Capítulo 27

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El cansancio que sentía era demasiado grande para intentar simular que no se encontraba enfermo. Lo cierto era que sí, estaba enfermo. Muy enfermo. Sin duda se trataba de una recaída. ¡Maldición!

–¿Dijiste algo? –inquirió Stella ladeando el rostro al escuchar un murmullo procedente de Cayden– no creo que estés dormido.

–No –gruñó Cayden abriendo los ojos y soltó el aire lentamente– estoy agotado. Y –añadió con intención cuando Stella abría la boca– sé que no debí quedarme hasta tarde pero no tuve opción. Una reunión impostergable.

–Siempre hay opción –recriminó contrariada– y tu salud es más importante.

–¿Por qué te preocupa, Stella?

–Lo creas o no, estoy bastante reacia a quedarme viuda tan joven –ironizó.

–Nadie muere por un resfriado.

–Tú podrías. Estaba preocupada por ti –reconoció Stella en un suspiro– aunque no hay razón aparente, te aprecio bastante Cayden.

–Y yo no tengo la menor idea de qué pude hacer para que sientas eso.

–Lo sé. Un tanto absurdo, ¿no?

Cayden curvó la comisura de los labios, divertido, y cerró nuevamente los ojos. Tosió antes de lograr continuar.

–¿Qué hizo que vinieras a verme? Es la primera vez que visitas las oficinas desde que nos casamos, ¿sabes?

–Sí –confirmó Stella y puso en marcha el auto– no pensé que te gustaría que me involucrara en tu "libertad de trabajo". A menos que requieras mi influencia, claro –ante el arqueo de su ceja, ella se encogió de hombros aunque no la miraba– lo he notado.

–Eres increíblemente perspicaz –masculló apoyando la cabeza en el respaldo.

Aunque no la miraba, Cayden estaba prácticamente seguro de que Stella estaba sonriendo. No sabía por qué creía aquello, pero simplemente así lo sentía. Le parecía... cielos, eso era extraño.

Se apretó las sienes en un intento de controlar el creciente dolor de cabeza. Inspiró hondo varias veces, necesitaba despejar su mente o corría un indiscutible peligro de... bueno, ya no se sentía él mismo.

Esa enfermedad estaba acabando con su control y la cercanía de Stella, quien al parecer se había propuesto cuidarlo y protegerlo de sí mismo, le hizo temer por la vida que tenía hasta el momento y había disfrutado. Sí, ella estaba acercándose demasiado. Varias barreras entre ellos se habían difuminado y otras habían caído desde que él estuviera en cama.

Tenía que terminar eso. Él podía hacerlo, con relativa facilidad. O así debería ser. No podía ser de otra manera. Él no la quería cerca. No necesitaba aquello.

Si bien la trataría con el respeto debido –era su esposa, después de todo– y con la deferencia acostumbrada, no quería que algo como lo del pasillo se repitiera.

Por supuesto que quería acostarse con ella, eventualmente sería inevitable, pero solo cuando él lo planeara así. No como un impulso. No como aquel beso. Nunca más algo como eso.

Aquella extraña emoción le había nublado el juicio, le había hecho sentir como si hubiera perdido todo su autodominio. Lo avasalló y provocó que él no lograra analizar lo que estaba sucediendo. ¡Aún ahora intentaba recordarlo y nada!

Debió haberlo terminado. No, nunca debió suceder en primer lugar. ¿Por qué las cosas se complicaban tanto? ¡No debería ser tan difícil mantener a Stella al margen de su vida!

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora