Cayden maldijo por lo bajo a su incompetente asistente por no poder enviar una carpeta con los documentos que había ordenado mandar al remitente antes de salir a un corto viaje de negocios. Dos días de ausencia y la empresa parecía venirse abajo cuando él no estaba para controlar cada aspecto de ella. Por eso odiaba salir de Italia, se limitaba a dejar que sus hermanas se encargaran de las negociaciones extranjeras y él administraba todo desde la matriz de la Corporación.
–Demonios, ¿cómo es que se te olvidó? –gruñó Cayden y el joven parecía completamente aterrado– te despediría sin contemplaciones si no fuera tan malditamente difícil entrenar a nuevas personas. No volverá a pasar.
–No, señor Sforza –aseguró el joven y Cayden lo mandó retirarse con un gesto. No, eso no estaba bien. Él no podía abandonar la gestión de la Corporación. No lo había hecho hacía años, ni siquiera por irse de vacaciones, ¿y ahora debía hacerlo durante una semana por una boda? ¡Era una locura!
***
Stella se encontraba ojeando un libro detrás del mostrador cuando un insistente carraspeo la trajo al presente. Suspiró con resignación y procedió a atender a su cliente. Solo que, al elevar sus ojos verdes, se encontró que este no era cualquier cliente. Era su prometido. ¡Mucho peor!
–Ahora comprendo por qué tu negocio no crece –comentó Cayden arqueando una ceja– te dedicas a leer en lugar de atender a quienes entran a la librería.
–No te escuché entrar –murmuró con molestia por su observación. Ni aun cuando fuera acertada, él no tenía por qué intentar decirle cómo manejar su librería– y, para que lo sepas, a mí librería le va muy bien. Más que bien.
–Si tú lo dices...
–Es la verdad –dijo con sequedad. Cayden curvó la comisura de sus labios. ¡Ya empezaba a odiar aquel gesto!– ¿qué haces aquí?
–¿Y ese es mi saludo de bienvenida? ¿A mí, tu futuro esposo?
–Futuro –recalcó Stella y se apoyó en el mostrador para elevarse hasta colocar un beso en la mejilla de Cayden, con una sonrisita de burla– ¿qué haces aquí, oh querido prometido?
Su dramatismo era excesivo y aunque él tenía su semblante impasible, un brillo de diversión iluminaba sus ojos oscuros.
–He venido a negociar –sus ojos la miraron sagaces– ¿tienes tiempo?
Stella observó a su alrededor. La librería estaba desierta y en diez minutos sería la hora de cerrar. Claro que tenía tiempo aunque lo que menos quería era pasarlo negociando con Cayden. Con antecedentes así, buen matrimonio le esperaba.
–Seré breve y muy complaciente –su boca volvió a adquirir aquella peligrosa insinuación. ¡Dios, odiaba no saber cuándo bromeaba!
–Dudo que puedas ser las dos cosas a la vez, pero inténtalo.
Cayden carraspeó aunque a Stella le dio la impresión de que lo hizo para ocultar una carcajada. Se sintió bastante satisfecha con eso.
–Sé que prometí concederte una semana en Canadá pero...
–No, no lo digas –zanjó Stella negando con firmeza– no aceptaré nada menos que una semana.
–Pero ¿no me escuchas primero? –pidió con fingida humildad. Ella bufó.
–No, no lo creo.
–Stella, por favor...
–No, Cayden.
–Te lo estoy pidiendo por favor.
–Y yo te estoy diciendo que no.
–Te daré lo que quieras.
–Dudo que...
–Lo que sea. Solo tienes que pedirlo –habló él con rapidez. Se notaba que estaba desesperado por un acuerdo. Eso era un punto en el que Cayden no debió ceder porque ella se aprovecharía, naturalmente.
–¿Lo que sea? –Stella evaluó su firme asentimiento. ¡Lo que sea! ¿Estaba consciente Cayden de lo que podía pedir? Sin duda, debía estar desesperado– ¿por qué? ¿qué es tan importante?
–Tú sabes qué lo es.
–Ah, la Corporación –recordó Stella. Probablemente Cayden era indispensable, o eso pensaba él. Sonrió– bueno, creo que sé lo que quiero.
–¿Qué? –él parecía a punto de enfermar. De seguro que jamás había cedido en una negociación y menos había ofrecido "lo que sea" a cambio de algo.
–Quiero una enorme biblioteca –soltó con una gran sonrisa– enorme. No me importa el tamaño de la casa que tú decidas que vamos a compartir, pero debo tener una biblioteca enorme. Mía. Solo mía.
–¿Una biblioteca? –inquirió con escepticismo. Stella asintió– ¿es todo?
–Una gran biblioteca –aclaró sonriente– enorme.
–Enorme –repitió incrédulo.
–Sí, así es.
Stella no estaba segura de qué había pensado Cayden que pediría pero sin duda no aquello. Pero ¿acaso no era lógico? ¡Por algo poseía una librería! Amaba los libros, con todo su corazón. Los amaba. A cada uno que caía en sus manos.
–Por supuesto –continuó Stella– a cambio de la reducción de los días que me acompañarás. Pero no serán menos de dos. Por lo menos debes ofrecerme el día de la boda y el anterior.
–Está bien –accedió Cayden aunque no se sentía como si hubiera ganado una batalla, pero así debía ser. Solo una biblioteca. Nada más sencillo ¿no?
–Es un trato –alargó la mano Stella con inusitada alegría. Cayden la estrechó con un apretón tenso.
A continuación, sin ser del todo consciente, la atrajo hacia él y atrapó sus labios con algo de torpeza al inicio y fue suavizando el toque de a poco.
–Una pequeña despedida –soltó Cayden y dejó caer la mano de Stella sin miramientos. Parecía confundido, aunque su rostro de inmediato adoptó aquel aire de indiferencia– quería probar algo.
–¿Qué cosa? –preguntó con curiosidad.
–Si podía sentir tu alegría –se encogió de hombros, como si aquella declaración fuera la más natural del mundo.
–¿Disculpa? –fue su réplica incrédula.
–No. No se puede –curvó sus labios en una sonrisa burlona y se marchó.
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Inevitable (Sforza #2)
RomanceDos vidas se entrelazan por un insólito plan. Cayden cumple un papel destacado en la Corporación Sforza, a pesar de que la sombra de su hermana mayor no se lo ha dejado nada fácil. Ahora tiene la oportunidad de superarla. Ahí donde Giovanna no triun...