Fue un 15 de Abril cuando descubrí que la puerta estaba entreabierta. En realidad, todo me recuerda a un asqueroso vomito de frases sin sentido, con la intención de herirnos en el intentó, en vez de intentar salvarnos. Las moscas lo sabían: era un punto de quiebre en el cual, no habría marcha atrás. Una puta herida punzante, que cortaba nuestra lengua, como el cigarrillo cortaba nuestra garganta. Y es que fuimos de ese modo: tuvimos un terrible juego de azar, donde nos importaba un carajo si el otro estaba bien, o si nos dolería dejarnos después.
Quizá, era tu cumpleaños; no lo recuerdo con claridad. Fueron años demasiado duros para mí, el único sobreviviente de esta masacre cruda, que realidad, intentó atarse al cielo más de una vez... 4 Años nos bastaron para deshacernos incompletos. Tenías una sonrisa que podía salvar el mundo, pero, como es de costumbre, nadie sabe que puede salvar a un millón de corazones con el brillo de sus ojos.
Si te soy sincero, fui demasiado despreocupado. No me percate que tu risa era de papel pegado con cinta adhesiva. No quise ver que las cartas ya estaban echadas al fuego, con una luz roja parpadeando en tu pecho, indicándome que fuese un poco más compresivo; un poco más interesado en el nudo de tu estomago, que desbordaba sentimientos inconclusos.
Quisiera decir que no fui un imbécil contigo. Que te cuide hasta perforarme las clavículas, intentado corregirnos del error, y amarnos tanto, porque al final, merecías más que instantes felices.
Merecías más que una hermosa cicatriz. Un baile con una canción de Sabinas, caminando sobre la cuerda floja, porque sabías que yo estaría allí para detener tu caída.
Nos dijimos tan poco antes de despedirnos... Porque el adiós siempre me supo a mentira. Porque la única verdad, se escondida entre tus pestañas, en un peldaño hacía tu espina dorsal. Era la única verdad que conocía.
Y al final, los 15 de Abril, se convirtieron en otros 4 años con sabor a pesadilla. Con el único remedio del alcohol, y la constante sangre del recuerdo de tus brazos. Y me tatué en cada fibra, un te quiero, como recordatorio inútil de intentar alcanzarte. Porque después de tanta sangre en el sofá, mi única cura era volver a verte para pedirte disculpas. Pero te encantaba los finales de mierda; poéticos, sí, pero tu nunca supiste medirte. Me rompiste el corazón con delicadeza, y no sé si lo has hecho con amor, o por despecho.
Ahora puedo decirte, que alguien más vino a curar lo que dejaste a medias. Que siento mucho que haya terminado de ese modo, pero no puedo seguir culpándome por una decisión que tomaste. Que siempre voy a quererte, y que dejaste un precioso recuerdo, y que cambiaste en mí, algo que ya estaba roto.
Que nadie jamás va a llenar tu lugar, pero espero que la persona que llego después de ti, sepa que estoy hecho mierda, y que será jodidamente complicado volver a abrir mi corazón... No sé si estés leyendo, he ignoro por completo en donde te encuentres; he dejado en tu departamento todos los fragmentos de ti, y los pedacitos de mi corazón, en el frasco de los versos, sobre tus medias.
A veces dueles, sí, pero me dueles mejor cuando sé que estoy por olvidarte.
— Álex Hernández.