Capítulo 5 | Daria

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Viernes. Gracias al cielo era viernes.

La primera semana de Universidad se había terminado —a mi parecer—, demasiado rápida. Entre apuntes, tareas, investigaciones y más cosas que me tenían la mente ocupada en su totalidad, fue menos estresante a como había imaginado que sería. A comparación de otras personas, me gustaba tener la mente ocupada hasta el punto de llegar a cansarme, así al menos a mí persona se le hacía más fácil no pensar en cosas innecesarias por las cuáles enojarse sin motivo alguno y terminar perdiendo tiempo. Y muy a pesar de que tuve una mala noche un par de días atrás, estaba completamente descansada. Madrugar para ir a la Universidad no era algo agradable, pero al menos dormía temprano como para estar despierta al día siguiente y concluir toda actividad que tuviese por hacer sin la necesidad de estarme durmiendo por ahí.

Por otro lado, después de tantas noches de desvelo durante las vacaciones de verano, me preguntaba ahora si tiraría por la borda el gran avance que había hecho con intentar desaparecer las ojeras debajo de mis ojos por completo, todo con el fin de ya no parecer un zombie o un mapache. A lo que iba con todo esto era, ¿realmente saldría ésta noche?

No quería problemas con mi madre, discutir con ella no estaba en mis planes ya que estábamos llevándonos un tanto mejor, pero la idea de quedarme en casa era bastante aburrida, nada tentadora definitivamente. No podía estar encerrada, sentía que me ahogaba y a eso se le añadía la inmensa necesidad de salir.

De cualquier modo no tenía que apurarme con ello, podría intentar aguantar hasta mañana, y si no me daban ganas de salir para ese entonces, sería un milagro y mi madre estaría bastante extrañada pero sin duda feliz.

—¿Y bien? —pregunta Emma llegando a mi lado.

Me encontraba parada frente a mi casillero recogiendo los tres libros que tenía ahí para leer, incluyendo el de Baluarte. Al menos teniendo algo que leer mantendría la ansiedad un poco lejos de mí.

—¿Y bien, qué? —pregunto de vuelta cerrando con un leve empujón mi casillero para recargarme contra el mismo.

—¿Cuál es el plan de hoy?

—Ninguno, mi intención es quedarme en casa —digo e intento sonar segura para convencerme más a mí misma que a ella.

Emma suelta una carcajada mientras me arrastra fuera del edificio.

—¿Te sientes bien?

—De maravilla.

—Bueno, si cambias de opinión, estaremos en el bar de siempre cerca de mi departamento —se despide de mí para luego alejarse.

La veo subir al auto de su novio al cuál no conocía de vista —al menos no hasta ahora. Resulta que es el idiota que me empujó en la fiesta el fin de semana, Emma tenía una foto con él y le pregunté de dónde lo conocía, fue cuando me di cuenta de algo y mi enojo fue hacia ella, no se había tomado la molestia de avisarme que iría a la misma fiesta.

Emma es mi amiga desde hace un año y un mes exactamente, casi el mismo tiempo que llevo viviendo en N.Y. desde que me mudé de Londres a aquí. Es un poco más alta que yo, nos llevamos 13 o 14 centímetros quizá. Tiene ahora el cabello de un tono gris, en verdad le queda bien, sobre todo porque resaltan más sus ojos azules.

Recuerdo haberla conocido en la lavandería. Y como no notarla, estaba quejándose en voz alta sobre alguien —al parecer un chico—, mientras arrojaba la ropa de manera violenta dentro de la lavadora. De sólo recordarlo no puedo evitar reír.
Me encontraba detrás de ella observando la cómica escena mientras mi cuerpo descansaba recargado sobre la pared. Tenía los brazos cruzados sobre mi pecho y reía divertida. Cuando ella me notó, rodó los ojos y me preguntó que era lo que me causaba tanta gracia, yo me encogí de hombros y le respondí: —tú dime. Terminamos sentadas en la cafetería de junto platicando por al menos dos horas.

Perdiendote » Dylan O'brienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora