Epílogo

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Cinco años después

Cayden clavó sus ojos oscuros en aquel rostro amado y sonrió. No pudo evitarlo, una gran y feliz sonrisa. Alargó la mano para tocar sus mechones despeinados y el timbre del teléfono interrumpió su gesto.

Con un encogimiento de hombros, suspiró y contestó. Era su asistente.

–Ahora no. Estoy ocupado –escuchó y asintió–. Sí, reprográmala –colgó y volvió a sonreír–. ¿Dónde nos habíamos quedado?

Enmarcó su rostro entre las manos y se perdió en sus ojos oscuros. ¡Dios, si lo hubiera sabido! Nunca, en toda la vida, hubiera admitido que iba a amar, a enamorarse, a enloquecer por alguien más. Y, lo irónico, era que había caído sin remedio. Dos veces.

La primera vez, ni siquiera había reconocido lo que estaba sucediendo. El amor había penetrado tan lentamente en su corazón que cuando lo notó, ya no había vuelta atrás. Total, irremediable y absolutamente enamorado. De Stella.

Y, cuando pensó que era algo de una sola vez. Único. Sucedió. Un segundo flechazo, certero y como un rayo que lo atravesó. Ahí lo supo. El amor a primera vista existía. Él lo había experimentado de primera mano. Por Sienna.

Era imposible no amarla. Había temido el momento en que la tuviera en sus brazos por primera vez y quizá no sintiera nada. O tal vez un poco de incomodidad y torpeza. Pero no, la sensación había sido tan intensa, tan dulce que... no tenía palabras.

Adoraba a su hija. Y a su esposa. Las amaba. Con todo su ser. A cada segundo, más.

Tomó en sus brazos a Sienna, enredó un rizo castaño claro en sus dedos y jugueteó con él. La pequeña rió encantada y él también, acercando los labios hasta su frente para depositar un suave beso. Una nueva risita de la pequeña que se aferró a un mechón de su cabello. Cayden empezó a arrullarla, era hora de su siesta.

–Definitivamente, nadie creería que Cayden Sforza le canta a su hija para dormir.

–Yo no estoy cantando –apuntó Cayden girando a mirar con suficiencia a su recién llegada esposa. Stella reprimió una sonrisa.

–Claro. No cantabas –soltó con sarcasmo.

–No.

–¿Y qué hacías, entonces?

–Le estaba contando una historia –gruñó Cayden y cuando la pequeña se removió en sus brazos bajó el tono–. Yo no canto –repitió.

–Está bien. No cantas –Stella formó una gran sonrisa–. ¿Y qué historia le contabas?

–De...

–Espero que no haya involucrado a Maquiavelo.

Cayden tenía los ojos oscuros brillantes, llenos de diversión cuando la volvió a mirar y soltó una risita por lo bajo.

–No, aunque nunca es demasiado pronto para empezar.

Stella negó lentamente y suspiró con resignación. Sin embargo, sus ojos no pudieron ocultar el amor y la ternura que la imagen de su esposo le provocaba en ese instante.

–Creo que Sienna preferiría...

–No digas cuentos de hadas –cortó Cayden con un filo de amenaza–. Sé que no es así.

–Ah. Por supuesto –Stella cruzó los brazos y golpeteó el suelo con impaciencia– ¿qué crees que prefiere, entonces?

–Sé que los principios generales de los contratos...

–Debes estar bromeando –interrumpió Stella riendo.

–Son de lo más efectivos para lograr que se duerma –terminó Cayden y Stella se acercó a besarlo en los labios, emocionada– ¿no crees?

–Tú lo sabes mejor que yo –murmuró divertida– siempre logras que duerma.

–Espero que no sea porque me encuentra aburrido –dijo Cayden frunciendo el ceño.

–No. Yo creo que es porque se siente segura en tus brazos –musitó Stella sintiendo la mano libre de Cayden cerrarse en su cintura– como yo.

Apoyó la cabeza en el hombro de Cayden y se quedó sintiendo la fuerza y calma que emanaba de él. Lo amaba. Como nunca imaginó que lo haría. Lo amaba. Completamente. Como se debía amar. Como se lograba amar una sola vez en la vida. Con toda el alma.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora