por él, no por ti.

No contesté, respiré hondo para sobreponerme y giré sobre mis talones para dirigirme a la cocina y dejarles a los dos solos, tenía razón, el niño nos uniría de por vida así que no me quedaba otra que callarme y apechugar, así aprenderé a mantenerme calladita cuando me pregunta algo. Cuando llegué y me serví un vaso de agua me di cuenta de que me había seguido.

- Dime algo – le oí derrotado.

- Lo has dicho todo, tienes todo tu derecho a verle y yo no te lo voy a quitar. Vete a ver al niño, que es a lo que has venido.

Bufó y se mordió de nuevo el labio inferior, el que a mi tanto me gustaba morder. En pasado.

- ¿Qué quieres Javier? – repetí ante la intensidad del silencio.

- Joder Bianca, otra vez así...

- Es como me pediste que te llamara.

- Y dale con la cantaleta. Lo sé, ¿Cuántas veces vas a recordarme aquel error? – levantó la voz y yo imité su tono:

- Hasta que me canse de hacerlo.

- De verdad que no puedo más con esta situación, me supera – Cerró los ojos en un acto de desesperación y se pasó las manos por la cara.

- No te lo voy a preguntar más, dime qué quieres.

- A ti Bianca, a ti y a nuestro pequeño, todos los días me miro en el espejo y me odio a mí mismo.

- No tienes por qué hacerlo. Ya te dije que soy yo la que tiene la culpa de todo.

- Sí, sí que lo hago, ¿sabes por qué? – negué con la cabeza, tenía miedo de escuchar lo que venía ahora y derrumbarme – os veo a los dos y sé que sois lo más importante de mi vida, porque os quiero y me encantaría despertar cada día a tu lado y mirarle a él, sentir que soy feliz y es así como me siento solo con mirarte y tenerte cerca. Cada vez que miro hacia atrás me acuerdo de que me hacías sentirme vivo, diferente y quiero volver a tenerlo.

Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora