Cayden había trabajado prácticamente sin descanso durante toda la semana, porque una vez que había resuelto el asunto de Stella, su mente se encontraba despejada y lista para volver a los negocios. Habían sido días productivos y le había dado el espacio que suponía Stella requería.
La verdad, no tenía la menor idea de cómo actuar en adelante. Una relación... eso era toda una novedad para él y aunque no estaba convencido totalmente de la utilidad de ese acuerdo, sí lo suficiente. Por lo tanto, seguiría hasta el final.
Porque lo sabía. Stella terminaría aceptándolo, ¿por qué otra razón había accedido a llevar un compromiso con él? No, los dos sabían que llegado el momento, no se negaría a la boda.
Una inquietante sensación se extendió a través de él al pensar en la boda. Era absurdo, claro, él no era de esos hombres que permitían que las circunstancias los doblegaran. Y esa en particular, no iba a cambiar en absoluto su vida.
Con esa decisión en mente, condujo hasta la casa de Stella para invitarla a cenar. Era tiempo de que se volvieran a ver y acordaran las condiciones definitivas de su compromiso y posterior matrimonio.
Al verla en la puerta le sorprendió la manera desenfadada en que estaba vestida. Con unos pantalones salpicados de ¿pintura? y una blusa un tanto suelta, lucía muy diferente a las anteriores veces en que se habían encontrado. De ninguna manera haría una esposa ideal con esa apariencia.
Curvó la comisura de sus labios, en una mueca de diversión al imaginar la contrariedad que se dibujaría en el rostro de su padre al ver a su futura nuera de esa manera. Seguramente ya no le parecería tan adecuada, aun siendo de familia noble.
La llevó del brazo hasta el salón, donde varios miembros jóvenes de la familia se reunían. ¿Por una razón que tenía que ver con él? Estaba intrigado por el interés.
Saludó con el hermano gemelo de Stella, Oliver Torrenti. También estaba la chica que ofrecía la fiesta, Mía Ferraz y sus hermanas también gemelas, Ciana y Bianca. Las tres eran primas de los Torrenti.
A él parecía no agradarle demasiado. En cuanto a las jóvenes, Mía lo miraba con cautela pero sonrió. Bianca se mostraba encantada con él, mientras Ciana esbozó una leve sonrisa.
Intentó desplegar su encanto, aunque pesaba usarlo para algo tan inútil como impresionar a la familia de Stella. Ni siquiera estaban presentes sus padres para que el esfuerzo sirviera de algo.
–Hic et nunc –murmuró Cayden fijando sus oscuros ojos verdes en Bianca, al leer las palabras en la pulsera que ella llevaba–. Aquí y ahora.
–¿Tú sabes latín? –los ojos grises de Bianca brillaron de emoción cuando Cayden asintió–. Increíble –susurró.
–Te la has ganado –Stella le sonrió a Cayden–. Ama todo lo relacionado a la historia de Roma y el latín como rasgo sobresaliente.
–¿Ah sí? –Cayden le brindó una sonrisa a Stella antes de centrarse en Bianca–. El latín es una de las asignaturas obligatorias para cualquier Sforza.
–¿Lo hablas con fluidez? –Bianca estaba totalmente animada.
–Sí. También lo leo y escribo bastante bien –la despreocupación en la voz de Cayden casi podía pasar por humildad.
–Que emocionante –exclamó Bianca y continuó charlando con él. Para todos fue evidente su agrado. Después de veinte minutos, Mía también sonreía y contestaba con amabilidad a su encanto. Transcurridos diez minutos más, hasta Ciana sonreía con más afabilidad hacia Cayden.
Stella estaba sorprendida por lo manipulador que podía ser Cayden. De alguna manera, se alegraba de que no utilizara su encanto vacío con ella, porque no quería sonreírle tontamente y temía que quizá no pudiera evitarlo. Pero él había elegido ser sincero con ella, aun cuando claramente habría podido encandilarla con palabras y promesas de amor que no sentía. Se alegraba de que la considerara más inteligente que eso.
Cayden paseaba por el jardín con Stella, en un cómodo silencio tras haber pasado más de una hora con los jóvenes de la familia. Tanto Oliver como las gemelas y Mía se habían marchado ya.
–Parecen muy unidos –Cayden miró de reojo a Stella que sonreía al asentir.
–¿Acaso en tu familia no lo son? –Stella preguntó con un toque de incredulidad–. ¿Cayden? –insistió al notar que él seguía en silencio.
–No exactamente –él se encogió de hombros–. Nadie se atrevería a cuestionar una decisión personal de otro miembro de la familia.
–¿Cuestionar? ¿Crees que eso es lo que hacían? –torció el gesto, contrariada.
–¿Tú no? –arqueó una ceja con sorpresa–. Entonces ¿qué hacían?
–Se llama preocupación por un ser querido y es común en la familia. Te preocupa su bienestar, sus decisiones y emociones... –Stella rió levemente–. Pero te lo digo a ti, que seguramente no entiendes a qué me refiero.
–¿Estás diciendo que no tengo emociones? –Cayden apuntó, divertido.
–Ni preocupaciones por el bienestar de los demás –asintió con demasiado énfasis, dando a la afirmación una nota de ridiculez–. O al menos, eso crees.
–¿Sabes qué me preocupa? –él se detuvo y la miró intensamente–. Que empieces a ver y buscar en mí cosas que no están ahí. Que no encontrarás, porque no existen. Soy lo que ves, no hay más.
–Lo sé –murmuró Stella con un suspiro–. Eso es lo más triste. Que lo sé.
Cayden sacudió la cabeza, intentando despejar su mente. ¿Cómo habían terminado hablando de eso? Él prefería no discutir sobre su familia ni sobre sí mismo, si era sincero. Pero suponía que era parte de establecer algún tipo de relación sentimental con alguien. ¡Demonios!
No quería hablar de él, no quería revelar sucesos de su pasado ni compartir sus emociones y preocupaciones –de llegar a tenerlas–. ¿Por qué querría semejante invasión de su privacidad y pérdida de libertad?
Mientras continuaban caminando en silencio, pensó por un momento en su infancia, en los días en que había estado en el internado y las escasas vacaciones que compartía en la Mansión Sforza. El implacable rostro de su padre y la serenidad de su madre. La rivalidad con su hermana mayor, los poco más que desconocidos que le resultaban sus hermanos menores cada vez que estaban juntos. Las famosas reuniones familiares donde el único tema eran los negocios de la Corporación. Su graduación. Su primer ascenso en la empresa familiar. Su continuo éxito.
Había sido una vida que había valido la pena vivir hasta ahora. Y no estaba del todo seguro de querer cambiarla o complicarla. Notó que Stella se había adelantado y la alcanzó con un par de pasos.
–En mi familia, todos guardamos una distancia adecuada con respecto a los asuntos personales de cada uno –Cayden se encogió de hombros–. Es normal.
–Todos –Stella asintió y ladeó su rostro–, excepto tu padre.
Eso llamó su atención por la percepción equivocada. Su padre era el que menos se involucraba emocional y personalmente en la vida de sus hijos, ¿por qué había llegado Stella a esa conclusión?
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Inevitable (Sforza #2)
RomanceDos vidas se entrelazan por un insólito plan. Cayden cumple un papel destacado en la Corporación Sforza, a pesar de que la sombra de su hermana mayor no se lo ha dejado nada fácil. Ahora tiene la oportunidad de superarla. Ahí donde Giovanna no triun...