Stella bebió un largo trago de agua y cerró los ojos por un instante. ¡Cómo deseaba estar en cualquier lugar menos ahí! Y, definitivamente, no habría elegido a su actual compañía. ¿Por qué lo había hecho? ¡Era Cayden, por el amor de Dios! Seguramente estaría aterrado con su actitud. O peor, se sentiría divertido por su drama.
Lo miró brevemente. Se veía impasible, ni rastro de emoción alguna. Bueno, al menos no había burla, se consoló.
Ella iba a casarse con Cayden. Sí, lo haría. No sabía por qué le había sorprendido que él ya tuviera todo listo para su matrimonio. De hecho, si le hubiera comunicado el lugar, día y hora no se habría sorprendido menos. Parecía querer controlarlo todo y a ella le daba... bueno, igual.
Así que su reacción a su futura casa había sido exagerada y absurda. No tenía razón de ser pero había sentido pánico. Compartir la casa con un desconocido, con él, su futuro esposo por quien no sentía nada.
Y escuchó las palabras de Aidan en su cabeza una vez más: ¿casarte? ¡Pero si no lo amas, Stella! No puedes casarte sin amor. ¿Por qué lo haces?
Para su eterna mortificación, no estaba segura de sí tan solo lo pensó o en verdad lo dijo: Por ti.
¡Por ti! ¿Por ti? ¡Maldición, era patética! Esperaba solo haberlo pensado. Aidan, después de todo, no había replicado nada ante su (esperaba) silencio. Caminaban uno al lado del otro cuando él se detuvo y le tomó la mano con suavidad.
"Sabes que siempre te querré. Siempre, Stella. Solo que... ¿podrías pensarlo bien? El matrimonio es un asunto definitivo".
Definitivo. ¡Claro que lo era y ella lo sabía! Entonces... ¿por qué no había rechazado tajantemente a Cayden en cuanto escuchó aquel absurdo plan? ¿Había sido tan tonta como para enredarse en algo que trastornaría la vida que conocía solo por orgullo? ¿Por qué lo hacía?
Con horror comprobó que un par de lágrimas resbalaban por sus mejillas. Se levantó y caminó hasta la ventana para darle la espalda a Cayden, quien se mantenía en silencio.
Después de unos segundos, observó el reflejo de Cayden detrás de ella. Quiso decir algo ingenioso o hacer una broma pero al abrir la boca notó que no tenía nada que decir. Y no solo era por Aidan. Nadie, ni una sola persona en su familia creían que su relación con Cayden tenía futuro. Pensaban que se precipitaba y que lo último que necesitaba en su vida era alguien como él.
–Stella... –susurró él, aproximándose despacio. Para su sorpresa, deslizó los brazos alrededor de su cintura y la acercó a él, amoldándola a su cuerpo hasta que Stella recostó la cabeza en su pecho y cerró los ojos.
Cayden no volvió a hablar. Ella tampoco tenía ánimo alguno de decir nada. No tenía idea de cuánto tiempo habían permanecido así, hasta que se obligó a soltar el aire despacio, murmurar un adiós y salir sin mirarlo.
A la mañana siguiente, Cayden le abrió la puerta con un atuendo bastante informal pero sin duda totalmente despierto. Stella esbozó una sonrisa leve cuando la dejó pasar y observó los papeles que tenía sobre la mesa. Debía estar trabajando.
–No puedo evitarlo –dijo él al notar la mirada de ella– es parte de mí.
–Ya lo veo. Supongo que el concepto de vacaciones...
–No, no lo conozco –confirmó curvando la comisura de sus labios.
–Cayden, con respecto a la noche pasada...
–¿Quieres un poco de café? –ofreció señalándole la bandeja– acabo de pedirlo.
–Gracias –Stella se sirvió en una taza. Giró con una amplia sonrisa– ¿sabes que no voy a cambiar de opinión, verdad?
–¿En qué sentido exactamente? Al parecer, no puedo desaparecer unos días porque me encuentro...
–Cayden, nos vamos a casar.
–¿Sí? ¿Estás segura?
–Sí. Aunque eso no quiere decir que no crea que es una locura –soltó un suspiro– ¿cómo no lo creería? Apenas nos conocemos y...
–No es lo que quieres en un matrimonio.
–Es precisamente lo que no estoy segura. No creo haber pensado que me casaría, si te soy sincera, así que... no lo sé.
–Pero ¿no me dejarás plantado en el altar, verdad? –arqueó una ceja y su voz sonó burlona.
–Yo jamás haría algo semejante –frunció los labios– no puedo creer que pienses que yo...
–No quieres saber lo que yo pienso –el tono de Cayden era seco– tengo algo para ti.
–¿Ah sí? ¿Además de mi enorme biblioteca? –habló con entusiasmo. Él entrecerró los ojos mirándola detenidamente– de verdad quiero verla.
–Te llevaré un día antes de la boda. Quizás así logre que no te arrepientas.
–¡Cayden, que no pensaba dejarte!
–Seguro –esbozó una sonrisa sardónica. Bueno, sí había pensado abandonar la idea de la boda pero ¡no era amable que se lo recordara!–. No lo digas.
–No pensaba hacerlo –Stella clavó sus ojos verdes en él–. Entonces, ¿qué?
–¿Qué? –Cayden tomó algo de la mesa y se lo entregó–. Aquí tienes.
–¿Y qué se supone que significa eso? –inquirió, extendiendo la mano–. ¿Me explicas el motivo?
–Por supuesto. Es tu anillo de compromiso y generalmente significa que vas a contraer matrimonio con alguien. Ese alguien soy yo, claro.
–Claro –replicó mordaz por la ironía que había empleado él. ¡Su anillo de compromiso, nada menos!–. Ha sido la mejor proposición de la historia.
–Yo no diría la mejor –curvó la comisura de los labios con diversión.
–Tienes razón. Pero no negarás que la más romántica –soltó en tono alegre y burlón Stella. Cayden rió por lo bajo.
Stella abrió la cajita y observó el anillo fijamente. Era hermoso, perfecto y... frío. No decía nada, en absoluto. Era de una belleza sobrecogedora, eso sí. Un diamante perfecto que no expresaba nada más que frialdad. Indiferencia.
–Es hermoso. Gracias.
–¿Lo usarás? –preguntó con burla patente. Stella lo sacó, dejó la caja a un lado y lo colocó en su dedo–. ¿Eso es un sí?
–Sí –confirmó sintiendo la pesada piedra en su dedo. No estaba segura de que le gustara o de que no, pero suponía que se acostumbraría.
–Había imaginado que un diamante así tendría una reacción diferente, ¿sabes? –cruzó los brazos sobre el pecho mirándola con una fría sonrisa.
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Inevitable (Sforza #2)
RomanceDos vidas se entrelazan por un insólito plan. Cayden cumple un papel destacado en la Corporación Sforza, a pesar de que la sombra de su hermana mayor no se lo ha dejado nada fácil. Ahora tiene la oportunidad de superarla. Ahí donde Giovanna no triun...