Capítulo 34

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–Quiero que dejemos sin efecto el contrato prenupcial –anunció Cayden al día siguiente, como si su declaración la noche anterior no hubiera ocurrido y él no hubiera salido intempestivamente, sin dejar que Stella completara su idea–. Por supuesto, estoy dispuesto a escuchar razones al respecto.

Stella clavó sus ojos verdes en él y lentamente ladeó el rostro, estudiándolo.

–¿De verdad? ¿Es eso lo primero que dirás?

Cayden se encogió de hombros y continuó como si ella no hubiera dicho nada.

–Entonces, ¿qué dices? ¿Lo dejamos sin efecto o requieres un abogado que lo analice antes para que me avises tu decisión?

–¡Cayden, cielos! –Stella resopló ofendida–. Si antes confié en ti sin siquiera conocerte, ¿por qué ahora sería diferente? Dudo que pudieras hacer algo para perjudicarme.

–Bien... –su tono denotaba incomodidad– entonces...

–Lo pensaré –soltó con sequedad. Cayden asintió y se levantó, sin haber tocado su desayuno.

Stella se quedó mirando su plato y lo alejó con un solo movimiento. No tenía apetito, seguía estando desconcertada por la confesión de Cayden y enfadada por su posterior huída. Porque eso había sido. Un escape. En toda regla. ¡Cómo la fastidiaba eso!

¿Por qué no le había permitido terminar? No es que supiera qué le iba a decir, claro, pero ¡por lo menos debió escucharla!

Era más que obvio. Nunca entendería a ese hombre. De entre todos, él era el más complicado y extraño.

Las semanas pasaron y cada vez era más evidente el alejamiento de Cayden. Difícilmente lo encontraba en casa y ¡hasta había salido de viaje un par de veces! Stella estaba sorprendida y un poco ofendida. ¿Qué había hecho ella para que él no quisiera siquiera verla, de nuevo?

Esa actitud empezaba a cansarla. No tenía ni idea de cómo abordarlo y... era importante que hablaran. No sabía por qué, pero lo era. Él era importante. Sus sentimientos lo eran.

Sospechaba que solo había una persona que podría ayudarla a entenderlo mejor. Y, si tenía que irse hasta Canadá para encontrarla, así sería.

–Buenos días, Cayden –saludó Stella una mañana. Él curvó la comisura de sus labios y asintió murmurando un saludo– ¿cómo te sientes?

–¿Bien? –Cayden sonó sorprendido por un instante–. Bastante bien, gracias.

–Me alegro –Stella esperó a que él bebiera un sorbo de café– ¿sales de viaje?

–Sí.

–Ah –ella dio un mordisco a su tostada y tragó– ¿vas a Canadá?

Su pregunta hizo que Cayden detuviera su movimiento de llevarse el tenedor a la boca por un par de segundos. Al final, comió y negó.

–¿Por qué? –inquirió tras un largo silencio. Stella elevó sus ojos interrogantes– ¿por qué preguntas eso?

–Porque... –Stella elevó la mano en el aire, como restándole importancia– pensé que podríamos ir juntos.

–¿Ir juntos? –Cayden entrecerró sus ojos y un brillo de entendimiento relució en ellos–. ¿Acaso me estás diciendo que tú vas?

–Ah sí, voy –se incorporó–. Debo irme temprano esta vez. Adiós, Cayden.

Él asintió sin dejar de mirarla con indiferencia, aunque había algo más en su mirada. Debajo de esa indiferencia, donde antes no había nada más que vacío, Stella habría jurado que vio frialdad, desprecio y... tristeza.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora