parte 3.6

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Capítulo 29

Al llegar abril, el general Johnston, a quien le habían devuelto los maltrechos restos de las tropas de su antiguo mando, se rindió con ellas en Carolina meridional y se terminó la guerra.

Pero la noticia no llegó a Tara hasta dos semanas más tarde. Había demasiado que hacer en Tara para que nadie malgastase el tiempo en viajes y excursiones para averiguar lo que se rumoreaba, y, como sus vecinos andaban tan ocupados como ellos, no se hacían muchas visitas, y las noticias se difundían muy lentamente.

La labor de arado primaveral estaba en su punto culminante, y las semillas de algodón y de hortalizas que Pork trajera de Macón empezaban a sembrarse.

Pork no servía ya casi para nada,
desde tal viaje, de puro orgullo por haber regresado de Macón con el carro cargado de telas, semillas, aves de corral, jamones, carne fresca, harina.

Una y otra vez contaba la historia de los
peligros en que se viera, de los senderos por los que hubo de meterse al regresar a Tara.

Había estado de viaje cinco semanas, cinco semanas de agonía para Scarlett. Pero no le reprendió a su vuelta a Tara, porque se sentía contentísima de que el negro hubiese podido efectuar su misión con tanto éxito, devolviéndole, además, casi tanto dinero como ella le había dado.

Mucho sospechaba ella que la causa de que le sobrase tanto dinero era que la mayor parte de las aves y carnes que trajo no eran producto de compras.

Pork se hubiera avergonzado de gastar el dinero cuando encontraba por el camino tantos ahumaderos y gallineros mal vigilados.

Ahora que tenía algunas provisiones, todo el mundo en Tara trataba de restablecer en lo posible un plan de vida normal.

Había allí trabajo para todas las manos, demasiado trabajo, incesante e interminable. Había que arrancar los tallos secos del algodón del año anterior para dejar sitio a las semillas de este año, y el reacio caballo, no acostumbrado a tirar de un arado, lo arrastraba por los campos de mala gana.

Había que quitar las malas hierbas del huerto y plantar las semillas, había que cortar la leña para la lumbre, y había que comenzar a rehacer las pocilgas y los
muchos kilómetros de valla que tan despreocupadamente quemaran los yanquis, había que inspeccionar dos veces al día los cepos para conejos que tendía Pork, y no se podía dejar de reponer el cebo en las cañas de pesca junto al río.

Había camas por hacer, suelos por barrer, comidas que preparar, platos y cubiertos que lavar, cerdos y gallinas que alimentar, huevos que recoger.

Había que ordeñar la vaca y llevarla a pastar junto al pantano, y alguien tenía que quedarse a vigilarla por miedo a que los yanquis o los mismos hombres de Frank volviesen y se llevasen a tan útilísimo animal.

Incluso el pequeño Wade trabajaba. Todas las mañanas salía con aire de persona importante para recoger ramitas secas y trozos de corteza de árbol que servían para encender la lumbre.

Fueron los chicos de los Fontaine los primeros del condado que regresaron de la guerra, los que trajeron la noticia de la rendición.

Alex, que todavía llevaba las botas, iba a pie, y Tony, descalzo, cabalgaba a pelo sobre un mulo. Tony siempre se las componía para salir el mejor librado
de la familia.

Los Fontaine estaban más curtidos que nunca, después de cuatro años de exposición al sol y a los elementos, más delgados y enjutos, y las descuidadas barbas negras que traían de la
guerra les hacían parecer hombres desconocidos.

De camino para Mimosa y ansiosos de llegar a su casa, sólo se detuvieron en Tara unos instantes para saludar a las chicas y darles la noticia de la rendición. Todo había terminado, dijeron, y no parecían querer hablar mucho de ello. Lo único que les interesaba saber era si Mimosa había sido quemada o no.

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora