Capítulo 33

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Cayden estaba decidido. Lo haría. ¿Qué podía pasar? Sin duda, no podría ser peor de lo que ya era. Se lo diría. A Stella. Sí, lo haría.

Claro que una decisión de ese tipo era más fácil pensarla que ejecutarla. No podía imaginar un momento adecuado para ponerla en marcha y le daba largas al asunto, hasta que se hizo insoportable. Él no podía decidir algo y luego no realizarlo de inmediato, eficientemente.

Por primera vez detestó no ser de aquellos hombres que pudieran cambiar de opinión con facilidad. Ahora mismo, ese rasgo en particular se le antojaba de lo más útil.

–Cayden Sforza, ¿está todo bien? –inquirió Stella imitando un tono formal y cerrando el libro que tenía en la mano. Cayden arqueó una ceja–. Has estado mirando a la nada durante –simuló mirar el reloj– ¿media hora?

–¿Me has estado tomando el tiempo? –preguntó incrédulo.

–Es divertido mirarte todo desconcertado y pensativo. No es algo común.

–Ni que lo digas –gruñó.

Stella reprimió una risita, que le pareció no sería nada bienvenida.

–Vamos, no te pongas así. Todos tenemos problemas. ¿Es muy malo?

–Es... –Cayden se pasó una mano por el cabello castaño, despeinándose– no tienes ni idea de cómo es.

–Evidentemente no. No tengo ni idea de qué hablas –dijo Stella, pero sus ojos verdes se clavaron en él con una pizca de preocupación– ¿qué es, Cayden?

–Creo que estoy enamorado –murmuró con incredulidad, como si ponerlo en palabras le costara demasiado. ¡Ya, lo había dicho! ¿No había sido tan difícil, verdad?

Ante aquella declaración, Stella arqueó una ceja y carraspeó.

–¿Estás seguro? ¿Te sientes bien? –intentó reprimir una inoportuna sonrisa. Evidentemente, no había pensado que ese momento llegaría alguna vez. Cayden admitiendo lo imposible, según sus palabras, ¿sería una broma?

–Esto es... –apretó la mandíbula con incredulidad–. Demonios, se siente... horrible.

Aparentemente, no era una broma. Stella suponía que debería sentirse molesta porque Cayden se refiriera a estar enamorado como algo horrible. Pero había algo en su expresión, aquello que ella calificaría de terror en otra persona. Cayden Sforza jamás se mostraría aterrado por algo.

–¿Por qué? –Stella buscó palabras de consuelo en su mente aunque no se le ocurría ni una sola. Ella sabía lo que era estar enamorada sin remedio... ¿o acaso él...?–. ¿Y ella?

–¿Qué? –Cayden parecía perdido, con la mirada desenfocada.

–A quién amas. Es una ella, ¿no? –bromeó, vacilante. La furibunda mirada que le dirigieron aquellos oscuros ojos le dejó claro que la respuesta era sí y no le había gustado nada la pregunta. Iba a hablar, pero Stella cerró la boca ante una idea imprevista. ¿Sería Allegra? ¡Tenía sentido! Todo tendría...

–¿A quién amo? Stella, es evidente que... –inspiró hondo– no lo sé. Tú dime.

–¿Yo? ¿Por qué yo? –¿qué tenía que ver ella con el enamoramiento de su esposo con otra mujer?

–¿Por qué tú? No lo sé. Quisiera saberlo, pero maldición que no lo sé.

–Deja de usar ese lenguaje, te queda tan malditamente mal –sonrió Stella finalmente, a pesar suyo. Él parecía aún más ofendido por su falta de seriedad–. Está bien, disculpa, pero debes admitir que no debía tener esperanza sobre esto. Tú lo dejaste claro. Era imposible.

–¡Así es! –gruñó Cayden, frunciendo el ceño– era.

–¿Quién imaginaría que aparecería así, de repente? –murmuró Stella para sí misma, desconcertada. Cayden se dejó caer en la silla–. Supongo que... –ella dejó escapar un suspiro– ahora viene el divorcio, ¿cierto?

–¿El divorcio? –Cayden se incorporó con rapidez, acercándose a Stella–. ¿Quieres divorciarte de mí porque estoy enamorado?

–Por supuesto y no tiene nada que ver con el veinte por ciento de todos tus bienes.

El rostro de Cayden se quedó sin expresión. Evidentemente, el chiste no le había causado gracia alguna. Stella carraspeó.

–Estaba bromeando. No haré efectiva esa cláusula. De verdad, Cayden. A cualquiera podía pasarle y... –colocó la mano sobre el brazo de él para tranquilizarlo.

–¿Crees que me importa eso? ¡Al demonio mis bienes!

–¿Qué dijiste? No, no estás bien. ¿Qué pasó?

–¡Dios! ¿Acaso no lo ves? –puso en blanco los ojos irritado– eres tú.

–¿Soy yo? –no lo entendía. Ni una palabra. Quizás enamorarse lo había trastornado. Lo que era aún más extraño siendo Cayden, tan controlado.

–¡Maldita sea! Quieres que lo diga, ¿verdad?

–¿Qué digas qué? –Stella empezó a impacientarse.

–Que lo admita en voz alta, con todas sus letras. Por eso simulas no entender –Cayden maldijo por lo bajo.

–No simulo nada. Es que no te entiendo.

Cayden aspiró hondo y clavó sus ojos oscuros con intensidad en Stella. A continuación, se alejó unos pasos antes de volver a mirarla. Lo soltó.

–¡Eres tú a quien amo, Stella!

Stella abrió la boca, varias veces, intentando formar una palabra. Pero no lo lograba. Sin duda, debía decir algo. Cayden se había quedado en silencio por tanto, era su turno de hablar. Pero ¿qué debía decir?

–¿A mí? ¿No hablabas de Allegra? –musitó Stella, sorprendida.

–¿Qué? ¿Creías que yo estaba enamorado de Allegra? ¡Por todos los demonios! ¿Por qué estaría enamorado de ella? Jamás... nunca me ha gustado siquiera –Cayden intentó pasar por alto que Stella no había dicho nada sobre su inesperada declaración.

–¡Vaya! –Stella se apoyó en la pared. No creía posible mantenerse en pie por mucho tiempo. ¿Lo había escuchado bien? ¿Acaso estaba soñando? Bueno, más que sueño eso parecía una pesadilla. ¡Cayden enamorado! ¡De ella! Ni más ni menos, que de ELLA.

–¿Es lo único que tienes que decir? –inquirió Cayden impaciente. No tenía mucha experiencia en eso, ninguna en realidad, pero dudaba que aquella reacción significara algo positivo para él.

–Yo... –se mordió el labio hasta casi hacerse daño. Intentó relajarse–. Esto es inesperado. Además, yo pensé que...

Y, en ese instante, Cayden se sintió estúpido. No, eso no expresaba la magnitud de lo que él sentía en ese momento. Porque, acababa de recordar, que Stella estaba enamorada. Muy enamorada. De Aidan. ¿Cómo pudo olvidar algo así? ¡Era un idiota!

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora