Capítulo 39
El tren llevaba mucho retraso y el largo crepúsculo de junio envolvía ya la campiña con sus tonalidades azules cuando Scarlett se apeó en la estación de Jonesboro.
Aquí y allí brillaban luces amarillas en las ventanas de las tiendas y de las casas que la guerra no había destruido. Había pocas así en el pueblo. A cada lado de la calle principal, espacios vacíos indicaban el lugar de los edificios aniquilados por el fuego y los obuses.
Las casas, silenciosas y sombrías, con sus techos agujereados, parecían mirar a la viajera. Algunos caballos de silla, algunas mulas uncidas a las carretas, estaban
atados ¡ante el Almacén Bullard. La calle, roja y polvorienta, estaba desierta.A veces, de un café situado en el otro extremo del pueblo llegaba un grito, o la risa de algún beodo, únicos ruidos que
turbaban la paz del crepúsculo.No habían reconstruido la estación desde que se incendió en el curso de la batalla y, en su lugar, se habían contentado con elevar una especie de refugio de madera, abierto a todos los vientos.
Scarlett se metió allí y se sentó en un tonel, destinado por lo visto a ese uso. Había recorrido la calle varias veces con la mirada, con la esperanza de descubrir a Will Benteen.
Debería haber venido a esperarla. Debería haber adivinado que, después de haberle anunciado en su mensaje la muerte de Gerald, ella cogería el primer tren.
Había salido de Atlanta con tal precipitación que su saco de viaje no contenía más que una camisa de noche y un cepillo de dientes, sin la menor muda.
Se sentía poco a gusto dentro del
vestido negro que le había dejado la señora Meade, pues no había tenido tiempo de encargarse ropa de luto.La señora Meade había adelgazado mucho y, como el embarazo de Scarlett estaba muy adelantado, el traje le resultaba doblemente incómodo. A pesar del dolor que le causaba la muerte
de Gerald, Scarlett no podía desinteresarse del efecto que producía en ella y se estudió con asco.Había perdido por completo la línea y su rostro y sus tobillos estaban hinchados. Hasta ahora no se había preocupado de estos detalles, pero hoy, que estaba a punto de volver a ver a Ashley, la cosa
era muy diferente.Tembló pensando en que la vería embarazada de otro hombre. Quería a Ashley y Ashley la quería. Este niño que no había deseado tener le parecía una prueba de su traición a ese amor. Pero, por mucho trabajo que le costase presentarse a Ashley con su talle abultado y su marcha pesada, había que pasar por ello.
Impaciente, Scarlett se puso a golpear con el pie. Debería haber venido Will. Claro que siempre le quedaba el recurso de preguntar en casa de Bullard si no le habían visto o de rogar a cualquiera que la llevase a Tara, si se presentaba algún obstáculo. Pero no quería ver a Bullard.
Era domingo y la mitad de los hombres del Condado se hallarían de seguro reunidos. No quería presentarse con esos estrechos vestidos que aún la hacían aparecer más voluminosa de lo que
estaba. No quería tampoco oír las condolencias que le dirigirían a causa de la muerte de Gerald.No le interesaba nada despertar su simpatía. Tenía miedo de echarse a llorar escuchando pronunciar el nombre de su padre. Y no quería llorar.
Sabía que, si empezaba, sería como aquella horrible noche en que Rhett la había abandonado en mitad de la carretera, mientras caía Atlanta, aquella noche atroz en que había mojado las crines de su caballo con sus lágrimas, sin poder dejar de llorar.
¡No, no lloraría! Sintió de nuevo que su garganta se ahogaba como le ocurría tantas veces desde que se había enterado de la triste noticia. Pero ¿de qué le serviría llorar? Las lágrimas no
harían más que avivar su dolor y acabar de debilitarla. ¿Por qué, por qué Will, o Melanie, o sus hermanas, no le habrían escrito que su padre estaba enfermo?
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Lo Que El Viento Se Llevo
RomanceUna novela clásica de la literatura norteamericana de la escritora Margaret Mitchell, que en 1939 fue llevada a la pantalla grande, para volverse inolvidable al ser protagonizada por la gran actriz Vivien Leight. Narra la vida de una bella sureña l...