parte 4.5

1.2K 26 3
                                    

Capítulo 41

Cuando la última persona se hubo despedido de la familia, cuando no se oyó más ruido de coches ni de caballos, Scarlett se dirigió al pequeño buró de Ellen y sacó de un cajón un objeto
brillante que había escondido la víspera en medio de un fajo de papeles amarillentos.

En el comedor, Pork, que ponía la mesa para comer, iba y venía resoplando. Scarlett lo llamó. Acudió, con el rostro descompuesto, con el aire de un perro que hubiera perdido a su dueño.

—Pork —le dijo su dueña—, si sigues llorando, yo... yo voy a ponerme a llorar también. Ya está bien.

—Sí, amita. Ya lo procuro, pero cada vez que pienso en el señor Gerald...

—Bueno, pues no pienses más. Puedo aguantar las lágrimas de cualquiera, pero no las tuyas. Vamos —le dijo en un tono más dulce—, ¿no lo comprendes? Si no puedo aguantarlas es porque sé
lo mucho que le querías. Suénate, Pork; tengo un regalo para ti.

Pork se sonó ruidosamente y manifestó un simple interés de cortesía.

—¿Te acuerdas de aquella noche en que dispararon sobre ti, mientras saqueabas un gallinero?

—¡Señor santo, señorita Scarlett! Yo nunca...

—Tú recibiste un buen trozo de plomo en la pierna; conque no vengas diciéndome que no es verdad. ¿Recuerdas también lo que te dije? Te prometí regalarte un reloj para recompensar su fidelidad.

—Sí, amita, me acuerdo; pero creía que usted se habría olvidado.

—No, no me he olvidado; mira, ahí lo tienes. Scarlett le mostró un macizo reloj de oro labrado, con su cadena, a la que iban suspendidos diversos dijes.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó Pork—. ¡Si es el reloj del señor Gerald! Le he visto mirar este reloj más de mil veces.

—Sí, es el reloj de papá. Te lo doy, tómalo.

—¡Oh, no, amita! —Pork retrocedió, horrorizado—. No; es un reloj del señor blanco, del señor Gerald... ¿Cómo habla usted de dármelo, señorita Scarlett? Este reloj pertenece en derecho al pequeño Wade Hampton.

—No, te pertenece a ti. ¿El pequeño Wade Hampton ha hecho algo nunca por papá? ¿Es él quien le ha cuidado cuando estaba enfermo y sin conocimiento? ¿Es él el que le ha bañado y vestido y afeitado? ¿Acaso no le abandonó cuando los yanquis vinieron? ¿Es él el que ha robado para que no muriera de hambre? No seas tonto, Pork. Si alguien se ha merecido el reloj eres tú, y estoy segura de que papá me aprobaría. Anda, tómalo, vamos.

Scarlett le cogió la negra mano y le puso
en ella el reloj. Pork lo contempló con veneración y la alegría se pintó poco a poco en su rostro.

—¿Para mí de verdad, señorita Scarlett?

—Sí, para ti.

—Muchas gracias, señorita, muchas gracias.

—¿Quieres que lo lleve a Atlanta para que graben en él alguna cosa?

—¿Qué quiere decir grabar? —preguntó Pork, con aire desconfiado.

—Quiere decir que haré que escriban en la tapa del reloj alguna cosa como... como: «A Pork, la familia O'Hara, en agradecimiento a sus buenos y leales servicios».

—No, no, gracias, señorita. No quiero.
Pork dio un paso atrás reteniendo con fuerza el reloj en la mano. Scarlett se sonrió.

—¿Por qué, Pork? ¿Es que tienes miedo a que no te lo devuelva?

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora