Capítulo 10.

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Me removí sobre mis costados por encima de la cama, destapándome y tapándome con las sábanas sin poder conciliar el sueño que había conservado hasta unos cinco minutos, cuando mi estómago comenzó a gruñir repentinamente, arrojándome lejos del fantástico sueño que estaba teniendo con Lewis Watson, uno de mis tantos cantantes favoritos. Todo gracias a no haber comido casi nada durante la cena por tener la mente muy ocupada en... cosas.

Una parte de mí necesitaba levantarse para ir en busca de comida, pero otra parte no quería bajar por el hecho de saber que en el primer piso se encontraban los chicos durmiendo, y, sabiendo cómo son mis pies, seguramente tropezaría con algo y los despertaría. Seguía retorciéndome entre las sábanas, esperando a volver a dormir, pero el hambre fue diez veces más fuerte. Luego de unos eternos momentos, logré ponerme de pie. ¿Qué si los despertaba? Después de todo, no era mi culpa que ellos hayan querido quedarse a dormir. En calcetines, shorts de pijama y una vieja polera de Niall, bajé las escaleras, intentando hacer el menor ruido posible. En seguida reconocí las siluetas esparcidas por la alfombra y los sillones. Para ser sincera, había un fuerte olor a hombre aquí abajo, pero le resté importancia, ya que me fui directamente a la cocina. Una vez que encendí la luz, caminé hacia el refrigerador, de donde saqué la leche de manjar en caja, mi favorita. Busqué un vaso de plástico y vertí el líquido en éste. Era muy tarde -¿o temprano?- para comer lo que había quedado de la cena, así que sólo bebí leche. Di el último trago antes de volver a llenarlo hasta un poco más arriba de la mitad, para el camino. Guardé la leche y apagué la luz antes de emprender mi camino de vuelta a mi habitación, pero, cuando estaba casi a los pies de la escalera, sentí unos dedos rodeando mi tobillo, haciéndome caer de frente y logrando que toda la leche se derramara en los primeros escalones. ¡Mierda! Di un grito ahogado mientras me volteaba hacia atrás en el suelo, donde reconocí unos ojos que me observan. Al principio lo único que pensé fue gritar y escabullirme rápidamente, pero luego vi que sólo se trataba de Liam.

—¿Qué mierda te pasa? —le di un grito susurrado—. No tienes permitido tocarme.

—¿Qué haces despierta? —tenía la voz más ronca de lo habitual.

—Tenía intenciones de tomar leche, pero me has arruinado los planes, idiota.

Liam se puso de pie rápidamente, me ofreció sus manos, pero las rechacé en seguida. Me puse de pie por mi cuenta y quedamos a una distancia incómodamente corta. Sólo llevaba sus jeans y calcetines puestos, dejando al descubierto los contornos de sus tatuajes. Estaba realmente agradecida de la falta de luz que impedía mostrar mis repentinas mejillas sonrojadas.

—¿Te parece si vamos afuera? —susurró, inclinando su cabeza hacia un lado, como buscando mi mirada.

—¿Estás loco? —me alejé unos pasos de él—. Tengo mucho sueño.

—Oh, vamos, por favor —ronroneó mientras pasaba sus dedos por las puntas de mi cabello.

—No, Liam.

—Tengo cigarrillos.

¡Oh, maldito sobornador! Ahora que lo pensaba, llevaba varios días sin fumar. Un par de caladas no me harían mal en absoluto, sobre todo si tenía este frío cubriendo mis brazos y piernas. Puse los ojos en blanco y cedí, fingiendo mala gana. Pasé cuidadosamente por encima de Louis, quien dormía encima de los cojines del sofá y debajo de unas mantas, y deslicé el ventanal, para luego abrirme paso al mucho más frío aire de madrugada. Sentí que Liam deslizaba el ventanal a sus espaldas, y mientras él lo hacía, aproveché la ocasión para admirar el patio. No habían pasado muchos días desde que nos habíamos mudado, por lo que ni siquiera me había dado el tiempo de recorrer lo que ahora se veía como un inmenso patio. El agua de la piscina no había sido ocupada desde la fiesta de bienvenida y ya estaba casi verde. Ugh, no sería yo quien la filtrara. Acerqué dos sillas de plástico hasta donde yo estaba parada y me senté en una de éstas. Liam se sentó unos segundos después. No sabía cómo había aparecido o dónde la había tenido guardada, pero ya tenía en la mano una cajetilla de cigarrillos y un encendedor. Le arrebaté la cajetilla, puse un cigarro en mi boca y me incliné hacia él. Sus ojos y pómulos se marcaron incluso más una vez que la pequeña llama del encendedor se interpuso entre nosotros. Tomé el centro del cigarrillo entre mis dedos índice y medio mientras que Liam lo encendía, ahuecándolo en una de sus manos, haciendo, de alguna forma, la acción bastante íntima. Nuestras miradas no se alejaron en ningún momento. Me tendió el encendedor, me quitó la cajetilla y repetimos el proceso. Mis ojos bajaron hacia sus labios, viendo cómo aquel cigarro pendía de éstos, pero una vez que se alejó hasta acomodarse en el respaldo de su silla, me di cuenta de que esos labios se veían malditamente llamativos, y mucho más bajo la luz del fuego. Mi corazón se encogió por un momento, pero intenté apartar mis pensamientos inoportunos al lugar más profundo de mi cerebro. Di una calada a mi cigarro y dejé escapar el humo hacia un lado; la sensación de frío no se alejó de mi cuerpo en ningún instante y comencé a temblar como idiota antes de darme cuenta. Puse una de mis manos entre mis muslos para brindarme algo de calor; nada estaba dando resultado. Llegué a pensar incluso que los escalofríos no se debían a otra cosa más que tener a Liam frente a mí en completo silencio, no obstante, una vez más, construí un muro en mi mente que alejara cualquier estupidez que se relacionara con Liam.

Troublemaker |payne|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora