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Recordar la estampa que esa misma mañana se había dado en mi casa mientras corregía exámenes, me seguía emocionando. Paola se abalanzó sobre mí y me dijo que ahora me tocaba ayudarle a mí con todo lo del bebé.

- Yo también quiero un bebé – dijo Daniela, mientras tenía a Giorgio al teléfono – entre todas vamos a montar una guardería.

Mi primo rio a través de la línea.

- Está claro, tenemos que tener nuestro propio equipo de fútbol, lo podemos llamar los bichitos – Carla estaba emocionadísima.

- O bichitas. Yo quiero una bichita y un bichito, en ese orden. – Paola ya manifestaba sus preferencias mientras mi hermano la miraba embelesado. Estaba claro que iban a disfrutar muchísimo de esa nueva etapa de sus vidas. Ambos iban a ser grandes y amorosos padres.

- A ver si hay suerte, el bichito ya lo tengo.

- Yo tengo la negra para todo, hija, mi suerte es nula. Al final tendré 5 churumbeles como me dijo tu tía cuando nos hizo lo de la cadenita. – se trataba de una especie de ritual en el que ponías la mano y ponían una medallita que golpeaba la mano tres veces y te decía cuántos niños ibas a tener y su sexo, no creíamos en esas cosas, pero nos hacían gracia. – Quintillizos tía, con lo chiquitilla que soy me tendrán que trasladar en grúa. Voy a parecer una canica.

Yo no podía parar de reír y de retorcerme en el sofá imaginándome esa situación, mi hermano y Paola padres de quintillizos, con todos ellos llorando a la vez, cambiando pañales, bañando y vistiendo a cinco niños pequeños, les daría un síncope.

- Tía, no te rías de mis futuras desgracias – pero yo no podía parar la risa.

Después de desayunar todos juntos los churros que había comprado Bruno, la parejita se marchó al pueblo a darles la noticia a sendos padres. No podían aguantar las ganas de gritarlo a los cuatro vientos.

El teléfono sonó por enésima vez, ¡madre mía! Quien fuera no entendía la indirecta de que no quería saber nada del mundo. Miré de soslayo a ver quién era, porque tanta insistencia ya me provocaba muchísima curiosidad. Carla, ¿qué quería esta un sábado por la tarde? Sabiendo que era ella decidí contestar, podría pasar algo.

- Espero que sea urgente Carla, mi teléfono arde de la cantidad de veces que me has llamado – dije con un tono severo. Ella era la primera que sabía que, después del encuentro del parque con el innombrable, evitaba salir a la calle hasta que supiera que se había ido.

- Bianca de mi vida, si te llamo con tanta insistencia es porque necesito que lo cojas pedazo de chalada – la noté preocupada, a saber lo que le pasaría ahora – necesito que vengas al estudio.

- ¿Qué? A las siete de la tarde, un sábado, ¿al estudio? – puse los ojos en blanco y no lo podía creer ¿ahora? ¿Al estudio? ¿Qué necesitaba?

- Lo que has oído hija, que vengas. Lucía, mi ayudante, está fatal de la alergia y casi no puede abrir los ojos de la hinchazón. Como que la he dejado en urgencias y allí ya le ha acompañado su novio. Por favor, por favor, no te pediré más favores en mucho tiempo.

- Sí claro, y yo voy y me lo creo. Mira Carla que son demasiados años ya contigo, siempre que necesites algo me lo vas a pedir, que tienes mucha cara ¿qué va a ser lo siguiente? Y, además, ¿qué hago con Marco? Te recuerdo que tengo una pequeña responsabilidad a mi cargo. – Le oí resoplar por el teléfono antes de responder:

- Por el enano no te preocupes, ya sabes que tengo aquí juguetes y mesitas y cositas para peques ¿recuerdas? ¡Que yo compro toda la sección infantil de Ikea cada vez que hay algo nuevo! No ves que hay que entretener a los niños que vienen con sus madres... pareces nueva, hija.

Llévame a donde tú estésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora