parte 1.2

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Capitulo 5

Eran las diez de la mañana de un templado día de abril y el dorado sol entraba a torrentes en la habitación de Scarlett a través de las cortinas azules del balcón.

Las paredes color crema relucían
y los muebles de caoba brillaban co cuchillo rojo de vino, mientras el pavimento resplandecía como si
fuese de cristal en los sitios donde las alfombras no lo cubrían con sus deslumbrantes y alegres colores.

El verano se sentía ya en el aire, el primer anuncio del verano en Georgia, cuando la primavera cede el paso a un calor intenso.

Una perfumada tibieza penetraba en la habitación, cargada de suaves fragancias de flores y de tierra recién arada.

Por la abierta ventana, Scarlett veía
la doble hilera de narcisos a lo largo de la avenida enarenada y la masa de oro de los jazmines amarillos, que acariciaban el terreno con sus ramas floridas como amplias crinolinas Los mirlos y las urracas, en eterno litigio por la posesión del feudo, representado por el magnolio que había bajo su balcón, cillaban sin descanso; las urracas, ásperas y estridentes, los Tumirlos, dulces y quejumbrosos.

Generalmente, aquellas mañanas tan espléndidas atraían a Scarlett al balcón para respirar a pleno pulmón los perfumes de Tara.

Hoy no prestaba atención al sol ni al
cielo azul, sino a este solo pensamiento: «Gracias a Dios, no llueve.» Sobre la cama estaba el vestido de baile verde manzana, de seda, con sus festones de encaje crema, cuidadosamente doblado en una gran caja de cartón.

Estaba listo para ser llevado a Doce
Robles, donde se lo pondría cuando empezase el baile; pero Scarlett, al verlo, se encogió de hombros.

Si su plan salía bien, no se lo pondría por la noche. Mucho antes de que empezara el baile, ella y Ashley estarían camino de Jonesboro para casarse.

Ahora, el problema más importante era otro: ¿qué vestido debía ponerse para la barbacoa? ¿Qué vestido le sentaría mejor y la haría más irresistible a los ojos de Ashley? Hasta las ocho, no había hecho más que probarse vestidos y desecharlos, y ahora, acongojada y molesta, estaba delante del espejo con sus largos calzones de encaje, su cubrecorsé de lino y sus tres enaguas de batista y
encaje.

A su alrededor, los vestidos rechazados yacían por el suelo, sobre la cama y las sillas, formando alegres mezclas de colores, de cintas y lazos.

Aquel vestido de organdí rosa, con el largo lazo color fresa, le estaba bien; pero lo había llevado ya el verano pasado, cuando Melanie fue a Doce Robles; y, seguramente, ésta lo recordaría. Y era capaz de decirlo. Aquél de fina lana negra, de mangas anchas y cuello principesco de encaje,
sentaba admirablemente a su blanca piel, pero la hacía quizás aparecer un poco mayor.

Scarlett examinó ansiosamente en el espejo su rostro juvenil, casi como si temiera descubrir en él arrugas o
una papada. No quería parecer mayor ni menos lozana que la dulce y juvenil Melanie.

Aquel otro de muselina listada era bonito con sus amplias incrustaciones de tul, pero no se adaptó nunca a su tipo.

Sentaría bien al delicado perfil de Carreen y a su ingenua expresión; pero Scarlett sabía que, a ella, aquel vestido le daba un aire de colegiala. Y no quería aparecer demasiado infantil junto a la
tranquila seguridad de Melanie.

El de tafetán verde a cuadros, todo de volantes, adornado con un cinturón de terciopelo verde, le gustaba mucho y era, realmente, su vestido favorito porque daba a sus ojos un oscuro reflejo esmeralda; pero desgraciadamente tenía en la parte delantera una inconfundible mancha de grasa.

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora