Capítulo 25

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A pesar de lo poco que había dormido, Cayden se levantó muy temprano. Era lunes y eso significaba que volvería al trabajo. No lo soportaba más, esos días libres forzosos estaban acabando con su cordura.

Gruñó ante la perspectiva de discutir con Stella al respecto. Y, se le ocurrió, que ella no tenía por qué opinar sobre su vida. Eso no era parte del acuerdo, él podía trabajar y... ¿acaso no era su única condición en ese maldito contrato? Libertad para trabajar. Sí, así era.

Tomó una ducha fría para alejar la pasividad que parecía haberse apoderado de su cuerpo. Cerró los ojos e intentó no pensar en la tarde anterior. Lo que sería increíble de lograr pues lo había tenido dando vueltas en la cama por al menos cuatro horas antes de conciliar un sobresaltado sueño.

¡¿Qué rayos le había sucedido en ese pasillo?! Trataba de recordarlo, de pensar... y nada. Simplemente, nada.

Él, que se enorgullecía por su autodominio y su capacidad de estar en control de la situación siempre. Por no dejarse llevar por sus emociones ni pasiones jamás. Desde que recordaba, él había luchado contra aquellas sensaciones inexplicables que solían gobernar a todos por el solo hecho de ser humanos. Él no, no lo quería así. No lo podía permitir.

No podía ceder el mando de nada que le concerniera a él y eso incluía su cuerpo y su mente. Por eso, se ejercitaba prácticamente a diario, comía saludablemente y nunca, jamás cedía a una tentación. A menos, claro, que estuviera planificada y él la hubiera propiciado.

Podía ser eso. No era algo en lo que se hubiera detenido a pensar o considerara importante pero quizás la había besado por simple instinto, por una necesidad primaria de...

Si era así, él no podía dejar que sucediera de nuevo. Los instintos gobernaban a las criaturas incivilizadas y él, Cayden Sforza, se enorgullecía de ser absolutamente civilizado tanto como de su disciplina y frialdad.

Habían estado demasiado cerca. Aquellos días en que ella había estado pendiente de él, como si realmente... como si fueran esposos. Lo que no eran. O, al menos, no en el sentido que debía ser.

Era un negocio. Un simple acuerdo que podía salirse de control. Y, eso, era algo que él no podía permitir.

Caminó por la habitación y cuando estaba a punto de dejar la bata de lado para vestirse, la puerta se abrió y Stella entró.

Cayden arqueó una ceja con incredulidad, esperando una explicación por aquella inesperada intromisión. ¿Acaso sucedía algo? A menos que estuviera incendiándose la casa, no veía por qué...

Stella llevó sus ojos verdes de la desordenada cama hacia él, que se encontraba a pocos pasos de ahí. Abrió la boca pero no dijo nada y la volvió a cerrar. Su rostro había perdido la leve sonrisa que le caracterizaba, siendo reemplazada por una emoción totalmente diferente. Conmoción. Sorpresa. ¿Miedo? ¡Stella le tenía miedo!

Ahí, en el umbral de la puerta, Stella lo miraba con temor. Como si en cualquier momento él fuera a saltar sobre ella, como un animal. Titubeó y Cayden notó que una nueva sensación se estaba apoderando lentamente de su cuerpo. Casi no la reconocía pero podía jurar que era... furia. Una intensa furia que le quemaba las entrañas y hacía que su cabeza le martillara. ¡Demonios, si no era una bestia salvaje para que lo mirara así!

–Cayden, yo no... –su voz hizo que la furia aumentara, porque aquella calma era un insulto para él. Parecía hablarle a un cachorro herido.

–Stella, buenos días –cortó con tono indiferente, calmado y frío– ¿te puedo ayudar en algo? Estaba a punto de vestirme.

–¿Estabas a punto de...? –sus palabras se perdieron mientras lo miraba.

–Sí. Y a menos que quieras ayudarme, te sugiero que salgas.

–¡Cayden! –exclamó ella indignada. Él arqueó una ceja.

–Deberías aprender a tocar, Stella. ¿Qué decides...?

–¿A dónde vas? –inquirió ella, carraspeando azorada.

–A trabajar, naturalmente.

–Pero...

–No.

–¿Cómo...?

–No voy a aceptar réplicas al respecto –Cayden apoyó la mano en el nudo de la bata–. Iré a trabajar. Hoy.

Stella parecía querer añadir algo, lo pensó durante varios segundos hasta que se encogió de hombros y le dio la espalda, cerrando a continuación la puerta con suavidad.

A pesar de eso, Cayden no pudo dejar de notar la tensión que se había apoderado de Stella. ¡Rayos, ni que él estuviera muriendo por una mujer!

Y por Stella precisamente. No, claro que no. Él no necesitaba eso. Esa actitud temerosa era aborrecible. Le recordaba a la cautela que reflejaban siempre los ojos de Isabelle, su madre al verlo. Stella no podía hacerle eso. ¡Por Dios que no lo haría!

El desayuno fue servido y comieron cada uno en silencio. Cayden abrió el periódico y lo colocó frente a su cara, tapando toda la visión de Stella a través de la mesa. No quería sentir algo tan parecido al resentimiento por ella... era absurdo siquiera pensarlo.

¿Y a él que más le daba que ella lo encontrara detestable? ¿Y qué si un beso suyo equivalía a que temiera acercársele por si se repetía?

Él no tenía esas absurdas aspiraciones masculinas de que las mujeres cayeran rendidas a sus pies con tan solo mirarlas, cierto, pero tampoco estaba conforme con que un beso suyo hiciera que su esposa quisiera huir lo más lejos posible de él.

Probablemente quería una disculpa. Sí, seguramente él debería darle una. Pero es que no quería hacerlo. No realmente. ¿Por qué iba a disculparse?

¡Era su esposa! Aún cuando solo fuera por un acuerdo de negocios, ella lo era. Y él debería poder besarla y...

Sintió un amargo sabor en la boca y decidió que no podía simular más que estaba disfrutando de una comida que, para ser sincero, ni siquiera había estado prestando atención.

Se levantó y murmuró un nos vemos más tarde dirigido a Stella, quien asintió y bebió un trago de zumo de naranja.

–Cayden, –pronunció con claridad. Él se detuvo, sin embargo no se giró– no llegues... procura no trabajar hasta muy tarde.

–He dicho que...

–Estás recuperándote. Procura evitarlo, por favor –soltó cortante y se levantó de la mesa, pasando por su lado sin mirarlo.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora