Capítulo 20

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Cayden dejó el libro en la mesita de noche antes de ir a ducharse para ir a la Corporación. Lo estaba disfrutando y se encontraba sorprendido por la calidad y buen estado de ese tomo. Stella sin duda le había dado un regalo increíble.

Frunció el ceño e intentó no pensar más en ello. No es como si lo lograra, ya que hacía más de una semana que lo habían abierto juntos y seguía, bueno, bastante sorprendido por el esfuerzo que había puesto en darle algo a él. ¿Por qué lo hacía? ¿Simplemente era así con todos o solo con él?

Caminó con pesadez y sacudió la cabeza con fuerza, intentando despejar su mente. Se sentía un poco aturdido y definitivamente no era él mismo cuando atravesó el pasillo que daba al comedor para desayunar. ¿Qué le sucedía?


***

Stella se acurrucó en el sofá y suspiró dejando de lado el libro que había terminado. ¡Había sido estupendo! Y sí, había valido la pena despertar temprano para poder leer el final antes de ir a trabajar. Sonrió y estiró sus brazos, mirando a su alrededor con alegría. ¡Amaba tanto su biblioteca!

Se encaminó hacia la puerta cuando escuchó que alguien atravesaba el pasillo. Probablemente era Cayden, ya que compartían el desayuno siempre que era posible. Entornó la puerta y antes de saludarlo, se detuvo sorprendida porque él caminaba lentamente, con pasos inseguros. Definitivamente no parecía Cayden.

–¿Cayden? –llamó, apresurándose a su altura–, ¿te sientes bien?

–¿Stella? ¿Dónde estabas? –inquirió con voz ronca–. Pensé que aún dormías.

–Estaba en la biblioteca –explicó, evaluándolo con la mirada–. ¿Qué sucede?

–¿A qué te refieres? –lucía confuso, irritado y pálido.

–No estás bien –Stella acercó su mano hasta la frente de Cayden y él la miró con sorpresa–: tienes fiebre.

–Eso no puede ser cierto –Cayden murmuró con impaciencia y se pasó la mano por la frente–. Estoy perfectamente bien.

–No lo creo. ¿Estás resfriado?

–Jamás me enfermo y menos de algo tan ridículo como... –estornudó y le dirigió una mirada amenazadora– un resfriado.

Stella apretó los labios para no sonreír y asintió lentamente. Él continuó fulminándola con la mirada.

–Está bien –puso en blanco los ojos–, si tú lo dices...

–¡Por supuesto que lo digo! Nadie mejor que yo para decirlo.

–Está bien, pero no hace falta que te alteres –repitió y él no parecía feliz con su declaración–. Un poco de descanso no te haría daño.

–¿Qué? –Cayden retomó su camino hacia el comedor– ¡No puedo creer que dijeras eso! ¿Cómo puedes siquiera sugerirlo? ¡Semejante locura!

Stella lo siguió, intentando sin éxito reprimir un par de risitas. Inspiró hondo, cuando él la miró de reojo, y tomó asiento frente a Cayden.

–Quizá deberías cambiar el café por un té con limón –sugirió con suavidad.

–¡Demonios, Stella! –Cayden arrastró la silla y se levantó–. ¿Sabes qué? ¡No tengo ánimo de desayunar! Buenos días.

Salió murmurando maldiciones y Stella puso en blanco los ojos. ¡Hombres! ¿Había peor enfermo que un representante del género masculino?

Y, solo podía ser peor, si éste era alguien tan obstinado como Cayden Sforza.

Inevitable (Sforza #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora