Entramos a un salón de clases y nos sentamos. Leo nos dijo que el líder nos quería hacer unas preguntas. Dijo que su nombre era Robert.

En el escritorio, hay comida preparada. Sandwiches, ensaladas, chips, puré de papa y arroz. Nos servimos a nuestro gusto y comemos. Nayeli decide servirse más que los otros. Está nerviosa. Siempre come demás cuando está nerviosa o triste, aunque su cuerpo no engorde.

Pasan 15 minutos. Entonces deciden hablar con nosotros. Un hombre de cabello castaño, de ojos azules, alto y delgado entra al salón. Tiene un guante café de cuero en la mano izquierda. En la otra, tiene un tatuaje de un dragón. Seguramente, no usa un guante sólo para presumir lo bien que se ve el tatuaje.

-Un gusto. Me llamo Alex. Soy el asistente de Robert. Él mismo me pidió que les hiciera unas preguntas. No hay de qué preocuparse. No los echaremos del lugar si responden mal. Necesitamos cuidarnos mutuamente debido a la situación actual.

-¿Son todos militares? –Pregunta la madre de Frida.

-No, señora. Muchos de nuestros hombres fallecieron por la infección. Perdimos contacto con el mundo exterior. Fuimos olvidados. Ahora, quedamos el señor Robert y yo, junto con algunos 7 soldados de la militarizada que se ofrecieron a venir. –El hombre toma una pausa y pone su mano en el escritorio para recargarse en él. Luego toma una bolsa de chips y se las va comiendo.

–Discúlpenme, pero mi comida es hasta dentro de una hora. En fin, queremos hacerles preguntas acerca de si saben usar algún tipo de armas. Puntería. Habilidades que puedan ayudar a la comunidad. Uno por uno, entrarán conmigo a un cuarto sin distracciones. Luego se les dará trato médico. Algunas pruebas para verificar que no estén infectados con el virus o cualquier otra enfermedad. Si están de acuerdo.

Todos aceptamos. Alex sonríe y luego se lleva al hermano de Phil. Con el tiempo, pasa Frida, luego Viviana, luego Newit, luego la madre de Frida y después, voy yo. Nayeli es la última. Ella se queda sola en el salón. Cuando salgo, veo Frida y Newit hablan fuera de un salón de clases. Probablemente, donde les hicieron el chequeo médico, pues tienen una venda en la muñeca. Alguna prueba de sangre, quizá.

-¿Saben detectar el virus en el cuerpo de alguien? –Le pregunto a Alex.

-Sí. Es como detectar el sida en alguien. Un proceso que se puede hacer manualmente sin necesidad de máquinas avanzadas. –Responde.

-¿Han encontrado gente con el virus?

-Amigo, soy yo quién hará las preguntas.

-...Sí, lo siento.

Llegamos al cuarto y él me indica que entre primero. Un cuarto amplio. Una mesa. Dos sillas. –Por favor, siéntate.

Ambos nos sentamos y el toma una hoja para hacerme algunas preguntas acerca de cómo hice para sobrevivir hasta ahora. Yo entonces le redacto todo. El accidente de auto. Cuando conocimos a la familia de Frida. La búsqueda de alimentos. Todo, excepto mis visiones. Creería que soy algún loco o drogadicto.

-¿Has usado armas? –Pregunta

-Usé cuchillos. Navajas. No teníamos armas. Fue hace poco que encontramos unas y las usamos.

-¿Fuiste bueno? Responde con honestidad.

-Sí. Newit también fue bueno disparando.

-Bien. Ambos confirman que el otro disparó bien. Nos vendrá bien tenerlos. Lo que sucede es que entre más gente tenemos, más protección necesitamos. Más alimentos. Más terreno por ganar. Rodeamos esta escuela de una reja reforzada para que ningún infectado entrara. Cuando hay obstáculos, se vuelven un poco lentos o estúpidos. Aún así, son un peligro cuando ven algo qué comer. Todos deben ser erradicados. Por lo tanto, asignamos a todos algo qué hacer para que nos ayuden a proteger la zona. ¿Nos ayudarás?

Asiento. Él sonríe. Luego me lleva a la revisión. El salón tiene varias camillas para la gente enferma o lisiada. La doctora que me atiende es una mujer de unos 45 años de edad. Sus ojos son café, pero su cabello es rubio. Un poco robusta y varios centímetros más baja que yo. Ella toma mi muñeca y mete una jeringa para sacar la sangre. Después, la toma y la derrama en un objeto circular. Luego, derrama algunos líquidos transparentes en él, pero la sangre se torna oscura. La mujer abre los ojos muy sorprendida. –Infectado... -Dice en voz baja

-¿Disculpe? –Le pregunto.

-¡Está infectado! ¡Retengan a este hombre! ¡Tiene el virus en su sangre! –La mujer llama a un soldado y él me intenta esposar. Yo intento convencerle que no es así.

-¡No! No, yo no estoy infectado. He visto cómo funciona el virus. Se propaga por mordidas y en menos de un minuto, la gente se convierte. No me chin...

De repente, todo se vuelve oscuro.

Despierto en un cuarto aislado de todo, atado a una silla de madera. Las esposas en mis manos están ligeramente apretadas, pero aún así, es difícil escapar de ellas.

Un hombre sale exclamando que he despertado. Luego entra un hombre alto, de edad avanzada pero en buena forma.

-Jovencito, has quedado expuesto al virus que ha estado transformando a las personas en criaturas incontrolables. Sin embargo, sigues despierto. ¿Cómo?

-¿No cree que es una pregunta estúpida? ¿En serio cree que conozco esa respuesta? –Le respondo.

-No tienes por qué responder tan...

-Oh, sí tengo. Por qué, si me golpearon para dejarme inconsciente. ¿Les hicieron daño a mis amigos? Si me entero que...

-Joven, usted y su amiga son portadores de un virus desconocido. Lo extraño...

-Espere ¿Amiga? ¿Quién más está infectada?

-Ah, bueno, no lo recuerdo.

-Señor. –Dice el joven que dio la alerta de que desperté. –Dijo que se llamaba Nayeli.

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Apocalipsis MutanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora