parte 4.1

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Capítulo 33

Soplaba un viento, fuerte y frío y las densas nubes eran de un oscuro tono pizarroso cuando Scarlett y Mamita se apearon del tren en Atlanta, la tarde del siguiente día.

No se había reconstruido la estación después de la quema de la ciudad, y tuvieron que recorrer unos cuantos metros entre cenizas y barro sobre las ennegrecidas ruinas que señalaban el antiguo emplazamiento del edificio.

Impulsada por la costumbre, Scarlett hizo ademán de buscar a Peter y el carruaje de tía Pitty porque siempre los había encontrado esperándola cuando iba desde Tara hasta Atlanta durante los años de guerra.

Pero pronto se rehizo, y se reprochó mentalmente su falta de memoria. Naturalmente, Peter no podía estar allí, porque ella no había avisado a tía Pitty de su llegada y, además, recordaba que en una de sus cartas tía Pitty le había relatado lacrimosamente la muerte del pobre animal que Peter había adquirido en Macón para conducirla a Atlanta después de la rendición.

Miró el terreno lleno de surcos de ruedas que rodeaba la antigua estación, buscando el coche de algún amigo o conotido que pudiese conducirlas hasta la casa de tía Pitty, pero no vio ningún rostro familiar, ni negro ni blanco.

Era probable que ninguno de sus amigos tuviese ya coche, si era cierto lo que había escrito la tía. Los tiempos eran duros, y si resultaba difícil hallar alimentos y acomodo para las personas, mantener a los animales era imposible.

La mayor parte de los amigos de Pitty, lo mismo que ésta, tenían ahora que andar a pie. Había unos cuantos carros que cargaban mercancías junto a los vagones y varias calesas salpicadas de barro con desconocidos de desagradable aspecto en el pescante, pero sólo había dos carruajes.

Uno era un coche cerrado; el otro, abierto, iba ocupado por una mujer bien vestida y un oficial yanqui. Scarlett retuvo involuntariamente la respiración al ver el uniforme.

Aunque Pittypat había escrito que Atlanta tenía una guarnición yanqui y estaba llena de militares, la primera visión de las guerreras azules le chocó y atemorizó. ¡Era tan difícil recordar que la guerra había terminado y que ese militar no iba a perseguirla, ni a robarla, ni a insultarla!

El relativo vacío junto al tren hizo retroceder su memoria a aquella mañana de 1862, cuando ella llegó a Atlanta como joven viuda, envuelta en crespones y loca de aburrimiento. Rememoró cuan ocupado estaba aquel espacio por carros, carruajes y ambulancias, y cuánto alboroto armaban de carreteros y cocheros y los gritos de las gentes saludando a sus amigos.

Añoró la despreocupada excitación de los tiempos de guerra y suspiró con desmayo al pensar que tenía que caminar a pie hasta la casa de tía Pittypat. Pero tenía esperanzas de que, una vez en la calle Peachtree, podría encontrar a alguien que las llevase en coche.

Mientras miraba a su alrededor, un negro color de cuero, de mediana edad, guió su carruaje cerrado hasta ella y, saltando del pescante, preguntó:

—¿Desea coche, señora? Medio dólar a cualquier calle de Atlanta. Mamita le dirigió una mirada aniquiladora.

—¡Un coche de alquiler! —rugió—. Negro, ¿sabes quiénes somos?

Mamita era una negra rural, pero no siempre había vivido en el campo, y sabía que ninguna mujer decente circulaba en un vehículo de alquiler, especialmente en coche cerrado, sin ir escoltada por algún miembro masculino de la familia.

Echó a Scarlett una severa mirada cuando vio que se le iban los ojos hacia la berlina.

—¡Venga por aquí, señora Scarlett! ¡Un coche alquilado y un negro liberado! ¡Esa sí que es una buena combinación!

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora