Capítulo 17

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Stella charlaba con Adalina, Fiorella, Pietro y Daniel en la cena anual de recaudación para la clínica pediátrica que la familia Torrenti Ferraz había apoyado por años y descubrió que su esposo también realizaba un considerable donativo aunque jamás asistía al evento. Eso debía cambiar, por supuesto, y que en el camino ella se reencontrara con sus amigos había sido un adicional de alegría para aquella noche.

Sí, había retomado el contacto con su grupo de amigos de la Universidad después de la boda, ya que al asistir a tantos eventos había sido natural volver a verlos, porque los círculos de la sociedad eran limitados y frecuentados por las mismas personas por generaciones. Habían sido meses extraordinarios y de gran alegría, para su total sorpresa.

Adalina, una chica pelirroja a quién conocía desde la secundaria, se despidió entre risas cuando su novio llegó a la cena. Stella observó con reprobación a sus tres amigos que empezaron a comentar respecto a la relación de Adalina.

–No está bien –intentó darle un tono duro a sus palabras, aunque ellos sonreían traviesos–, saben que no está bien.

–No te preocupes, no hablaremos de tu matrimonio –tranquilizó Fiorella.

–No delante de ti, de cualquier forma –susurró Daniel bajando su cabeza rubia hasta el oído de Stella.

–Eres malévolo –rió Stella sin poder evitarlo. Adoraba a sus amigos con locura–. ¿Acaso la situación no ha cambiado? –preguntó, mirando de reojo a Adalina en brazos de su novio.

–Ni un poco –lamentó Pietro. Stella tenía la impresión de que él seguía enamorado de Adalina, a pesar de que su relación había terminado hacía varios años.

–Yo creo que debemos hablar con ella –Fiorella chasqueó la lengua–. Tú debes, Stella, eres la mejor en eso.

–¿La mejor en qué? –Stella arqueó una ceja con escepticismo–. ¿En aconsejar sobre relaciones? ¡Debes estar bromeando!

–Claro que no. Tienes un matrimonio bueno, ¿no? –interrogó Fiorella con dulzura.

–¡Ah, ya sabía que venían con eso! –Stella los miró lentamente–. No diré una palabra.

–Vamos pequeña, no seas así –Daniel clavó sus ojos claros en ella–. ¿Por qué no?

–¿Y alguna vez tendremos el honor? –Pietro sonaba divertido.

–Quizás –Stella inspiró hondo. Si antes Cayden no había mostrado el menor interés en conocerlos, dudaba que con el tiempo eso cambiara en algo– si...

Un carraspeo interrumpió la frase de Stella y ella se volvió, a observar a quién se había acercado a ellos. Con sorpresa notó que era su esposo, Cayden Sforza quien estaba parado ahí, mirándola con sus oscuros ojos entornados.

–Hola, esposa mía –saludó depositando un beso en su mejilla–. ¿Te encuentras bien?

– ¡Cayden, qué sorpresa! –contestó Stella, sin poder ocultar lo inesperado de la situación–. ¿Tú te encuentras bien?

Él sonrió de nuevo, pareciendo ligeramente divertido por su conmoción. Asintió y paseó la mirada por el grupo al completo, deteniéndose un par de segundos más en Daniel.

–Negocios –dijo escuetamente– ¿me presentas a tus amigos?

–¡Oh sí, que descortesía! –Stella no sabía que lo había llevado a acercarse, aunque imaginaba que era natural que lo hiciera. ¿Cómo iba a dejar de saludar a su esposa si se encontraba en el mismo lugar que él?–. Cayden, te presento a Daniel, Fiorella y Pietro. Chicos, él es Cayden Sforza, mi marido.

Los tres intercambiaron una mirada antes de murmurar su saludo de reconocimiento a Cayden. ¿Quién imaginaría que lo iban a conocer esa misma noche?

–¿Te importaría acompañarme un momento, Stella? –pidió con tono amable Cayden–. Quiero presentarte a algunas personas.

–Por supuesto, Cayden –se volvió hacia sus amigos con una sonrisa–. Si nos disculpan.

Cayden, tan correcto como de costumbre, le ofreció el brazo para guiarla hasta el lugar de donde había venido. Ni siquiera había notado que él había llegado y se había acercado hasta ella. Se sintió extraña, era la primera vez que estaba en un evento de ese tipo junto a él. Generalmente cuando lo acompañaba eran veladas y cenas de negocios, en las que él desaparecía a los veinte minutos de llegar.

La primera vez Stella se había sentido ofendida y mortificada. Pasado el mal trago inicial, había notado que lo mejor era encontrar alguien dispuesto a charlar sobre cuestiones de las que ella también estaba enterada. Y no era difícil hallar alguien así una vez que se presentaba y era reconocida como la hija del duque de Torrenti. Eso no la molestaba, sino que la llenaba de orgullo. Su padre era un hombre respetado.

–¿De verdad estás por negocios aquí? –preguntó con incredulidad. Cayden ladeó su rostro hacia ella, curvo la comisura de sus labios y asintió–. ¿Por qué me miras así?

–He encontrado una nueva satisfacción con respecto a ser tu esposo –habló Cayden encogiéndose de hombros–, despiertas admiración en otros hombres. Pero eres mía.

–No seas absurdo –rió Stella, divertida–. Eso no es cierto.

–Lo es –rebatió con sencillez. Ella arqueó una ceja, sin saber si se burlaba de ella o no–. No sé cómo no lo has notado.

–Quizá porque no tengo nadie a mí alrededor en quien despertar admiración –resopló con ironía. Cayden clavó sus ojos oscuros en ella–. ¿Qué?

–No puedes no notarlo, Stella –él hizo una señal hacia el grupo que dejaban–. Es evidente.

–¿Qué es evidente?

–El chico rubio –puntualizó Cayden. Stella rió divertida.

–¿Daniel? ¡Uf, definitivamente estás bromeando!

–No. Y créeme, no es el único –murmuró clavando brevemente pero con intención sus ojos en uno de los hombres del grupo en el que había estado.

Stella no reparó en la frase "eres mía", pronunciada por Cayden, hasta mucho más tarde en la noche. ¿Cómo pudo pasarlo por alto? ¡Ser suya! ¿Se refería al vínculo matrimonial que los unía? Evidentemente. Aunque era un tanto absurdo ya que él había dejado claro desde el inicio su desinterés en las actividades –de cualquier tipo– que ella realizara. Y eso incluía la prerrogativa de tener un "amigo" siempre que fuera discreta.

No que ella lo hubiera contemplado siquiera. No lo necesitaba, no quería ese tipo de relación con nadie. Lo único que quería era lo que no podía tener, libertad para amar. Para que su corazón no le perteneciera a alguien que no la amaba como ella a él. Si hubiera tenido la esperanza de conseguir algo así... jamás se habría casado con Cayden.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora