Capítulo 29 |Daria

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—Tú papá está en la ciudad —suelta de golpe y me congelo en mi lugar.

—¿Por qué debería creerte? —pregunto indiferente, intentando ocultar la sorpresa.

—Mira, Daria —dice, toma asiento frente a mí.  —Sé que te grité e incluso dije cosas desagradables sobre ti...

—Vaya que lo hiciste —remarco y ella gruñe.

—Lo hice —repite. —Y en verdad lo lamento mucho —no le creo. —Es sólo que era más fácil actuar como una perra contigo que aceptar el hecho de que te drogabas, de que podía darte una sobredosis. No iba a soportar el peso de saber que podría perderte a ti, a mi mejor amiga de esa manera —veo sus ojos cristalizarse.

Bien, fin del espectáculo.

—Casi caigo —respondo fastidiada. —Pero la verdad Emma, es que no te creo, y si me disculpas tengo cosas que hacer —me levanto de mi asiento y salgo del aula haciéndome camino a mi casillero.

Tan bien que estaba yendo mi mañana —pienso.

Es viernes, último día de clases.

He pasado éste año sin problema alguno —al menos académicamente.

El siguiente curso no inicia pronto, si no hasta dentro de unas semanas y estoy decidida a disfrutar junto a mi familia y amigos de mis merecidas vacaciones de invierno.

—Daria —vuelvo a escuchar su voz detrás mío. —No me creas lo que he dicho si no quieres —dice —pero te juro por lo más sagrado que tengo, que es verdad lo de tu papá, y si no me crees, pregúntale a tu mamá —me regala una última mirada antes de girarse sobre sus talones y alejarse de mí.

¿A mi madre?

Lo único que quería —y quiero—, es dejar de lado todo lo malo de lado, todo lo que lastima.

¿A caso era mucho pedir?

Ignoro todo lo que Emma me ha dicho, francamente no sé como piensa que voy a creerle, sobre todo después de lo que le ha dicho a la mayoría de nuestros conocidos.

Bien dicen que las verdades duelen, pero alguien que te quiere no te deja sola, y menos cuando más lo necesitas, mucho menos hablan mal de ti.

Acepto que me equivoqué —y no la juzgo—, después de todo, ¿quién querría tener a una drogadicta en su círculo social?

Y tampoco me hago la mártir, no sentía pena por mí. Además, estaba como estaba porque quería, porque así de miserable era "feliz" de alguna estúpida manera. Así éramos las personas, buscábamos una manera de ser felices aún cuando no era buena para nosotros.

Pero ahora lo estaba intentando, estaba intentando reinventar mi persona, poco a poco. Necesitaba sanar y continuar, dejar el pasado ser lo que es, pasado. Pero ¿cómo hacerlo cuando tu pasado te sigue?

Utilizo la llave que me dieron cuando llegué aquí e ingreso a la casa.

He salido a prisa de la universidad para venir lo más pronto posible y saber si es verdad que Augustyn Rosenstock está en Nueva York.

Necesito saber.

La casa está vacía como era de esperarse, son pasadas las once de la mañana, mis hermanos deben de estar en el instituto, mi madre y Daniel en sus respectivos trabajos.

Me encamino a la cocina para buscar algo de vino, sé que es temprano para beber, pero una copa para calmar mi ansiedad me viene como anillo al dedo.

Una vez que doy con ella, me sirvo una copa y tomo un par de tragos.

—¿Tan temprano ya estás celebrando?

Perdiendote » Dylan O'brienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora