parte 3.2

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Capítulo 21

Después de mandar el desayuno a Melanie, Scarlett envió a Prissy en busca de la señora Meade y se sentó con Wade para tomar el desayuno a su vez. Pero hoy no sentía apetito.

Entre su nerviosa inquietud y el pensar que había llegado el momento para Melanie y su involuntario
estremecimiento al sentir el cañón, no podía probar bocado.

El corazón le latía de un modo extraño:
con regularidad durante unos minutos; luego, golpeando tan fuerte y rápidamente que casi le hacía daño en al estómago.

La pesada papilla de maíz se le pegaba a la garganta como cola, y jamás antes
le había parecido tan repulsiva la mezcla de grano tostado y batatas que pasaba por café.

Aquello, sin azúcar ni crema, era amargo como la hiél, y el sorgo que se empleaba «para endulzar» no lo mejoraba mucho.

Después del primer sorbo, apartó la taza. Si no le sobraran razones, hubiera
odiado a los yanquis simplemente porque le impedían tomar verdadero café con azúcar y mantequilla.

Wade estaba más tranquilo que de costumbre y ni siquiera elevaba hoy las quejas que cada mañana le sugería la papilla, que le desagradaba tanto.

Comía en silencio las cucharadas que se
llevaba a la boca y tragaba ruidosos buches de agua para pasarlas mejor.

Sus dulces ojos oscuros, grandes y redondos como monedas de dólar, seguían todos los movimientos de su madre con una infantil turbación, como si los temores escondidos de ella se le hubiesen contagiado.

Cuando hubo terminado, Scarlett le envió a jugar al patio trasero de la casa y le contempló mientras cruzaba la
hierba dirigiéndose a su lugar de juegos, sintiendo verdadero alivio.

Luego se levantó y permaneció indecisa al pie de la escalera. Debía subir con Melanie y procurar distraer su mente de la preocupación por la prueba que la esperaba. ¡Tenía que haber elegido precisamente aquel día para dar a luz... y para hablar de muerte!

Tomó asiento en el escalón inferior y procuró serenarse. Se preguntaba cuál habría sido el resultado de la lucha del día anterior y del mismo día. ¡Era extraño que se diese una gran batalla a
pocos kilómetros de allí y no se conociera el resultado! ¡Qué rara la tranquilidad de aquel barrio extremo de la ciudad en contraste con el tumulto del día de la batalla en Peachtree Creek!

La casa de tía Pittypat era una de las últimas en el extremo norte de la ciudad, y ahora que la batalla se mantenía en algún lugar hacia el sur no quedaban en las inmediaciones del edificio refuerzos que cruzasen a paso redoblado, ni ambulancias, ni tambaleantes filas de heridos que volviesen a la población.

Pensó que probablemente esas escenas se repetirían ahora al sur de la ciudad y agradeció a Dios no encontrarse allí.

Por otra parte, nadie, excepto los Merriwether y los Meade, residían ahora
en aquel extremo de la ciudad, y ello la hizo sentirse sola y abandonada.

Hubiera deseado tener a su lado a tío Peter, quien no habría dejado de ir al Cuartel General para traer noticias.

De no ser por Melanie, ella misma hubiera ido al centro en busca de informes, pero no podía hacerlo hasta que llegara la señora Meade. Pero ¿por qué no venía la señora Meade? ¿Y qué sería de Prissy?

Se levantó, salió a la terraza y escrutó las cercanías, buscando con los ojos a quienes esperaba. Sin embargo, la casa de los Meade quedaba oculta en un recodo umbroso de la calle y Scarlett no
distinguió a nadie.

Después de largo rato, apareció Prissy sola, andando tan perezosamente como si no tuviese nada que hacer en todo el día, ondulando sus faldas de lado a lado y volviendo la cabeza sobre el hombro para ver el efecto que ello producía.

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora