Stella observó el salón de la casa con atención, mientras jarrones con ramos de rosas eran ubicados en su lugar. La celebración por el cumpleaños de Cayden sería aquella misma noche y, aunque sabía que él no estaba particularmente entusiasmado, supo que era lo correcto. Tenía que celebrar aun cuando fuera un cumpleaños en toda su vida y, si era el único en que le permitiría hacer un festejo, lo haría en grande.
La iluminación que entraba por los ventanales era cálida y la luz de la tarde le pareció propicia para pintar. Una lástima que no fuera capaz de dejarlo todo ahí e irse al jardín. No, ya podría hacerlo otro día.
Las horas pasaron y, cuando todo estuvo listo, Stella tocó en la puerta del despacho de Cayden. Él estaba en su escritorio, observando absorto un documento. Pero al mirarla, lo dejó de lado y sonrió.
–Stella.
–Hola, Cayden –se acercó despacio–. He venido por ti. Tu cumpleaños.
–Cierto. Es hoy –soltó el aire lentamente–. ¿Sabes lo que significa esto?
–¿Qué me amas y por eso sonreirás y disfrutarás de tu fiesta?
–Sí, lo haré –accedió Cayden, riendo–. No puedo esperar para saber qué me regalarás.
–Ya lo verás. No sé si te agrade, pero...
–Si viene de ti, me encantará –la atrapó entre sus brazos y la besó– ¿te quedas un momento conmigo?
–No, no puedo. Pronto llegarán...
–No me importa.
–Pero a mí, sí –Stella puso las manos sobre su pecho, alejándolo–. ¡Cayden!
–Te he extrañado tanto.
–Comimos juntos.
–Insisto. Te he extrañado tanto –recalcó, acercándola una vez más.
–Cayden... –musitó suspirando, antes de besarlo.
Si llegaban tarde, bueno, era su casa y, ¿por qué importaría tanto, verdad?
***
Más tarde aquella noche, cuando el último de los invitados se despidió, Cayden pudo respirar aliviado y se recostó en la cama, sintiéndose agotado pero feliz.
Sorprendentemente, lo había disfrutado. No lo había creído posible, pensó que tendría que fingir para que Stella no se ofendiera pero no había sido necesario. Si bien al inicio se sentía incómodo recibiendo felicitaciones y sonriendo, una vez pasadas las bienvenidas y los saludos de cortesía, pudo conversar con varias personas y no solo discutir de negocios sino de varios temas que, en verdad, había encontrado interesantes.
Por otro lado, había bailado con su esposa casi todas las piezas de la noche. Todos lo habían excusado cuando, entre risas, había reconocido que el único regalo de cumpleaños que quería era tener a Stella entre sus brazos.
Le encantó la mirada que le dedicó Stella, a pesar de que lo golpeó juguetonamente antes de irse con él a la pista de baile una vez más. Había sido maravilloso. Perfecto. Mágico.
Ser feliz era diferente, único y hacía que todo se sintiera más fácil. Todo parecía sencillo ahora. Stella...
–¿Listo para tu regalo de cumpleaños?
–Por supuesto –Cayden se incorporó y se sentó en la cama.
–Feliz cumpleaños, Cayden –Stella se acercó y lo besó– te amo.
–Y este regalo supera a todos –murmuró y ella rió.
–Ese no es el regalo –negó sonriendo–. Este sí lo es.
Cayden recibió el paquete que Stella le extendía. Era grande y un poco pesado. En cuanto quitó la envoltura, una imagen fue apareciendo frente a sus ojos.
–Es un cuadro –Stella carraspeó, insegura– lo he pintado yo. Para ti.
–¿Me hiciste un cuadro? –Cayden estaba impresionado. Nunca antes había visto su trabajo. Era buena, muy buena–. Me encanta.
–No tienes que...
–Es el mejor regalo –la interrumpió y observó los trazos con atención–. Yo pensé que no podrías superar el del año pasado.
Stella rió encantada cuando Cayden dejó de lado el cuadro y la atrajo hacia él, hasta que cayeron en la cama y empezaron a besarse. Se sintió emocionada y feliz, porque a él le había gustado. Era un regalo simbólico, con el que entregaba su corazón a él. Solo a Cayden Sforza.
Porque su vida se la entregó al casarse con él, sin siquiera imaginar que su corazón seguiría la misma ruta en poco más de un año. Era imposible, pero sucedió. Y, en verdad, había sido inevitable.
***
Cayden había estado trabajando en su despacho al menos tres horas seguidas. Se levantó y caminó hacia la ventana para estirar las piernas. Miró el jardín que estaba iluminado por el sol del atardecer y observó a Stella sentada en su taburete, pintando un nuevo cuadro. Sintió una sonrisa formarse en sus labios y, casi sin pensarlo, atravesó el estudio y salió al exterior de la casa.
–Una espléndida tarde –exclamó con las manos en los bolsillos. Stella dio un par de pinceladas más antes de dejar de lado el pincel, asentir y sonreír–. ¿Cómo estás?
–Bien –sus ojos verdes se clavaron en él. Estiró la mano en su dirección–, ¿vienes?
–Con gusto –aceptó la invitación y se puso a su lado, tomándole la mano entre las suyas– te ves preciosa cuando estás en el jardín, pintando.
–Qué tontería –rió Stella encantada y se sonrojó levemente–. Jamás pensé que dirías algo así.
–¿Sí? ¿Por qué no? –soltó sarcástico Cayden e hizo que se levantara.
–Ese. Ese es tu tono habitual –señaló Stella pero le tomó la mano y empezaron a caminar. Le encantaba dar paseos por la tarde con Cayden. Últimamente, él había reducido perceptiblemente las horas de trabajo, al menos las de los fines de semana–. Te amo.
–Y yo a ti –murmuró Cayden apoyando las manos en los hombros de ella. En aquella postura, los rayos del sol se reflejaron en su cabello castaño y en su rostro, haciendo que la mirada cálida de sus ojos se intensificara bajo aquella perspectiva.
–Tus ojos –musitó Stella pasando las manos por su cintura. Él arqueó una ceja, esperando que aclarara a qué se refería– ¡también son verdes!
Cayden soltó una carcajada, entre divertido y sorprendido por aquella declaración. ¿A qué se refería? ¿Nunca antes lo había notado?
–En efecto –confirmó adoptando un tono solemne– ¿de qué color te parecía que eran?
Stella meditó aquella pregunta y se quedó mirando fijamente los ojos de Cayden. En ese instante, la luz hizo que nuevos destellos verdes surgieran de ellos. Tenía unos ojos increíbles. ¡Y apenas lo notaba!
–Oscuros –contestó con simpleza. Había sabido que no eran totalmente oscuros porque no eran negros pero no sabía qué tono exacto tenían. No lo había visto durante tanto tiempo antes para determinarlo ni con frecuencia a aquellas horas de la tarde.
–Aja –Cayden clavó sus oscuros ojos verdes en Stella. Esbozó una lenta sonrisa mientras cerraba el espacio entre ellos poco a poco hasta que atrapó su boca en una apasionada caricia. Stella suspiró contra sus labios cuando él se separó.
Y lo supo, nunca se cansaría de ella. No importaba lo que pasara, no lograría tener suficiente de Stella. Entonces él, Cayden Sforza, fue consciente de dos cosas, casi simultáneamente.
La primera, estaba perdido. Y la segunda, que no le importaba en lo más mínimo.
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Inevitable (Sforza #2)
RomanceDos vidas se entrelazan por un insólito plan. Cayden cumple un papel destacado en la Corporación Sforza, a pesar de que la sombra de su hermana mayor no se lo ha dejado nada fácil. Ahora tiene la oportunidad de superarla. Ahí donde Giovanna no triun...