Estamos tan aferrados a la idea de que el amor se trata de posesión. De aprisionar y dejarnos de querer; porque es así. Se deja de querer cuando las ganas de vernos se convierten en lo cotidiano. Se deja de querer cuando nos conocimos libres, y en pleno vuelo, damos el tirón al suelo, sin que nadie nos espere debajo del océano, arrastrando al otro a la profundidad de nuestra inseguridad.
Se deja de querer cuando se nos acaba la confianza, y se nos empieza a pudrir el corazón; cuando los te quiero empiezan a salir de sobra; cuando comenzamos a clavarnos las costillas con otros clavos, dañando a más personas. Cuando hacer el amor, involucra más el acto sexual, que el juego de miradas tratando de encontrarse en los recovecos del contigo.
Nos dejamos de querer cuando nuestras lenguas se hacen nudos, escupiendo frases al azar, que terminan siempre dando en el intermedio del corazón; devorando cada una de nuestras locas manías.
Y la verdad es, que se deja cuando confundimos todo con amor; una palabra, una mirada, una taza de té, una sonrisa, un abrazo de despedida.
Se deja de querer cuando dejamos pasar el último tren, esperando que nos diga con la mirada: "Déjalo todo, y ven, joder. Que quiero morderte los sueños, mientras jugueteamos en el camino".
Se deja de querer cuando esperando algo a cambio. Cuando el amor no es libre. Cuando lloramos más de lo que nos corremos. Se deja de querer, porque siempre esperamos poseer.
mpG