Amaneció con el cabello despeinado
y un millón de dudas atoradas
en una conjugación de nudos,
en su garganta.Amaneció,
pero nunca abrió los ojos:
estaba ciega.
Ciega de la magia en sus nudillos.
En esa forma tan suya de moverse por el mundo
de puntillas. A ciegas.
Había estado viviendo en
una constante guerra,
al filo del cara o cruz.
Nunca supo amarse tanto como amaba
la música que no sonaba
a mitad de un huracán
en pleno verano.
Estaba tan gastada de amanecer
y no abrirse las pestañas
en un engaño.
Era tan intensa,
tan rota,
tan suya,
que no necesitaba amanecer para masturbarse
la herida en un sueño.
Estaba tan completa he incompleta al mismo tiempo.
Deshecha, y hecha.
No pedía más.
Se amaba y el mundo se iba a la mierda
en un parpadeo,
sin abrir los ojos.—