parte 2.2

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Capítulo 13

A instancias de la señora Merriwether, el doctor Meade se decidió a escribir al periódico una carta en que no mencionaba a Rhett, aunque éste fuera fácilmente reconocible.

El director del diario, previendo el drama social que se escondía bajo aquel escrito, lo puso en segunda página.

Esto era ya una gran innovación, porque las dos primeras páginas del diario estaban siempre dedicadas a anuncios referentes a esclavos, mulos, arados, cofres, casas en venta o para arrendar,
curas de enfermedades secretas y reconstituyentes de la fuerza viril.

La carta del doctor fue el preludio de un coro de indignadas voces que empezó a oírse en toda la región contra especuladores y aprovechados.

En Wilmington, el principal puerto donde se podía atracar ahora, ya que el de Charleston estaba prácticamente cerrado por los navios de guerra
yanquis, la situación se había hecho verdaderamente escandalosa.

Los especuladores invadían la
ciudad. Y, teniendo dinero contante, compraban cargamentos enteros de mercancías y los escondían para poder alzar después los precios.

La subida llegaba siempre, porque, con la creciente escasez de lo necesario, los precios se elevaban cada vez más.

Los burgueses se veían obligados a comprar a los precios que fijaban los especuladores, y los pobres o los que estaban en situación modesta sufrían cada vez más privaciones.

Con el alza de precios el valor de la moneda confederada disminuyó y su caída marcó el resurgir de una loca pasión por el lujo.

Los comandantes de los barcos que atravesaban el cerco tenían la misión de traer mercancías de primera necesidad; pero ahora sus bodegas estaban llenas de artículos de lujo, que ocupaban el lugar de aquellos de que la Confederación tenía necesidad.

Empeoraba la situación el hecho de que sólo había una línea ferroviaria de Wilmington a Richmond; y, mientras millares de sacos de harina y cajas de tocino se pudrían en los almacenes de las estaciones por falta de vehículos de transporte, los especuladores
que vendían vinos, seda y café conseguían hacer llegar sus mercancías a Richmond dos días después de ser éstas desembarcadas en Wilmington.

Los rumores que antes circulaban ocultamente sobre Rhett Butler, ahora se comentaban en voz alta y se afirmaba que no sólo especulaba con sus
cuatro naves vendiendo las mercancías a precios inauditos, sino que compraba los cargamentos de otros navios y los almacenaba en espera del alza de precios.

Se decía que él era el jefe de una
asociación con capital de más de un millón de dólares y tenía en Wilmington su cuartel general a fin de comprar toda mercancía recién desembarcada.

Esa compañía contaba con docenas de almacenes en la ciudad de Richmond y en el mismo Wilmington, almacenes abarrotados de víveres y de
prendas de vestir.

Militares y civiles empezaban a sentirse asqueados y los comentarios contra Rhett y los otros especuladores se hacían cada vez más violentos.

«Hay muchos hombres valientes y patriotas en nuestra Marina que tienen la tarea de eludir el bloqueo —decía la carta del doctor—, hombres desinteresados que arriesgan su vida y sus bienes para que la Confederación pueda sobrevivir. Estos son venerados y honrados por todos nosotros.

No es de ellos de quienes intento hablar.
»Hablo de otros desaprensivos que enmascaran bajo el manto del patriotismo su avidez de ganancia; yo reclamo que la justa cólera y la venganza de un pueblo que combate por la más santa de las causas caiga sobre estas aves de rapiña que importan rasos y encajes mientras nuestros hombres mueren y nuestros héroes sufren por falta de morfina.

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora