Capítulo 39

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–¡Debes estar bromeando! –bufó Allegra frunciendo el ceño. Cayden se incorporó y curvó la comisura de sus labios.

–No, en absoluto –ladeó el rostro divertido– un beso dijiste, un beso compartimos. ¿Ahora te vas?

–¡Un beso de verdad! ¿Qué se supone que era eso? –elevó sus manos indignada–. Seguramente así besas a una de tus hermanas o a tu madre.

–No. Nunca las he besado, a decir verdad.

–¡Deja de reírte!

–No me estoy riendo.

–Sabes a lo que me refiero, Cayden Sforza. Ya no te burles de mí. No lo volverás a hacer.

–¿Te vas?

–Sí.

–¡Gracias, Dios! –proclamó, volviendo a su asiento detrás del escritorio–. Conoces la salida. Adiós Allegra.

–Te odio –murmuró saliendo con un fuerte azote de la puerta.

Cayden se reclinó en la silla, satisfecho. Había sido un juego de niños librarse de Allegra. ¿De verdad había creído que la besaría? ¡Claro que sí, aún recordaba su cara y sus ojos cerrados, esperando ansiosa!

Quizá si él quisiera un poco menos a Stella, habría cedido. O si no fuera tan condenadamente bueno para cumplir una promesa. O porque en su vida no se dejaba guiar por medias tintas, lo que incluía, por supuesto, el amar.

Un beso en la comisura de sus labios. ¡Cuánto se había divertido!

Sacudió la cabeza para despejarse. A punto de ponerse de pie para ir a casa, miró una carpeta sobre su escritorio. La abrió y dio un vistazo. Primero firmaría esos contratos, no llevaría más de diez minutos.

No supo que lo alertó. Un sonido amortiguado, un roce ligero, una sensación de que ya no estaba solo. Cinco segundos más tarde, sin mirar, dijo:

–Pensé que antes había quedado claro que no estaba interesado. Vete por donde viniste, ya conoces la salida.

–Ah, pero no recuerdo que me dijeras eso antes, Cayden. ¿Estás seguro?

La voz burlona de Stella se filtró en sus oídos y elevó de inmediato sus ojos oscuros hacia ella. ¡Estaba ahí parada, sonriendo de una manera extraña!

Y él, ¿qué le había dicho? ¡Ni siquiera podía recordarlo! Todo en su mente se esfumó al escuchar su voz y mirarla. Stella...

–Pensé que eras otra persona –murmuró sorprendido.

–Sí –Stella entró a la oficina con pasos largos–. ¿Allegra?

–Sí.

–No –arqueó una ceja, interrogante–. ¿Decepcionado?

–Aliviado, en realidad.

–¡Ay, Cayden! –rodeó su escritorio, riendo–. ¿Qué sucedió? Ella te odia.

–No me importa lo que sienta, pero preferiría que me dejara tranquilo –él recorrió con la mirada a Stella–. Me sorprende tu visita.

–Sí, supongo que mis visitas no son tan frecuentes como las de Allegra.

Cayden arqueó una ceja interrogante. Si no fuera imposible, él creería que aquel comentario destilaba un toque de celos.

–Supongo –murmuró encogiéndose de hombros–. Estoy por terminar.

–¿Ah? –Stella frunció el ceño hacia él.

–Con los contratos –explicó curvando la comisura de sus labios– para ir a casa –añadió.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora