CAPITULO 40

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Owen deliraba, su temperatura superaba los 40 grados y seguía en aumento. Una persona normal hubiera comenzado a convulsionar e incluso estuviera muerta, pero él no era humano. En ningún momento me separé de su lado. Sostenía la mano de Owen, infundiéndole valor en el silencio de mis plegarias. Adriel se mantenía a distancia, observando, de vez en cuando murmuraba algo a Jeremías, pero se encontraban muy lejos para escuchar lo que hablaban.

-Jade. –Adriel me toca el hombro, me exaltó ya que me estaba quedando dormida. Lo volví a ver y él agregó: -descansa, me quedaré con él.

Negué con la cabeza y di por terminada la conversación. Así pasaron un par de horas más, hasta que voces me volvieron a la realidad. La puerta se abrió de golpe y mi padre ingresó. Fulminé a Adriel con la mirada por haberles avisado sobre mi paradero.

-No culpes a Adriel. –Se apresuró papá a defenderlo. Estábamos muy preocupados por ti, eres una inconciente Jade, Agatha no ha parado de llorar y ni te digo la angustia que me hiciste vivir cuando ese.... cuando él te llevó de nuestro lado. -Lo señala de forma despectiva.

No debía ser egoísta, de haber sido él o mamá los desaparecidos, de seguro sentiría lo mismo, pero cuando se trataba de Owen, todo lo demás se disipaba, como si fuéramos solo él y yo, en nuestra burbuja personal.

-Lo lamento. –Me levanté y lo abracé.

-Hija, no vuelvas a hacernos esto. _Me regañó con su voz cargada de preocupación.

-Tienes razón, lo siento tanto. –En los brazos de papá me sentía segura.

Sentí un mareo, mis piernas no respondieron, papá apenas fue capaz de sujetarme para no caer.

-Jade. –Expresó turbado por mi repentino desvanecimiento.

-No ha querido dormir desde que llegó. –Le indica Adriel.

El cansancio me pasaba la factura, pero no quería, no podía perder el conocimiento. Miré a Owen con la vista borrosa, mis ojos se cerraban en contra de mi voluntad, no fui capaz de mantenerme despierta más tiempo, simplemente me desmayé.

***********

Volaba muy alto, pero al observar bien mis alas no eran normales, parecían ser de cera. El cielo azul, las nubes blancas y amontonadas, cubrían el sol, me daban la impresión de algodón de azúcar.

La suave brisa movía mis cabellos, cerré los ojos, un sentimiento de libertad me invadió, de paz, ahí arriba el tiempo parecía detenerse, no existía una gota de inquietud, por el contrario, me embriagaba una sensación de plenitud.

-Jade. –Aquella voz me hizo abrir los ojos y entrecerralos al vislumbrar una luz en frente de mí.

-¿Quién es? –Pregunté deteniendo mi vuelo.

-Jade. –Volvió a nombrarme casi en un susurro.

La luz se fue alejando, la perseguí, se elevó pero no la perdería de vista. Fue cuando las nubes siguieron su curso y el sol brilló a sus anchas.

-Jade. –Me seguía llamando, acercándose al sol. No me di cuenta hasta que fue tarde que mis alas se derretían. Recordé la historia de Ícaro y Dédalo, ¡Oh demonios! Exclamé precipitándome hacia el suelo.

Intentaba detenerme pero había perdido la mitad de mis alas, ahora el viento golpeaba con rudeza mi rostro, apenas podía mantener los ojos abiertos. Grité como si el grito saliera de lo más profundo de mi ser. Veía a la perfección como me acercaba a mi desenlace.

Pensé en mis padres, en mi hermano, en Owen, jamás los volvería a ver, me preparé para morir, cuando otra vez aquella suave voz me llamó. Como pude me coloqué de espaldas y aquella luz se encontraba muy cerca, una mano se extendió, traté de alcanzarla, nuestros dedos se rozaban pero escapaba de su agarre.

Luz y TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora