parte 5.3

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Capítulo 56

Rhett estuvo tres meses fuera, y, durante todo ese tiempo, Scarlett no recibió ni  una sola noticia de él.

No sabía ni dónde estaba ni el tiempo que pensaba pasar fuera. Realmente, ni siquiera tenía idea de si volvería alguna vez. Durante todo ese tiempo iba a sus asuntos con la cabeza erguida y el corazón deshecho.

No se  encontraba bien físicamente, pero, forzada por Melanie, iba al almacén todos los días y procuraba mantener su interés por la serrería.

Pero el almacén había perdido para ella su atractivo, y aunque el negocio rendía el triple de lo que había
rendido el año anterior y el dinero parecía manar, no podía interesarla y era  desagradable y antipática con los empleados.

La serrería de Johnnie Gallegher
iba muy bien y el depósito de maderas vendía fácilmente todas sus existencias.

Pero nada de lo que Johnnie decía o hacía le parecía bien. Johnnie, tan irlandés como ella, descargó por fin su ira y amenazó con marcharse después de una  larga perorata que terminó así: « Y para usted, señora, el dorso de mis manos y  la maldición de Cromwell sobre usted» . Tuvo que aplacarlo con las más  humildes excusas.

Ya no iba nunca a la serrería de Ashley. No volvió tampoco por el depósito de maderas cuando sabía que él estaba allí. Sabía que Ashley la evitaba, que la  continua presencia de ella en su casa, por las ineludibles invitaciones de Melanie, era un tormento para él.

Nunca hablaban a solas y Scarlett deseaba locamente preguntarle, porque quería saber si ahora la odiaba y también qué era lo que le
había contado a Melanie.

Pero Ashley la mantenía a distancia, y con su silencio le suplicaba a ella que callase. El ver su rostro avejentado, trastornado por el remordimiento, aumentaba su dolor, y el hecho de que su serrería perdía dinero cada semana la irritaba en forma que no podía expresar.

Su impotencia contra la presente situación la desconcertaba. No sabía qué hacer para mejorar aquel estado de cosas. Pero comprendía que tenía que hacer algo.

Rhett hubiera hecho algo. Rhett siempre hacía algo, aunque fuese
equivocado, y ella lo respetaba involuntariamente por ello.

Ahora que el primer acceso de su indignación contra Rhett y sus insultos se habían calmado, empezó a echarlo de menos, y lo echaba de menos más vivamente cada día que pasaba sin haber recibido noticias suyas.

El odio, la ira, el corazón destrozado, el orgullo herido, habían cedido lugar a la depresión, que llegó a saciarse en todo ello como el cuervo se sacia de carroña.

Lo echaba de menos, echaba de menos su gracia para contar anécdotas que la hacían reír como loca, la mueca sarcàstica que reducía las penas a su valor estricto; echaba de menos hasta sus burlas, que la herían haciéndole replicar indignada.

Pero más que nada, echaba de menos el tenerlo a su lado para poder ella también contarle sus cosas.

Para esto Rhett no tenía precio. Podía contarle sin avergonzarse y con
orgullo cómo había arrancado el pellejo a la gente, y él aplaudiría. Y, si se le ocurría contar estas cosas a otras personas cualesquiera, se escandalizarían.

Estaba muy sola sin él y sin Bonnie. Echaba de menos a la chiquilla como
nunca hubiera podido imaginar.

Recordando las últimas palabras que Rhett le había lanzado a propósito de Wade y Ella, procuró llenar algo de sus horas vacías con los pequeños. Pero no fue posible: las palabras de Rhett y las reacciones de los niños abrieron sus ojos a una triste y amarga verdad.

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora