Mackenzie.

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Capítulo 2

Iba tarde y si me descubrían me suspenderían por un día, y eso significaba estar con mi madre, limpiar la casa de forma de castigo y aquello me llevaría todo el día. Corrí por los pasillos, pero oí un ruido y me detuve, era un constante golpeó en la cerámica del pasillo. Cuando me volteé le reconocí inmediatamente incluso con las gafas de sol puestas. Ahí estaba la chica del piano, tenía un bastón para ciegos y parecía algo perdida, miré mi reloj y gruñí.

- Demonios. – Murmuré antes de acercarme a ella. – Hey, ¿Necesitas ayuda? – No siempre era mala, aunque los demás llegasen a pensar eso.

- Oh, hola. – Ella sonrió. – Solo me perdí un poco.

- ¿A dónde ibas?

- A la oficina del director, vine aquí antes de empezar el curso, pero aun no logro recordar todo. – Ella rio algo nerviosa.

- Tranquila, a todos nos pasa el primer día. Este edificio es como un laberinto, pero no te preocupes sé el camino a la oficina del director de memoria. – Tomé su brazo con suavidad. - ¿Llevas mucho por aquí?

- No, me he cambiado de instituto hace poco. – Yo asentí, aunque ella no me viera. – Pensé que llamaría un poco más la atención.

- Debiste hacerlo, pero estuve unos días suspendida. – Me encogí de hombros. – Por cierto, soy Lucy Ferrer.

- Un gusto, Lucy. – Ella sonrió, tenía una sonrisa bonita. – Soy Mackenzie Blake.

- Bueno, Mackenzie hemos llegado. – Cuando la secretaria me vio me saludo, ella era agradable conmigo y a veces se reía de mis travesuras, supongo que era por el hecho de ser joven y odiar al director. – Hola Mona, he traído a una extraviada, ¿Me das una autorización para mi clase?

- Claro, tesoro. – Ella me dio una nota y sonreí, salvada por Mona.

- Muchas gracias, Lucy.

- Por nada, Mackenzie. Nos... - Iba a decir nos vemos, pero no sabía si aquello era correcto.

- Nos vemos, Lucy. – Ella sonrió divertida antes de sentarse a esperar al director.

Bien, si era una chica algo pesada y ruda muchas veces, pero había que tener una pequeña consideración hacia una persona ciega. Ahora entendía por qué Brooke me quería lejos de ella, tenía razón ella ya lo estaba pasando mal para que yo le llevara más problemas como lo que significaba relacionarse conmigo.

Ser la hija de Satanás, el cachudo, el diablo, Lucifer, Loki, como quieran llamarle, no era para nada fácil. Sobre todo, cuando te ponen como nombre Lucy Ferrer, Lucy Ferrer por si no habéis captado. Su vida se basaba en hacer tratos, claro que vivíamos bien gracias a ello, pero todo era una mierda. Mi madre era humana, y se enamoró de él sin saber su verdadera identidad, aun así, siguió con él y nací yo, la hija de Luke Ferrer como lo conocen las personas que nos rodeaban, no tenía poderes sobre naturales como matar personas con mi mente y esas cosas, pero si tenía habilidades para persuadir a algunas personas para hacer lo que yo quería, pero mamá no me dejaba usarlo y si lo hacía de alguna forma se enteraba. También tenía una habilidad de encantar a las personas cuando cantaba, bueno más que encantar es enamorarles, y algo que venía ocultando desde hace unos meses era el hecho de mis recientes parentescos más cercanos a mi padre, como cuando le daban sus rabietas y aparece su cola junto a sus cuernos, pues me había pasado al menos en dos ocasiones y para mi suerte no estaban ellos cerca. Si ellos se enteraban significaría mi fin como una persona semi normal.

Rayaba el pupitre con alguna de mis constantes caricaturas al maestro de matemáticas cuando por fin había sonado la campana. Fui a mi casillero por algo de dinero para comer cuando a mi lado noté a la chica ciega, ¿Cuál era su nombre?

- Así que tú eras mi vecina desconocida. – Le miré confundida.

- ¿Disculpa?

- Ya me preguntaba porque mi vecina de casillero no parecía, y era porque estaba suspendida.

- ¿Cómo has podido reconocerme?

- Tengo un buen olfato, - Ella se encogió de hombros con una sonrisa. – y además usas un perfume diferente. ¿Cuál es?

- No uso nada. – Eso del olor a las brasas del infierno era un mito que alguien había creado, mi padre al igual que mi hermana tenemos un olor único que atrae a los humanos sin que lo notaran, al parecer ella lo había hecho.

- Pues tienes un olor particular. – Ella se sonrojo. – Dios, eso ha sonado acosador.

- Tranquila, cuando vives en Seattle te acostumbras. ¿De dónde vienes?

- ¿Cómo sabes que no soy aquí?

- Te hubiese visto alguna vez.

- Soy de Australia. – Quise preguntarle acerca del agua del inodoro, pero me reservé la pregunta. – Bueno, en realidad nos mudamos hace mucho, pero decidí cambiarme de instituto.

- ¿Puedo saber por qué?

- Si me llevas a la cafetería te lo contaré todo. – Yo sonreí levemente.

- Okay. – Tomé su brazo guiándola por los pasillos. Era agradable volver a tener a alguien para hablar, la mayoría aquí me tenía miedo y lo entendía, mis innumerables travesuras y mi instinto violento causaba eso en la gente.

- Terminé con mi novio en mi vieja escuela, aunque ese no es el motivo fue un detonante. En esa escuela me sentía diferente, pero no el diferente bueno. Sentía que era extraña y esas cosas, ¿Sabes?, no me sentía adaptada ahí.

- Ya, te entiendo. – Murmuré.

- Aquí son muy amables. – Me sentí algo mal por ello, yo era el desastre que tenía esta escuela. – Se demuestra en ti.

- Solo soy algo amigable, es el primer día en que te veo y supongo que tendré que verte el resto del año escolar.

- Muchas gracias por todo, de verdad necesitaba a alguien amable. – Un escalofrió recorrió mi espalda, esa pequeña voz que me incitaba a hacer una travesura apareció cuando llegamos a la cafetería, debía alejar aquella chica o si no solo le traería más problemas.

- Te presentaré a algunas personas. – La guie hasta la mesa de las personas más decentes del lugar, compartía clase con algunos y eran bastante agradables, incluso conmigo. – Hola.

- Vaya sorpresa, Lucy. ¿Te podemos ayudar en algo? – Samantha desvió la mirada de su libro para prestarme atención.

- Ella es... - Demonios, había olvidado su nombre.

- Mackenzie. – Ella dijo al notar que lo había olvidado.

- Si, ella es Mackenzie y es nueva.

- Hola, Mack. – Jack fue el primero en saludarle con una sonrisa.

- Ahora, debo irme. – Miré a los chicos de la mesa y ellos asintieron. – Nos vemos.

- Cuídate, Lucy.

- No te preocupes, nosotros cuidamos de Mack. – Rebecca me sonrió, antes de ayudar a Mackenzie a sentarse. - ¿Has traído almuerzo, Mack? – Fue lo último que escuché antes de marcharme en busca de mi almuerzo. 

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