Capítulo 8

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Stella observó a Cayden a través de la mesa que compartían aquella tarde en la que habían quedado de tomar un café en la pequeña librería – cafetería que ella poseía, para discutir asuntos relacionados con su compromiso. Él se había disculpado hacía un par de minutos para contestar una llamada y continuaba hablando en un fluido inglés. Se preguntaba cuántos idiomas más conocería; probablemente muchos más que la mayoría, solo porque así parecía ser él.

Cayden era muy atractivo con aquella aura de seguridad y poder que lo hacían lucir invulnerable. Ni rastro de simpatía traslucía a través de él, aun cuando sonreía o se comportaba encantadoramente. Todo era, de alguna manera, falso, actuado. Curvó la comisura de su boca y notó que ese era un gesto que hacía a menudo, pero con diferentes significados. Se le antojaba desconcertante que en menos de tres meses de salir con él –una cita por semana– ya pudiera saber cosas de ese tipo. Quizá solo era cuestiones que ella siempre se fijaba en cualquiera o tal vez lo consideraba porque él podía ser su futuro esposo.

Eso no lo sentía como una posibilidad real, ni tan siquiera remota. Con cada día a su lado, notaba aún más el abismo que existía entre ellos. Ni intencionalmente podrían emparejarse dos personas más opuestas entre sí. Lo que era importante para Cayden, no lo era para Stella y viceversa. Además lo que era imprescindible para Stella era desechable para Cayden.

Seguir en esas condiciones era un absurdo, pero no sabía por qué no se decidía a simplemente dejarlo. Era lo más sensato... aunque, seguro que lo más sensato habría sido no iniciar aquel falso compromiso en primer lugar.

–¿Por qué me miras así? –Cayden arqueó una ceja y dejó el teléfono en la mesa–. Estoy seguro de que tú también sabes hablar inglés.

–No es eso –Stella esbozó una sonrisa insulsa–, es que no entiendo qué hago aquí contigo.

–Vamos a discutir los términos de nuestro acuerdo. Hemos pasado un par de meses juntos y, ¿no te parece que ha llegado el tiempo?

–No –tomó un sorbo de café y clavó sus brillantes ojos verdes en él–, no creo que esto esté funcionando.

Cayden continuó mirándola, sin inmutarse por sus palabras. Se llevó la taza a los labios, pero antes de beber, la bajó nuevamente.

–¿Por qué? –ladeó su rostro y la estudió lentamente–. ¿Por qué ahora?

–Ninguna razón en especial. Es solo que tú y yo... no.

–No –repitió Cayden analizando la sencilla sílaba que contenía tanto–, solo no. ¿De la nada?

–Cayden, hemos estado juntos por tres meses y no puedo decir que esté más cerca de conocerte o agradarte de lo que yo te agrado o me conoces.

–Ese no era el plan, Stella –replicó con cansancio Cayden– este tiempo era para probar nuestra compatibilidad para una posible vida futura. Sin interferencias tuyas o mías en la vida del otro. Dime, con honestidad, ¿no te has sentido más libre en estos meses?

Libertad. Ignoraba como Cayden había llegado a esa conclusión acerca de ella. ¿Por qué ella querría libertad, como si no la tuviera? Bueno, al menos creía tenerla excepto en su corazón ocupado por un amor no correspondido. Pero eso no podía saberlo él... ¿verdad?

–Sí –admitió a regañadientes–. He tenido mi mente ocupada en muchas más cosas desde que te conocí. No voy a negar que tu compañía es estimulante y la conversación nunca decae.

Él esbozó una tenue sonrisa. Aparentemente, eso era lo que había pretendido. Stella sabía que él estaba poniendo más empeño en esa "relación" que en otros negocios, porque esto era importante para él. Solo que las razones eran equivocadas para cimentar un matrimonio.

–Eres una mujer inteligente, Stella. Muy interesante –reconoció con un toque de sorpresa–. No lo esperaba y eso me... agrada –escogía sus palabras con cuidado–. Creo que serías una esposa adecuada para mí y que yo sería un marido apropiado para ti. ¿Y quieres saber cómo he llegado a esa conclusión? Por nuestros caracteres e interacciones –contestó antes de que ella siquiera intentara asentir– puedo reconocer cuando un acuerdo es bueno y este lo será, créeme.

–Te mentiría si no dijera que tengo mis serias dudas al respecto –dijo Stella mirándolo fijamente–, porque eso que te lleva a pensar a ti que sería un matrimonio ideal es lo que me conduce a concluir que no lo sería –uno de sus rizos se soltó y ella lo pasó detrás de la oreja–. Espero que recuerdes mi prerrogativa respecto a nuestro acuerdo.

–Lo recuerdo –Cayden puntualizó con eficiencia– y ya que no te puedo convencer de la conveniencia intelectual de nuestra unión, ¿qué te parecería si intento persuadirte de una manera diferente?

–¿Persuadirme? ¿Cómo? –Stella notó que él acercó su rostro a través de la mesa y ella lo imitó, expectante.

–Déjame besarte –pidió con voz suave, baja–. Nuestra relación podría tener varios niveles inesperados e interesantes.

–¿Realmente crees que un beso podría convencerme? –Stella inquirió divertida. Él asintió–. ¿Por qué?

–Porque eso demostraría que hay otro punto más en el que coincidimos. A nivel intelectual, está comprobado. A nivel físico, podríamos...

Stella lo pensó. Besar a Cayden no estaba entre sus planes aunque había esperado que tarde o temprano pasara. No parecía un gran sacrificio y ¿qué perdía intentándolo? Al fin que eso no suponía una aceptación.

–Está bien –accedió–, pero eso no significa que me vaya a casar contigo.

–Sigue diciéndolo –esbozó una sonrisa de satisfacción–, quizá te funcione.

–Eres muy arrogante al pensar que un beso puede hacer que me case contigo.

–No. Lo que yo creo es que el hecho de que hayas accedido, demuestra que estás entusiasmada con la idea de casarte tanto como yo.

–Yo no diría entusiasmada.

–Sabes a lo que me refiero.

Por desgracia, sí lo sabía. Cayden tenía razón. Si ella se hubiera negado en redondo, habría demostrado que seguía firme en que la posibilidad de casarse era muy remota. Pero por mucho que quisiera considerarlo así, cada vez parecía más tangible. Como si él la enredara poco a poco.

–Está bien –repitió con excesiva resignación y él bufó ofendido.

–No va a ser tan malo –curvó la comisura de su boca y extendió la mano hacia Stella. Ella lo miró con curiosidad–. Dame tu mano.

Stella depositó su mano levemente sobre la de Cayden. Él la atrapó y la giró atrayéndola hasta sus labios para depositar un suave beso en su muñeca, aspirando su dulce aroma.

–Un beso no puede ser planeado –murmuró Cayden dejando la mano de Stella lentamente en la mesa–, pero tengo tu permiso para intentarlo cuando lo crea conveniente –finalizó y se sorprendió al corresponder la sonrisa divertida de Stella.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora