Capítulo 19 | Daria

478 34 3
                                    

—¿Puedo saber por qué no estás en la Universidad? —pregunta mi madre. Tiene ambas manos a los costados de su cadera y está bloqueándome la vista hacia la pantalla de la tv.

Su tono de su voz arisco me dice lo malhumorada que está, sin duda muy enojada.

He faltado a clase los últimos tres días —cuatro si contamos el de hoy—, pero es claro que apenas se ha percatado de ello. Estuve diciéndole que Emma pasaría ésta semana por mí —lo cuál obvio era mentira—, así que fingía que me iba y al cerrar la puerta corría a la esquina para esconderme detrás de un arbusto y así esperar que todos salieran para volver a la casa y encerrarme en mi habitación.

Hoy me ha fallado mi plan claramente.

—¿No trabajas hoy?

En realidad no podría decir que en verdad trabaja, lo único que la veo hacer es pasearse en el coche con la hermana de Daniel gran parte de la mañana y de la tarde. Se supone que tiene un restaurante del que tiene que hacerse cargo, pero al parecer sus paseos con la loca adicta al pay de limón son más importantes.

Y no juzgo su adicción al pay, pero si la forma asquerosa en la que lo come haciendo ruidos en el proceso, es repugnante mirar a esa señora masticar con la boca abierta y hablar al mismo tiempo.

—Te hice una pregunta —recuerda.

—Y yo te hice otra —respondo.

La veo rodar los ojos al cielo, está perdiendo la poca paciencia que tiene.

—Estoy siendo muy considerada contigo y te estás pasando del límite. Con lo único que tienes que cumplir es con estudiar Daria, no te estoy pidiendo nada más, creo que las cosas te las estoy poniendo demasiado fáciles—la veo sobar su sien —haz estado saliendo, te he estado dando dinero del cuál soy consciente que usas para embriagarte, no te pido que hagas ni la más mínima cosa en la casa, estás haciendo lo que tú quieres y con lo único que te pido que cumplas, no lo haces, ¿quieres qué te ponga reglas de nuevo?

—Ya no tengo ocho años para seguir unas estúpidas reglas mamá, sólo he faltado hoy, no es la gran cosa.

—¿No es la gran cosa? —inquiere. —Yo creo que sí Daria, o es qué a caso puedes explicarme por qué me han llamado de la universidad para preguntarme por qué has faltado desde el lunes, ¿puedes iluminarme con ello?

¡Joder!

—Eso tiene una explicación.

En realidad no, pero la idea de pensar en algo para justificarme es muy tentadora en éstos momentos.

—Que bueno, pero no quiero oírla —dice mientras avanza hacía a mí para quitarme el control remoto y apagar
la tv. —Estás castigada, no tienes permiso de salir, vete a tu habitación, por favor.

—Es joda ¿no? —una risa carente de humor brota de mis labios. —No puedes prohibirme nada, ya soy una persona adulta, no soy una niña, ¿por qué no lo entiendes? ¡Estás loca si crees que voy a encerrarme en mi habitación por los siguientes días!

—¡No eres una adulta Daria, eres una chiquilla mimada que se enoja con la vida o las personas cada vez que no consigue salirse con la suya! —grita. —Y no por los siguientes días, métete en la cabeza que estarás encerrada hasta que yo lo crea conveniente. Yo iré a dejarte a la universidad y yo iré de vuelta por ti, y feliz deberías de estar, ¿no te la pasaste bien los últimos días en tu habitación? Felicidades querida hija, te concedo más —finaliza.

—¡TE ODIO! —le grito con rabia sin poder detener aquello.

Entonces su mano hace contacto con mi mejilla, mi piel arde y puedo apostar que está poniéndose roja debido al impacto.

Habíamos llegado demasiado lejos, y lo sabía porque nunca le había gritado que la odiaba, siempre eran gritos de odio hacia mí misma —incluso en los peores momentos. Habíamos llegado lejos, pues ella tampoco me había puesto una mano encima —al menos no para hacerme lo que hoy me ha hecho.

—Vete a tu habitación —dice mientras me da la espalda.

—No —musito segura.

—No me hagas enojar más Daria. ¡Vete a tu maldita habitación, carajo!

Bien, le daré lo que quiere.

Subo las escaleras a prisa para buscar una maleta y meter toda la cantidad de ropa posible que dé, meto un par de zapatos y tomó la mochila que llevo a la universidad, seguido de ello rebusco en mi armario mi caja donde tengo todos mis ahorros para guardarlos junto al resto de mis cosas importantes.

Bajo lo más pronto posible para encaminarme a la puerta, voy a ahorrarle el que tenga que volver a lidear conmigo, después de todo aún le quedan cinco hijos ¿no?

—¿A dónde creés que vas? —pregunta detrás de mí, no respondo, solo me encargo de girar el pomo de la puerta y salir disparada a la calle a conseguir un taxi.

—¡Daria, te estoy hablando! ¡¿a dónde creés que vas?! —grita, viene detrás de mí y yo vengo jalando mis cosas como puedo mientras con mi vista intento localizar un taxi. —¡Estás cometiendo un grave error!

—Te estoy haciendo un favor mamá, haz tu vida por tu lado y déjame a mí hacer la mía por el otro.

Estamos haciendo una escena, uno que otro vecino mira a través de su ventana y otros que van por la calle no intentan disimular lo atentos que están a la situación, pero a mí no me importa, sólo quiero alejarme de aquí y ahogarme en alcohol para olvidar todo.

Al menos por éste día.

Un taxi se detiene después de que he avanzado ya dos cuadras, sin pensarlo dos veces tiro todo al asiento de atrás y le pido que arranque de prisa. La última imagen que veo de mi mamá es a través del espejo retrovisor: está llorando, y por enfermo que suene, no siento compasión por ella, por el contrario, me siento bastante satisfecha de hacerle sentir un poco del dolor que ella me ha hecho sentir los últimos años.

"Eres una chiquilla mimada que se enoja con la vida o las personas cada vez que no consigue salirse con la suya".

Las palabras de ella retumban una y otra vez en mi cabeza, cada una de ellas como una bala y yo intentando no recibirlas pero me es imposible, ya se han metido en lo más profundo de mi sistema causándome el dolor que desde un principio se supone que debía de sentir. Ya han cumplido con su propósito.

—¿A dónde la llevo
señorita? —pregunta el conductor sacándome de balance.

¿A dónde iré ahora?

Quedarme con Emma no es opción, no quiero incomodarla ni a ella ni a su novio, con Lola mucho menos, sus padres no lo permitirían. ¿Y Charlie? Ni hablar, tampoco quiero incomodarle, una cosa es que estén ahí para mí y me lo recuerden todo el tiempo y otra que yo los arrastre conmigo en mis problemas.

De igual manera no puedo darme el lujo de pagar un hotel porque el dinero es lo que me hará falta después, así que todo se reduce a una sola opción.

Así pasan varios minutos después de decirle la dirección al taxista para que me dejé en dónde le he pedido.

No estoy segura de que sea una buena idea pero, en éstos momentos no me importa si lo es o no, sólo quiero tener un poco de paz, ya después podré pensar con calma que es lo que haré.

Una voz en mi cabeza me dice que he actuado mal, que me he precipitado con mi acción, pero ya no hay marcha atrás, no puedo permitirme sentir remordimiento o culpa, no ahora.

Avanzó los pocos pasos hasta la entrada y tocó el timbre.

Apenas aparece él en mi campo de visión, suelto mis cosas y me lanzo a su brazos tomándome la libertad de derrumbarme en ellos.

—Sabía que volverías.

Perdiendote » Dylan O'brienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora