Capítulo 22

8.4K 1K 31
                                    

Lo había pensado imposible. Sí, había sido bastante escéptico respecto a la idea de Stella, lo admitía. ¿Él trabajar desde su habitación, con Stella a su lado y sin su asistente alrededor? No, no lo creía posible. ¿Y las reuniones? ¿Los archivos? ¿Los contratos? Tan improbable que... ahí estaba. Tres horas después, dando el último vistazo al contrato más reciente antes de remitirlo a su asistente para las correspondientes copias. Lo había logrado.

Por supuesto, al principio habían tenido dificultades porque a Stella le costaba contener sus emociones mientras leía y lo distraían sus risitas y sus ¡oh! y sus ¡ah!

Él le dirigía su mejor mirada fulminante y ella notaba que había vuelto a hacerlo y se disculpaba con los ojos, antes de volver con rapidez a su lectura. Pero después de un tiempo, se había sentido... cómodo. Extrañamente cómodo con la compañía de su esposa. Acompañado. Qué extraña sensación.

Sacudió la cabeza, soltó el aire lentamente y se apoyó en la almohada dispuesta en el respaldar de la cama. Cerró la computadora portátil mientras observaba de reojo a Stella. Ni siquiera había notado lo que él hacía, es decir, ni siquiera parecía estar ahí, a su lado. Se veía ausente y ensimismada en la lectura.

Frunció los labios y pareció costarle un gran esfuerzo no reír. Sí, parecía a punto de romper a reír a carcajadas. Cayden arqueó una ceja y carraspeó.

–Oh, ¿lo hice de nuevo? –Stella clavó sus brillantes ojos verdes en él–. Lo siento si te interrumpí.

–No, por supuesto que no –Cayden reprimió una sonrisa inesperada y la miró con... desvió la mirada–. ¿Qué estás leyendo?

–Uno de mis libros favoritos. Es parte de una trilogía –Stella contestó con tono soñador–. ¿Has terminado?

–Eso parece –se encogió de hombros y Stella, dejando de lado el libro, retiró la computadora–. ¿Y de qué trata?

–¿El libro? –preguntó desconcertada por su interés.

–Sí.

–No te gustaría.

–¿Por qué no?

–No es tu estilo.

–Ah... –entrecerró los ojos considerando la cuestión– ¿romance?

–Totalmente empalagoso y cursi a más no poder –confirmó Stella con una sonrisa divertida.

–Mentirosa.

Stella se encogió de hombros y le mostró la portada. Él la observó y sonrió.

–Fantasía.

–Podría decirse –acercó al libro a su pecho y suspiró– es hermoso.

–¿De qué se trata? –insistió.

–De un hombre y su hija, él tiene un don. Puede sacar con su voz, leyendo de un libro, a los personajes. Es... –Stella cerró la boca.

–¿Es...?

–No es tu estilo –repitió. Se levantó–. ¿Quieres algo de comer?

–¿Por qué no me lees un capítulo? –pidió él, con sencillez–. Así podré juzgar por mi cuenta si me gusta o no.

–No es Maquiavelo –advirtió reprimiendo una sonrisa. Cayden soltó una profunda carcajada.

–No lo dudo –confirmó con voz seria y solo un toque de diversión.

–Pero tiene enfrentamientos –Stella clavó sus ojos en el libro– bien, veamos.

Stella terminó leyendo ocho capítulos, interrumpiéndose solo cuando Cayden necesitaba una aclaración respecto a un personaje. Se había negado a que ella iniciara de nuevo –solo por él– así que debía detenerse y explicar, quién era o por qué buscaban algo. Y, curiosamente, lo disfrutó.

Ella, que odiaba que alguien la interrumpiera cuando leía o que le preguntara sobre un libro que tenía entre manos, lo disfrutó. En compañía de Cayden nada menos. ¿Quién lo habría imaginado?

Pensó que se burlaba. Incluso al terminar el primer capítulo que leyó, miró con escepticismo la ligera expectación que revelaba la postura de Cayden. Era absurdo e increíble. Y la llenó de una agradable sensación de alegría.

Estaban tan absortos en la lectura que no notaron el pasar de la hora de la comida. Sin embargo, Stella insistió en detenerse cuando la eficiente ama de llaves les envió una bandeja. Disfrutaron de la comida mientras charlaban sobre el libro, el trabajo de Cayden y la librería de Stella. Nada extraordinario. Pero, para ella, se sintió diferente.

Después de comer, leyó un par de capítulos más antes de insistir en que Cayden necesitaba descansar. Los primeros signos de fatiga se adivinan en su rostro, que había perdido su color. Dejó a un lado el libro, le pasó una mano por la frente para asegurarse que no tuviera fiebre y se despidió con una breve sonrisa.

Caminó hacia su habitación y miró el reloj distraídamente. ¡La hora! Era tarde, muy tarde. Se había olvidado completamente del té que tomaba los sábados en casa de su tío Marcos. ¡Sus primas la matarían!

–Lo siento, lo siento, lo siento –soltó en cuanto su prima contestó el celular.

–¡Stella, finalmente! –Mía dijo algo apartando el auricular, probablemente al resto de invitados– ¿qué te ha sucedido? No eres de las personas que desaparecen, ¿sabes?

–Lo sé, no ha sido mi intención –Stella dudó entre decirle lo que sucedía a su prima, que de seguro le avisaba a su tío y a sus hermanas, y éstas a sus otras primas y bueno...– estoy un tanto ocupada. No podré ir hoy.

–Ya noté eso –Mía rió negando– ¿qué sucede? ¡No podrás dejarnos solo con eso! ¿Stella? ¡Stella!

–Hablaremos más tarde. Con todos –suspiró exasperada– ¿estoy en altavoz, cierto?

–Así es –escuchó una voz masculina al fondo. Parecía Adam Lucerni, quién podría decirse que era su primo también.

–Bueno, tal parece que en verdad están todos –murmuró Stella.

–Menos tú –apuntó Ciana riendo– ¿estás con tu esposo?

–¡Oh, qué romántico! –comentó Bianca suspirando– ¿te habla en latín?

–¡No tiene nada de romántico que te hable alguien en latín! –protestó Fernanda, incrédula.

–Eso será para ti, porque para mí... –empezaba Bianca.

–Bueno, sigan discutiendo. Debo despedirme. Adiós a todos.

Stella colgó antes de escuchar cualquier protesta. No tenía ánimo de hablar ni discutir si el latín era romántico o no. Además, no importaba en qué idioma Cayden hablara, dudaba que alguna palabra remotamente romántica saliera nunca de sus labios.

Era imposible siquiera imaginarlo. Era... bueno, no era posible. Solo eso.

Mientras Cayden descansaba, Stella se fue a la biblioteca, telefoneó a la librería y abrió en su computadora el archivo referente al inventario que debía revisar y encontró en su correo varios catálogos de libros. Los ojeó brevemente, agradeció la información de la librería y se dispuso a chequear los libros que debían adquirir.

Al caer la noche, se dirigió a la habitación de Cayden y tocó. Como no hubo respuesta, asomó su cabeza por el umbral y notó que aún dormía. Lo necesitaba, había sido tan terco y se había esforzado demasiado. No valía la pena despertarlo para cenar. Si tenía hambre, llamaría.

De cualquier manera, hizo que subieran una bandeja de té, se acercó al borde de la cama y apartó los mechones que le caían desordenados sobre la frente. Sonrió y resistió el impulso de besarle la frente. ¿De dónde había venido eso?

Inspiró hondo y cerró la puerta con suavidad, para no despertarlo. Tomó una ducha para relajarse y se acurrucó en el sofá de la habitación con el libro en su regazo. No pudo evitar recordar los momentos pasados en el día junto a Cayden. Desde la mutua compañía mientras cada uno estaba en su mundo hasta la bienvenida que ella le había dado a él al compartirle unos capítulos de su libro.

Abrió la página que había dejado señalada en el libro, pero volvió a cerrarlo.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora