Capítulo 17
Llegó mayo de 1864 —un mayo seco y ardiente que agostaba los capullos en flor—y los yanquis, al mando del general Sherman, invadieron de nuevo Georgia, más arriba de Dalton, ciento sesenta kilómetros al noroeste de Atlanta.
Corría el rumor de que se preparaban grandes combates en la frontera de Georgia y en Tennessee.
Los yanquis concentraban a sus fuerzas para atacar el ferrocarril Atlántico-Oeste, la línea que enlazaba Atlanta con Occidente y con Tennessee, la misma
por la que las tropas del Sur se habían precipitado el pasado otoño para lograr la victoria de Chickamauga.Pero, en general, la población de Atlanta no veía con inquietud la perspectiva de una batalla cerca de Dalton.
El lugar donde los yanquis se concentraban estaban muy pocos kilómetros al sudeste del campo de batalla de Chickamauga. Y puesto que de allí habían sido rechazados ya una
vez cuando trataban de colarse por los desfiladeros de la región, se daba por hecho que ahora se los haría retroceder de nuevo.Atlanta —y toda Georgia—sabía bien que, dada la importancia que la Confederación otorgaba al Estado, el general Joe Johnston no podía permitir a los yanquis permanecer largo
tiempo en sus fronteras.El viejo Joe y su ejército no consentirían que ni un solo yanqui avanzase
hacia el Sur, desde Dalton, por los muchos asuntos que dependían de que todo marchase bien en
Georgia.El Estado, intacto hasta entonces, era un vasto granero, una inmensa fábrica y un nutrido almacén de la Confederación.
Allí se fabricaba gran parte de la pólvora y de las armas usadas por el Ejército y se manufacturaba la mayoría de los tejidos de lana y algodón.
Entre Atlanta y Dalton estaba la ciudad de Roma, con su fundición de cañones, así como Etowah y Allatoona, con los
mayores talleres metalúrgicos que había al sur de Richmond. Y en Atlanta no sólo radicaban las fábricas de pistolas y sillas de montar, de tiendas y de municiones, sino también los mayores talleres de laminado, los de los principales ferrocarriles y los más grandes hospitales.Además, Atlanta era la encrucijada de las cuatro vías férreas que sostenían, en rigor, la vida de la Confederación del Sur.
Así que nadie experimentó una inquietud excesiva.Al fin y al cabo, Dalton estaba lejos, en
los confines de Tennessee. Como en Tennessee hacía tres años que se luchaba, la gente se había acostumbrado a pensar en aquel Estado como en un campo de batalla remoto, casi tanto como Virginia o las orillas del Mississippi.Además, entre los yanquis y Atlanta estaba el viejo Joe con sus hombres, y nadie ignoraba que después del general Lee, una vez muerto Stonewall Jackson, no había general más ilustre que Johnston.
Una tarde de mayo, en la terraza de la casa de la tía Pitty, el doctor Meade resumió el punto de vista de la población civil sobre el asunto, diciendo que Atlanta no tenía nada que temer, ya que
el general Johnston cerraba las montañas como un férreo baluarte.Quienes le escuchaban experimentaron emociones diversas, pues mientras se balanceaban ante el crepúsculo, atentos al mágico vuelo de las primeras luciérnagas en la penumbra, sopesaban en sus mentes importantes asuntos.
La señora Meade, con la mano apoyada en el brazo de Phil, deseaba que su marido tuviese razón.
Sabía que si la guerra se aproximaba, Phil tendría que ir al frente. Tenía dieciséis años y servía en la Guardia Territorial.
Fanny Elsing, pálida y con los ojos hundidos desde lo de Gettysburg, procuraba expulsar de su mente la torturadora imagen que la obsesionaba desde meses atrás: el teniente Dallas McLure agonizando en una traqueteante carreta de bueyes, bajo la lluvia, en
la larga y terrible retirada de Maryland.
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Lo Que El Viento Se Llevo
RomanceUna novela clásica de la literatura norteamericana de la escritora Margaret Mitchell, que en 1939 fue llevada a la pantalla grande, para volverse inolvidable al ser protagonizada por la gran actriz Vivien Leight. Narra la vida de una bella sureña l...