Camila Patton era una de las alumnas en la academia de policías de Nueva York. No se esperaba qué aquella mañana de clases cambiaría su vida para siempre pero ya ha tomado un decisión.
Ahora todo es totalmente diferente. Trabajo, casa propia, amigos...
- Señoras y señores pasajeros, les informamos que el vuelo 44508 con destino Chicago despegará dentro de treinta minutos.
Pues sí, desde que Voight habló conmigo aquella mañana, he estado en una encrucijada conmigo misma. Un día pensaba que todo eso acabaría y que dejarían de ponerme castigos solo a mí, otro día también pensaba que sería bueno cambiar un poco de aires, así que dejé de comerme la cabeza y decidí llamarlo.
- ¿Me da el billete, por favor?
Llevaba cinco minutos haciendo cola en la puerta de embarque, dónde una mujer joven con un traje negro y un bonito sombrero rojo miraba los billetes. Al tenderle el billete pude fijarme que tenía un tatuaje en la muñeca, una especie de estrella de David.
- ¿Te gusta?
Ahora que la mujer me lo está tendiendo para que lo vea más detenidamente, puedo verificar que es una estrella de David, pero no es muy común. Es como si fueran unas manchas de pintura salpicadas en la piel y dónde está la estrella no hay nada tatuado.
- Oh, me encantan.
La verdad es que por temas de la ley no me he hecho ninguno que esté a la vista, pero sí que tengo uno. Un corazón pequeño en el oblicuo izquierdo. Me lo hice un viernes por la noche después de haber salido de la academia y haber discutido cómo muchas veces con Megan. Es una persona tan sumamente creída y estúpida, que me repugna respirar el mismo aire que ella. Por eso me tatué el corazón, para acordarme de que tengo que querer tanto a las personas como me quiero a mí misma.
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- Buen viaje.
- Gracias.
Al día siguiente de hablar con él, se lo comenté a todos mis compañeros y se quedaron muy sorprendidos cuándo les dije la noticia. La verdad es que yo tampoco me lo podía imaginar, iba a marcharme a Chicago antes de haber hecho la graduación. Haber rogado tanto a los dioses griegos me ayudó bastante.
Quedaban treinta minutos para que el avión despegara y me hiciera cambiar mi antigua vida en «la ciudad que nunca duerme» por una nueva en la «ciudad del viento». El avión poco a poco se va llenando de pasajeros; mientras tanto, yo intento coger la postura para dormirme las dos horas y media de trayecto.
No recuerdo a qué hora ni en qué momento me quedé dormida, sólo recuerdo estar encogida en el asiento viendo a un niño jugar con su muñeco. El avión marca las dos y veinte de la tarde y eso es fantástico, sólo faltan diez minutos para bajarme de aquí. Por la ventana ya puedo distinguir las zonas de edificios y las carreteras, donde muchas personas pasan a esta hora. Durante el momento de aterrizaje me coloco los audífonos para escuchar música porque el sonido de los motores me ponen atacada, creo que el avión se va a chocar.
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