parte 4.6

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Capítulo 43 .

Era uno de aquellos raros días de diciembre en los que el sol calienta como durante el veranillo de San Martín.

Quedaban aún algunas secas hojas rojizas en el roble del corral de la tía
Pitty, y la hierba agostada del prado era de un verde amarillento.

Scarlett, con su niña en brazos,
salió al porche y se sentó en una mecedora aprovechando un rectángulo de sol. Llevaba un vestido nuevo de lanilla verde guarnecido de metros y metros de encaje negro y cubría su cabeza con un nuevo gorrito de puntilla, negra también, que le había regalado la tía Pitty. ¡Qué placer verse bella
de nuevo después de haber estado horrorosa durante tantos meses!

Se sentó meciendo a la niña y cantando por lo bajo, cuando oyó un ruido de cascos en el camino. Mirando curiosamente a través de los emparrados que trepaban por el porche, divisó a Rhett Butler, que cabalgaba hacia la casa.

Habíase marchado de Atlanta hacía meses, justamente después de la muerte de Gerald, antes de que hubiera nacido Ella Lorena. Scarlett no había sentido su falta, pero ahora hubiera deseado ardientemente no volver a verlo.

Realmente la contemplación de su cara morena le producía una
sensación de culpabilidad que la hacía temblar.

Tenía sobre su conciencia algo que concernía a Ashley y no quería hablar de ello con Rhett; pero estaba segura de que él la obligaría a discutir, aun en contra de su voluntad.

Rhett paró ante la puerta y saltó a tierra con ligereza; mirándolo, ya nerviosa, pensó que se parecía grandemente a una ilustración de un libro que Wade quería estar siempre oyendo leer a su
madre.

«Le faltan únicamente los pendientes y un cuchillo entre los dientes —pensó ella—. Bueno, pirata o no, hoy no me cortará el cuello, si puedo evitarlo.»

Viéndolo acercarse le saludó con la más dulce de sus sonrisas. ¡Qué suerte haberse puesto el nuevo vestido y lucir aquel sombrero que la hacía tan bonita! Los ojos de él le dijeron que también la encontraban encantadora.

—¡Un nuevo niño! ¡Vaya, Scarlett, esto es una sorpresa! —dijo él riendo, y se inclinó para descubrir la fea carucha de Ella Lorena.

—¡No sea tonto! —dijo ella enrojeciendo-. ¿Cómo sigue usted, Rhett? Ha estado usted fuera largo tiempo.

—Sí. Déjeme coger al niño, Scarlett. ¡Oh! Sé como hay que coger a los niños. Tengo muchas raras habilidades. Bueno, realmente se parece a Frank. En todo, excepto en las patillas; pero ya le saldrán con el tiempo.

—Espero que no. Es una niña.

—¿Una niña? Tanto mejor. ¡Los chicos traen tantas molestias! no tenga usted más hijos, Scarlett.

Iba ella a contestarle duramente que no quería ya ni chicos ni chicas, pero se contuvo y sonrió, buscando rápidamente un tema de conversación que aplazase el mayor tiempo posible la discusión temida.

—¿Ha hecho usted un buen viaje, Rhett? ¿Dónde ha estado usted todo este tiempo?

—¡Oh!... En Cuba..., en Nueva Orleáns... y en otros sitios. Tenga, Scarlett, tenga la niña. Empieza a babear y no puedo sacar el pañuelo. Es una niña monísima, pero me está mojando la pechera de la camisa.

Ella volvió a coger a la niña, y Rhett se apoyó con indiferencia en la baranda, sacando un cigarro de una petaca de plata.

—Siempre va usted a Nueva Orleáns —dijo ella con un ligero mohín- y no me dice usted nunca qué es lo que le lleva allí.

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora