parte 5.2

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Capítulo 53

Era el cumpleaños de Ashley, y Melanie preparaba en su honor una recepción para aquella tarde. Todo el mundo estaba enterado de la recepción excepto Ashley.

Hasta Wade y el pequeño Beau lo sabían, pero se habían juramentado
para guardar el secreto, lo cual los colmaba de orgullo.

Toda la gente distinguida de Atlanta había sido invitada y pensaba asistir. El general Gordon y su familia habían aceptado complacidos. Alexander Stephens estaría presente, si su delicada salud se lo permitía, y hasta se esperaba a Bob Toombs, el águila de la Confederación.

Durante toda aquella mañana, Scarlett, Melanie, India y tía Pittypat se afanaban por la casita dirigiendo a los negros mientras colgaban las recién planchadas cortinas, limpiaban la plata, daban cera al piso y cocinaban, agitaban y probaban los refrigerios que se habían de servir. Scarlett no había visto nunca a Melanie tan excitada y tan feliz.

—¿Sabes, querida? Ashley no ha tenido nunca una fiesta de cumpleaños, desde, desde... ¿Te acuerdas del barbacoa en Doce Robles, el día en que nos enteramos de que míster Lincoln pedía voluntarios? Bueno, pues no había tenido una fiesta de cumpleaños desde entonces. Y trabaja tanto, y está tan cansado cuando vuelve a casa por las noches, que ni siquiera se ha acordado de que son hoy sus días. ¡Qué sorpresa después de cenar cuando llegue todo el mundo!

—¿Cómo se arreglará para poner estos faroles en el jardín sin que los vea el
señor Wilkes cuando venga a cenar? —gruñó Archie.

Había estado toda la mañana sentado, vigilando los preparativos, muy interesado, pero sin querer reconocerlo. Nunca había presenciado entre bastidores recepciones numerosas y era para él una novedad.

Hacía comentarios sobre las mujeres que corrían por la casa como si hubiera fuego, simplemente porque iban a llegar visitas; pero ni unos caballos salvajes hubieran conseguido arrancarle del espectáculo.

Los farolillos de colores que con tanto entusiasmo habían hecho y pintado la señora Elsing y Fanny para la fiesta le interesaban especialmente.

—¡Misericordia! ¡No había pensado en eso! —gritó Melanie—. ¡Qué suerte que se te haya ocurrido! ¡Señor, Señor! ¿Qué voy a hacer?

Había que colgarlos en los árboles y arbustos y ponerles una vela dentro para encenderla cuando vayan a llegar los invitados. Scarlett, ¿podrías mandarme a Pork para que los arregle y los encienda mientras cenamos?

—Señora Wilkes, tiene usted más sentido común que la mayoría de las mujeres, pero cuando se apura lo pierde por completo —dijo Archie—. Y, en cuanto a ese negro loco de Pork, no sabe hacer nada más que visajes. Prendería fuego a todo en un minuto. Son muy bonitos —concedió—. Yo los colgaré mientras el señor Wilkes y usted estén comiendo.

—¡Oh, Archie, qué amable! —Melanie le dirigió una mirada infantil de agradecimiento—. No sé lo que haría sin ti. ¿Crees que podrías ir poniéndoles las velas y siempre habría ese tiempo ganado?

—Acaso pueda —dijo Archie, gruñón. Y se dirigió renqueando hacia las escaleras del sótano.

—Se cazan más moscas con una cucharada de miel que con un tonel de vinagre —murmuró Melanie cuando el bigotudo viejo hubo desaparecido escaleras abajo—. Estaba deseando que Archie pusiera esos faroles, pero ya sabéis como es. No hace nada si se le manda. Y ahora hemos conseguido quitárnoslo de encima un rato.

A los negros los cohibe tanto, que nunca hacen nada bien cuando le tienen encima, respirando sobre sus cuellos, como quien dice.

—Melanie, por nada del mundo tendría y o a ese viejo en mi casa —dijo Scarlett de mal humor. Odiaba a Archie tanto como Archie la odiaba a ella, y apenas se dirigían la palabra.

Lo Que El Viento Se LlevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora